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Hubo tiempos en que por tierras cachacas se usaban otras palabras, muchas de ellas encabezadas por la P, pe.

Digamos, las que tenían que ver con la pata. La gente comía pata, daba pata, echaba pata y cuando era bien lejos era una patoneada. Andaban en patota, metían las patas, al de pies grandes lo llamaban patón, y en las fiestas siempre había por lo menos un pato y un patán e incluso, un patinchao, un parchudo, un petardo y un paquete.

Al que caminaba de cierta manera le decían patuleco o patecumbia. El que se la pasaba de arriba para abajo era un pateperro y probablemente algún día lo pasaran al papayo y lo encontraran patasarriba.

La doble moral dividía a las mujeres entre puras y pecadoras, y los hombres se casaban con las primeras, pero los viernes se iban para donde las postreras. Las muchachas bonitas eran patojas y si salían bien cuquitas se les decía patojitas. El amor era prístino, pero había hombres perros, pícaros y picaflores, que preñaban prestos y ponían pies en polvorosa.

El polvo era polvo, levantaba un polvero, y se limpiaba pero no se echaba. La palabra tenía valor supremo y la gente no se patraseaba ni se paniqueaba con los pactos.

En una reunión podía haber un Pacho, un Pocho, un Pote y un Pocholo, y podían tomarse unas pocholas sin que se armara pelotera.

Hacer pistola era una grosería, juepucha, y para insultar a alguien se le decía pendejo y si era con mucha rabia se le extendía a gran pendejo para que se dejara de pendejadas.

Las parejas salían a parrandear y se iban de pachanga. Bailaban porro antes de que los españoles se lo fumaran y se mecían cadenciosas con boleros de Los Panchos.

Los techos eran pajizos pero no pajuelos, que era otra cosa y no tenía nada que ver con la pajita en boca ni con hablar paja, que eso siempre ha sido de los políticos que hacen ochas y panochas con nuestro peculio.

Se comían pinchos y se preparaban ponches. El puchero era un cocido (no confundir con peto), y en plural lo que hacían los culicagaos cuando iban a chillar. No se lactaba sino que se daba pecho con las puchecas, que no se podían mostrar porque había pendiolos y pacatas. Los hombres sacaban poteca y pecho y después lo ponían, el pecho.

Cuando las familias salían de Bogotá se iban de paseo y este podía ser de olla. Todos se emperifollaban, porque antes, lo mismo que para ir a Misa, se ponían la pinta, no como ahora, que se chantan la sudadera y muestran los cucos.

En las casas había platón y platero, pato y Parche León, patineta y patines de metal con cuatro ruedas. Los chupos se pringaban y antes de que Condorito hiciera plop, se usaba pamplinas, y el potpurrí era eso que ahora llaman mix, pero no se podía comprar en la miscelánea.

Perencejo era muy mentado pero poco conocido, y yo les agradezco a los lectores y a las niñas de Las Pachas por leer esta perorata sin perendengues, con mil disculpas, porfis, si les puse mucho pereque.

WWW.CARLOSGUSTAVOALVAREZ.COM

 

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PERFIL
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Carlos Gustavo Álvarez G. es periodista y escritor. Ha dirigido y editado diferentes medios de comunicación --Revista Elenco, Edición Dominical EL TIEMPO, Revistas Credencial y Cromos-- y publicado 14 libros sobre diversos temas. En 2017 cumple 35 años como columnista de prensa, labor que ejerce actualmente en Portafolio y en el blog Motor de Búsqueda de EL TIEMPO. www.carlosgustavoalvarez.com

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