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Previously on “Le pasó a un amigo”:

—¿Aló? Hooola Juliana, ¿cómo estás? —Hola Andrés, oye, voy para Bogotá. —¿En serio? Qué bueno, me avisas y nos vemos un ratico. —No, es que voy YA a Bogotá. Yo creo que estoy llegando a Bogotá a las 4 am. ¿Me recoges?

Al entrar al apartamento ella le pide a Andrés una pijama. Juliana no le dio tiempo cuando se fue quitando el jean que traía. Andrés quedó sencillamente atónito presenciando semejante escena.

Cuando ella salió de la ducha a cambiarse, Andrés ya estaba desesperado y pensando que no había conocido antes una persona tan despreocupada. Cuando por fin ella salió de la casa de Andrés, él respiró hondo y pensó «¿ahora… cómo belcebúes voy a salir de esta?»

Andrés estaba en su trabajo y recibe una llamada de Juliana: «¡ANDRÉS! no encuentro mi cédula. ¿Le puedes preguntar a tu mamá que si la dejé entre mis cosas en tu casa?» La cédula no aparece. Andrés y Juliana se encuentran en un centro comercial y le dice que no se puede seguir quedando en su casa. Ella llama a un amigo para pedir posada, pero luego, como por arte de magia, su amigo desaparece. ¿Será que Andrés no se puede zafar de esta y tendrá que dejar quedar a Juliana en su apartamento de nuevo?


Un día Juliana llegó (tercera parte). 

– Agua que no has de beber… –

Varias veces llamó Juliana a su amigo sin ninguna respuesta. Vida mil veces puerca. Andrés estaba cansado por no haber dormido la noche anterior, solo pensaba que podría pasar mucho tiempo mientras aparecía el dichoso amigo (ya era más de media noche y él tenía que madrugar a trabajar, no podía darse el lujo de llegar un minuto tarde). Así que finalmente decidió, con cero ganas, decirle a Juliana que pasara la noche con él. No hubo de otra.

Además, aunque Juliana estaba terriblemente buena, ella no le iba a dar ni media mano. Así las cosas era más el costo que el beneficio, poco retorno a la inversión. Pero era preferible eso a llegar a la oficina con dos horas de sueño encima, más cuando la noche anterior tampoco durmió un carajo.

La niña evidentemente aceptó pasar la noche con él. De hecho, más se demoró Andrés en pedírselo que ella en ponerse la pijama (obvio, frente a él) y acostarse a dormir, dándole la espalda —y ese culazo caído del cielo—. Andrés suspiró y recordó cómo es que se sentía esa frustración cuando era adolescente. Se dio media vuelta y frustrado, se durmió.

Al otro día sucedió lo mismo: ella se tomó todo el tiempo del mundo para arreglarse y salir. Andrés sabiendo cómo iba a ser aquello, no la esperó y se alistó para bañarse antes, a ver si ella captaba y hacía lo propio. Pero antes de bañarse sucedió algo inesperado, algo que uno sólo espera que pase en las películas, en las novelas, comedias o cuando mucho, en un blog: «Uy. Andrés. Acabo de tener un accidente. ¿No tienes de casualidad por ahí unas toallas higiénicas?»

Cuando Andrés salió del shock y por fin reaccionó, casi que le responde «qué pena, se me acabaron justo ayer». Sabiendo que era una emergencia le dijo «no, pero déjame llamamos a la droguería a ver si nos hacen un domicilio». Andrés llamó a cuanta tienda había en su barrio y cercanías, pero en ninguna contestaron. Sólo en una, en donde le dijeron que los domicilios se hacen a partir de las 8 am. Eran las 6. Maldición ciega, maldición china, afgana… ¡Todas juntas! Además, el hecho de que fuera sólo desde las 8 implicaba quedarse hasta esa hora allí, ¡y Andrés necesitaba estar antes de las 9 en su trabajo! Era posible, aunque complicado en una ciudad como Bogotá.

Resignación de nuevo: madrugar no sirvió de nada. Andrés se arregló y le pidió a Juliana que se alistara también. Finalmente llegaron las dichosas toallas higiénicas, con alas por supuesto (¿no podían haberlas mandado volando?). Cuando ella estuvo lista para salir y Andrés estaba al borde del infarto, faltaban solo 20 minutos para las 9 de la mañana. Juliana le dice «Oye, no tengo plata, ¿me acompañas a un cajero?» Juemadre, escasamente tenía el tiempo preciso para dejarla en el paradero del bus, no podía darse el lujo de desviarse, esperarla o dejarla «tirada» en cualquier lugar (aunque ganas no le faltaban). Andrés prefirió prestarle plata —más— y no perder el tiempo que no tenía.

Oye ¿y qué hacemos con las maletas? —le preguntó Juliana—. Yo no me las puedo llevar. ¿Las puedo dejar aquí?

¿GUAAAAT? ¿Tras de todo? ¿Navidad? Pensando rápidamente, Andrés le dijo que las dejara en la portería y se encontraran allí, mientras él sacaba el carro.

«Ah, ¿vas en tu carro? ¿Entonces por qué no dejamos las maletas en tu carro y cuando nos encontremos por la noche me las das?»

—«Esteeee, no, no. ¿Qué tal necesites algo y yo no pueda encontrarme contigo? Mejor las dejas en un lugar al que puedas ir en cualquier momento».

La excusa funcionó y ella finalmente dejó las maletas en la portería. Andrés fue por el carro, recogió a Juliana y salió como si no hubiese un mañana. La dejó en el bus con tan solo 7 minutos para llegar a su oficina a tiempo, estando a 60 calles. Eso en Bogotá es como querer almorzar fríjoles y no haberlos dejado en agua. Pero hizo la Toretto e increíblemente llegó a tiempo a la oficina. Y bueno, contó con suerte y no había tanto tráfico.

A lo largo del día, Andrés recibió todas las llamadas que se imaginan al celular. Todas desde números desconocidos. Siempre supuso que era Juliana y él sencillamente optó por no arriesgarse y no contestarle a números desconocidos. No tenía la más mínima intención de encontrarse de nuevo con ella. Ya era suficiente. Más que suficiente.

Esa noche, viernes, Andrés se iba a reunir con sus amigos, como de costumbre. La cosa es que donde siempre se ve con sus amigos era exactamente la misma zona donde Juliana dijo que iba a estar, así que cuando él fue, luego del trabajo, sentía paranoia. En cada esquina paraba y miraba antes de cruzar, miraba por los reflejos de los almacenes a ver si alguien lo seguía. Se subió la solapa de la chaqueta. Caminaba mirando al suelo. Mejor dicho, Jason Bourne come chitos al lado de Andrés.

Luego del operativo se encontró con sus amigos en el bar de siempre y les contó la «pequeña» historia. Por supuesto ellos nunca le creyeron. No la historia en sí, sino que él no haya sido capaz de tocarle un pelo a la sujeta. Bueno, Andrés tampoco lo creía. La noche pasó sin novedades, sin toque toque y de aquello nada. Ni medio besito esquiniao.

Al otro día, sábado, Andrés tenía un matrimonio (el mismo de la serenata) y Juliana lo sabía. Sin embargo, por cosas de la vida el matrimonio se aplazó, así que Andrés estaba libre y se pudo dar el lujo de dormir hasta tarde. Y eso Juliana no lo sabía. Trucazo. Hacia las 10 de la mañana Andrés se levantó, saludó a su mamá y se pusieron a conversar, Andrés contándole los últimos acontecimientos con Juliana.

Todo era perfecto. Los pajaritos cantaban, el chocolate en su punto, el queso de la arepa se derretía… cuando sonó el citófono Psicosis.mp3. Andrés sintió un frío recorrerle la espalda, soltó el pedazo de arepa que tenía en la mano y, con la boca abierta, miró a su mamá. Ella también lo miró. El terror se apoderó de ambos.

(Se congela la imagen y ruedan créditos)


¿Será que Juliana volvió? ¿Será que Andrés la podrá sacar de su casa? ¿Será que la mamá echa a Andrés por tarado? ¿Será que hoy almuerzo fríjoles? ¿Bajará el dólar algún día? ¿Habrá vida después de la muerte?

La respuesta a algunas de estas preguntas la próxima semana en el final de temporada ennnnn … «Le pasó a un amigo» [CHAAAAAN CHAAAAAAN]

Continuará…

@OmarGamboa


De veras muchas gracias por sus comentarios, acá y en redes. Me hacen reír mucho 😀

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