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Cuando uno que es bien montañero sale del país, así, con el musgo en los talones, suele pasar por el típico chasco o «chascarrillo», donde quiera que esté. Es como un sello del patriotismo: Colombiano que se respete tiene que hacer el oso, o algo le tiene que pasar en el viaje. Creo que el chasco es uno de nuestros productos más tradicionales, tipo exportación.

Bueno, alguna vez tuve la oportunidad de viajar a Kansas, por motivos de trabajo. Todo empezó en un vuelo con un par de compañeros de la oficina. No los conocía hace mucho de manera que la confianza apenas se estaba construyendo. Y como no hicimos web-checkin, estábamos sujetos a las sillas que nos asignaran en el aeropuerto.

Mis dos compañeros se presentaron primero y quedaron juntos: «37F y E» me dijeron emocionados, con los ojos casi llorosos. Mejor dicho, como si el América acabara de ascender a la A, una vaina así. Cuando fue mi turno en el counter, el tipo que me atendió me preguntó «¿quiere quedar con sus compañeros?«, ««, dije sin titubear. Los tres quedamos en el mismo grupo de sillas, pero resultó ser la última fila, la que queda junto al baño. Lo que en los buses llaman el puesto de los músicos, solo que en un avión termina siendo junto a la «sala de reunión» de las azafatas y a la turbina.

Marmotazos-vueloPues resulta que las sillas ubicadas en la última fila en este avión no se podían reclinar. Por ahí ya jodidos. Era como tratar de dormir siendo guardia presidencial junto al Palacio de Nariño, en el centro de Bogotá. No es imposible -tengo compañeros que lo hicieron mientras prestamos servicio- pero se requiere de un nivel de práctica y sueño que nunca alcancé. Nivel ninja presidencial.

Todo el vuelo fue por un lado escuchando la turbina y por el otro a las distinguidas señoritas asistentes de vuelo. Ni el cansancio logró que me quedara dormido. Eso sí, me patié todo el chisme de cómo una colega de ellas quedó embarazada de un aprendiz de piloto, y como otra que ya tiene niño (pero que no supera los 19 años) le estaba cayendo a otro «es que yo no me vuelvo a embarazar» aseguraba. Creo que vive en las nubes, pero ese es otro tema. En los vuelos de noche normalmente me duermo viendo una película, pero en este avión tampoco había ese servicio así que estábamos a merced de nuestra imaginación, o de la conversación de las azafatas.

Para completar, yo estaba junto al pasillo y cada vez que alguien pasaba al baño tenía que tropezarse con mi pie o mi codo. Además que quienes van al baño en los aviones no suelen ser flacos, no.  Y si lo son, van apurados y pensando «¡me hice, carajo! ¡ME HICEEEE!». Eso por el lado izquierdo. Por el lado derecho mi compañero de silla no paró de moverse supongo que porque estaba incómodo, no lo culpo. Lo curioso es que al final del vuelo me pregunta: «¿y qué, pudo dormir?«. En fin.


Eso sí, el hotel fue una maravilla. Mucho lujo, de ese al que todos aspiramos pero pocos estamos acostumbrados. Poco faltó para que la ducha me dijera «good morning Mr Gamboa. Hot water or cold water?». A lo Siri. Me tocó una cama inmensa en la que no sólo me hundí y dormí plácidamente sino que me recordó lo rico que es compartir esas camas. Yo solo pensaba «qué desperdicio, uno ocupando un pedacito de cama en semejante colchonsote».

marmotazos-azafataEl vuelo era con escalas, y pues, en la segunda escala del vuelo no nos dieron desayuno. Claro, llegamos con un hambre brutal, como para comerse un horse. Me registré en el hotel, me pegué una ducha, y salimos a buscar almuerzo con mis compañeros. Uno de los botones del hotel nos dijo que a tres calles había un restaurante, pero resulta que allá las cuadras son inmensas. Ir «a donde el vecino» es pegarse una caminada maratónica. Aparte era verano. Yendo al dichoso restaurante quedé como una uva pasa. Sí, también por lo negro.

Recorrimos el downtown y encontramos varios restaurantes. Finalmente nos decidimos por uno de sandwich, y yo pedí uno grande, Chicago Style, según decía. Mis amigos finalmente se decidieron por lo mismo. Entre charla y risas, uno de mis amigos nos contó que en España para desayunar pidió el típico tinto mañanero, con dos de azúcar. Aunque el mesero dudó y le preguntó si estaba seguro, mi amigo le confirmó y finalmente le trajo una botellota de vino tinto que costaba 25 euros. Ese día con nosotros, con emoción y valentía dijo «eso no me vuelve a pasar«. Al rato llega la mesera con sendos trozos de pan, rellenos de roastbeef, habichuelas y zanahoria. Osea, como la ensalada que hace la abuelita, pero sin mayonesa y con un pan grandote para completar. Brutal.

Uno de mis amigos era el que tenía más hambre y mandó el primer mordisco con tanta gana que daba envidia, es que ni le importaba lo caliente que pudiera estar el sandwich. Todo normal, cuando de repente mi amigo empezó a soltar lágrimas. Yo lo miraba y alcancé a pensar que estaba feliz por el viaje, porque era su primer sandwich gringo. O de pronto se acordó de que a Petro le quedan solo unos meses en la alcaldía. Cuando yo iba a pegarle el mordisco al mío me agarró la mano y entre sollozos me balbuceó carraspeando: «*COF*, pilas, no son habi*COF*chuelas, son jalapeños».


El dichoso sandwich. No lo pidan, es una trampa.

Media hora después cuando por fin pudimos parar de reírnos (dos) y de llorar (el tercero), confirmamos que ese sandwich no nos lo íbamos a poder comer ni por los laditos. Ni el pan sólo. No bastaba con quitarle los jalapeños: tooodo estaba picante. Era una masa picante toda ella, que hasta se sentía en los dedos cuando lo agarrábamos para intentar comer. Nada qué hacer, vámonos. Pedimos la cuenta y nos fuimos a la pizzería de al lado, Al final terminamos comprando una pizza lo más neutra y simple posible, para que nos quitara la sensación de picante que nos perseguía como alma en pena. Pedimos un remedo de pizza hawaiana. Eso sí, estaba muy rica y, sobretodo, no picaba. La buena noticia es que tuve que tomarme 3 cervezas heladas para pasar el sabor. Digo, cualquier excusa es buena.

@OmarGamboa


No logré escribir ayer jueves porque andaba trabajando en Colombia 3.0. Un evento que organiza cada año el Ministerio de Tecnologías de la Información y Comunicaciones. MinTIC. Mi empresa manejó las redes sociales y teníamos un equipo bastante grande por allá. Claro, ni la neurona ni el tiempo me dieron para pasarme por acá. Les pido excusas a los que entraron ayer buscando los marmotazos y angustiados por mi ausencia llamaron a mi casa y a mi mamá. Tranquilos que estoy bien.

La verdad es que el evento salió muy bien y estamos muy contentos. Si de pronto alguno del equipo que trabajó allá me está leyendo, lo felicito y le agradezco de corazón. Desde el equipo de MinTIC (con el que estoy muy agradecido), Juan Sebastián, Angélica, Mafe, Caro y Alejandro, hasta el de logística y producción de Pubblica (Claudia, Edwin), a los amigos de TicketCode, Alex y Jairo, y por supuesto a mi equipo digital: Alejandra, Andrés, Alejandro, Laura, John, Nicolás, Caro… todos.

Ahora vienen más proyectos interesantes, como una charla de Redes Sociales en Cúcuta, los PremiosTW 7, los Premios Transformación Digital 2015, y si todo sale de acuerdo a lo planeado, tendremos un programa de radio. Les estaré contando.

Ah, y si les gustó el marmotazo, compártanlo en sus redes sociales. Que sus tías, primos, amigos de la infancia también lean. Vean que la palabra es cultura.

Nos leemos muy juiciosos el próximo jueves, o después, si algo extraordinario ocurre. ¡Chau!


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Pero si quieren les recomiendo algunas entradas anteriores: «Sal con alguien valiente«, «Estamos mendigando un servicio«, «Le pasó a un amigo: Un día Juliana llegó«.


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