En busca de la dosis mínima de las drogas sintéticas
Hace una hora el presidente Iván Duque comenzó su discurso sobre el decreto con el que busca frenar el porte de drogas en las calles del país. Contra viento y marea, Duque firmó la medida que incluye multas desde 208.000 pesos para quienes porten cualquier tipo de droga (marihuana, cocaína, bazuco, LSD, etc.) en cualquier cantidad. Esta crónica le sigue el rastro a un tema complicado y enmarañado: las drogas sintéticas, y se plantea una pregunta: ¿existe la dosis mínima de esta clase de drogas?
Hace un par de años se presentó la primera captura por tráfico de drogas sintéticas. Diana Marcela Moreno y Andrés Zuleta Lopera fueron detenidos en el aeropuerto Alfonso Bonilla Aragón de Cali, llevaban en su equipaje unas dos mil dosis de anfetaminas en diferentes modalidades: pastillas, LSD, popper, tucibí. Fueron condenados a 36 y 72 meses de prisión, respectivamente. Sin embargo, hoy están libres, pues el tráfico de NPS es excarcelable.
En Colombia y en el mundo hay unos cuatrocientos tipos de drogas NPS (nuevas sustancias psicoactivas), pero la gran torta se la llevan cuatro: éxtasis, LSD, NBOme y tucibí. En su mayoría no fueron creadas por la industria farmacéutica en su búsqueda de nuevos medicamentos (como ocurrió con el LSD, el MDMA y el PCP desarrollados por Sandoz, Merck y Parke-Davis, respectivamente) sino por personas interesadas explícitamente en producir drogas exentas de la fiscalización internacional y diseñadas para la recreación.
¿Cómo está Colombia en materia de consumo, producción y tráfico de drogas sintéticas? ¿Cuáles son sus efectos? ¿Existe la dosis mínima para estas sustancias? ¿Cuáles son las drogas NPS de mayor consumo en Colombia?
Discursos libertarios
Julián Quintero tiene 44 años, es regordete y barbudo, rubicundo, estudió sociología en la Nacional. Hace parte de la junta directiva de la Corporación Acción Técnica Social (ATS), apoyada por la Secretaría Distrital de Salud y el Ministerio de Salud y Protección Social, que brinda información relacionada con reducción de riesgos y mitigación de daños en el consumo de sustancias psicoactivas con su ONG Échele cabeza. El proyecto, más que nada, busca promover una cultura de la gestión del riesgo y el placer, sin importar si se habla de sustancias legales e ilegales, comportamientos sexuales o hábitos de rumba.
A pesar del discurso libertario de Quintero y Échele Cabeza, hay en su trabajo y vocación una gran cercanía con el consumidor en la medida en que no lo juzgan. Y eso le quita solemnidad al tema del narcotráfico y en especial de las NSP, le da una voz más cercana, cómplice. Quintero es director de Échele cabeza desde 2013, por lo cual conoce muy bien el mapa de drogas sintéticas de la ciudad.
—Todas las drogas tienen un origen natural. Les dicen sintéticas porque se rastrea el componente activo hasta encontrar la molécula principal. Sintetizar es llegar a la molécula. Con las drogas de diseño, en cambio, se crea una molécula que actúe o se ensamble de una forma determinada sobre algunos de los receptores neuronales, que generan un efecto muy preciso.
Dice Quintero, y añade enseguida:
— El tucibí (2C-B) es la droga de diseño por excelencia y el LSD, la de síntesis —dice—. La diferencia es simple: diseño es crear y síntesis es descubrir.
En cuanto a los consumidores, Quintero indica que son personas jóvenes, que viven en las ciudades, clase media o media alta con capital cultural. Tienen entre 17 y 24 años, la edad de la exploración con las drogas, dice.
—¿Cómo llegan 2CB, MDMA, metanfetaminas y otras drogas de ese tipo al consumidor?
—La primera son los jíbaros de las ollas (aquellos que caen como chulos hambrientos sobre los carros y los transeúntes); la segunda son los dealers de confianza que llevan la droga a domicilio, en una logística de llamadas telefónicas y visitas disimuladas; en tercer lugar están las fiestas (los llamados amanecederos); la cuarta son los amigos, la red social inmediata y de mayor confianza, y finalmente, la quinta posibilidad, más bien escasa, es comprar la droga desde otros países desde internet, se paga en Bitcoins, la divisa creada en 2009.
Quintero asegura que algunas drogas sintéticas llegan prensadas y listas al país para su distribución, otras como la ketamina, llegan en polvo, pero al final de cuentas en Colombia se produce tanta droga sintética como la que entra, en su mayoría proveniente de Europa y Estados Unidos. Y lanza una cifra: en Bogotá se consumen fácilmente unas diez mil unidades de NPS en una fiesta extraordinaria en un fin de semana.
—Ustedes realizan cada viernes análisis químicos en su laboratorio para medir la calidad de las sustancias que la persona accede voluntariamente a dejar aquí y que planea consumir pronto. Más allá de si el examen es confiable, quiero preguntarle por la droga más adulterada que han detectado en su laboratorio.
—A través del servicio de análisis de sustancias, preliminarmente, podemos decir que la sustancia más falsificada es el éxtasis, que no era MDMA sino anfetamina. En estos casos los efectos deseados son diferentes y mezclarlo con otras sustancias eleva los riesgos.
—¿Cuál es el mayor riesgo de los consumidores, lo que nunca deben hacer?
—Lo más peligroso son las intoxicaciones etílicas. Mezclar alcohol y NSP puede llegar a ser fatal.
El científico de la fiscalía
William Garzón, sesenta años, cejas escasas y cara lampiña, es el coordinador del Laboratorio de Química de la División de Criminalística del CTI de la Fiscalía. Entró a estudiar Química en la Universidad Nacional en 1986, cuando el narcotráfico estaba en auge y había corrompido todos los niveles de la sociedad colombiana. En aquella década, las drogas relajantes y de esparcimiento dieron paso a la línea blanca que potencia el rendimiento y vigoriza mente y cuerpo, el espíritu de los tiempos dotó a Wall Street del aura blanca que soslayó la contracultura, y la velocidad y el éxito se volvieron modelos.
Conversé con Garzón hace poco más de un año, en la reportería para mi libro CSI Colombia (Random House, 2018) sobre el funcionamiento del Laboratorio de Química, los análisis que allí se realizan a la droga incautada en los puertos (aéreos, marítimos, terrestres) del país, y los análisis de Garzón y su equipo. Su dictamen es concluyente: muchas mulas terminan su viaje o naufragan en su intento de cruzar el Atlántico cuando el informe enviado por el laboratorio finaliza con tres palabras precisas, formales, diligentes: “positivo para cocaína”. De ahí en adelante, si salen las palabritas, la persona tendrá que enfrentar a la justicia.
Garzón afirma que podríamos estar sobre seiscientos tipos de drogas sintéticas: mezclas, adiciones, alteraciones, complementos y adulteraciones de compuestos químicos que se distribuyen en las calles o bares de las ciudades. A partir de la segunda década de este milenio, las policías judiciales de Bogotá (Dijin y CTI) han tenido que actualizarse para tratar de entender los nuevos tipos de drogas y su dinámica.
—Con estas drogas no hay prueba de campo (PIPH) —confiesa Garzón resignado—. El problema es el vacío jurídico, no hay legislación que condene ni tipificación del delito.
—¿Existe una dosis mínima de este tipo de drogas?, pregunto, luego de ordenar algunas muestras que él me alcanzó para examinarlas.
—No hay dosis mínima establecida, además es difícil saber quién es consumidor y quién distribuidor.
Una de las drogas NPS más comunes es el LSD, que en su presentación más conocida parece papel de colgadura adhesiva de unos veinte centímetros. Y cada uno de estos minúsculos cuadros impregnados de ácido lisérgico se mastica; las gotas, en cambio, se aplican en el lagrimal del ojo. Los efectos son inmediatos, duraderos y variables.
En Bogotá es usual que cuatro amigos reúnan cuarenta mil pesos y lo dividan en cuatro partes. La exactitud es una necesidad y una obligación en este tipo de viajes comunitarios.
Las nuevas drogas, en algunos casos, se utilizan para falsificar otras como el éxtasis o el LSD, aprovechando que ya tienen un mercado ganado; en otros casos, se comercializan en empaques distractores que ocultan su composición real y que indican usos como “sales de baño”, “abono para plantas” o incluso “incienso” e incluyen la leyenda “No destinada para consumo humano”. Por esta razón, las autoridades nacionales de drogas y las agencias sanitarias –en nuestro país, el INVIMA– tienen dificultades para actuar: los productos no contienen sustancias incluidas en las listas de fiscalización internacional, suplemento dietario o cualquier producto sobre el cual que pueda controlarse sanitariamente.
Garzón confiesa que se siente impotente cuando menciona el tema de drogas NPS. Él trabaja contra algo que parece inalcanzable. Las bandas o personas que trabajan por cuenta propia y que trafican van un paso adelante, pueden sacar diez tipos de NPS en su laboratorio a partir de otra sustancia en cuestión de días. Además, para que una sustancia sea tipificada como ilegal transcurren dos o tres años.
—¿Si a usted lo cogen con esta resma de LSD, lo pueden detener o judicializar?
—Claro que sí —dijo con una sonrisa aguda, destemplada—. Usted puede decirles que no es LSD sino otra cosa, la que se le ocurra. Igual ellos la envían acá. Nosotros les decimos si la composición molecular da para que sea LSD o MDMA, lo que sea. No más. Otra cosa es que esa sustancia sea ilegal, y usted quede a disposición de un juez, que no pasa mucho.
Demanda y delito
Las drogas son mucho más que compuestos químicos, y pueden tener mucho de efecto placebo, de sensación grupal; también de primíparadas: en muchos casos hacen pasar una aspirina con una carita feliz por éxtasis. Los informes del Observatorio de Drogas de Colombia, de la ONU y la Fiscalía son valiosos y el primer paso para construir una hoja de ruta para conocer y controlar el consumo, tráfico y producción de drogas NPS, pero no dejan de ser una versión oficial. Una adaptación documentada de las clases de colegio, con explicaciones moralistas, acartonadas, que se deben tomar con pinzas, porque la clave del narcotráfico es la demanda: si no la hubiera, no sería negocio ni delito.
En Twitter @Sal_Fercho
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