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Durante años, muchos de nosotros nos hemos mantenido firmes (y hasta cerrados) en la teoría acerca del rol de la televisión como entretenimiento pero nunca como educación. En otras palabras, hemos manifestado que no podemos esperar que la televisión eduque porque esa no es su función sustantiva, no está hecha para eso, no, no y no.

Sin embargo, es necesario tener en cuenta que los avances y desarrollos de la TV, no solo como aparato (más delgado, mejor imagen, mejor sonido, etc.) sino como medio (más programas, más canales, más opciones de entretenimiento) han llevado a que comencemos a mirarla de otra forma, no con temor y repugnancia, sino como una plataforma que puede ofrecer muchos más beneficios de lo que creemos.
Valerio Fuenzalida, reconocido estudioso del tema de los medios de comunicación y la infancia, en un artículo titulado «Políticas públicas en ambiente televisivo digital. La oportunidad cultural – industrial de la TV infantil», publicado en la revista Estudios Sociales Nº 120/12, aborda en parte el tema del papel educativo de la televisión
En primer lugar, el maestro Fuenzalida define la televisión infantil  «como una programación realizada y emitida segmentadamente para una audiencia infantil». Esa segmentación se define según el público destinatario y no temática. Por otro lado, indica que como existe una baja oferta de televisión infantil en los canales abiertos, exponiendo el caso chileno que no es nada lejano al caso colombiano, entonces los niños migran a la televisión cerrada o por cable «reconociéndose como los destinatarios de los canales infantiles que transmiten las 24 horas los siete días a la semana». En consecuencia, los niños, como audiencias, «están construyendo en sus mentes y en sus afectos la percepción que el nicho de la televisión infantil está en el cable». Y tiene su lógica: en la TV abierta existen algunas franjas con programas para los niños mientras que la TV cerrada cuenta con canales para los niños.
¿Pero tiene algún beneficio esos canales y programación para los niños? Como ningún programa, ni siquiera la «Baby TV», tiene la capacidad de sustituir la «triple estimulación familiar: auditiva, visual y táctil – cinética», Fuenzalida afirma que se han desarrollado modelos de narración televisiva que permiten un papel más formativo y activo de la televisión. 
Así como la American Academy of Pediatrics (USA) desaconseja que los niños menores de dos años vean TV, otras investigaciones, especialmente aquellas que han estudiado el fenómeno de «Plaza Sésamo» han llegado a la conclusión de la «influencia positiva de programas realizados con asesorías especiales y nuevos conocimientos»: aprendizaje de vocabulario, gramática, interés por la lectura, entre otros. Sin embargo, dice el artículo, la diferencia puede estar en lo que denomina «el encendido de la TV como Background de compañía para los bebés, sin que los adultos discriminen programas adecuados, y el visionado Foreground, donde hay selección de programas adecuados, justamente para que el niño visione contenidos relevantes». En este último visionado cobra gran importancia la mediación por parte de los padres.
Ahora bien, como existe un cambio en la representación del niño y el adulto en los programas infantiles, en donde el niño pasa de un estado vacío y pasivo a un estado activo, en donde es el protagonista de historias completas, unificadas, en donde es el enunciador que posibilita una identificación con el protagonista y las capacidades representadas, lejos del formato de pequeños sketchs independientes, sin relato, pues esto, según el artículo, puede ser de gran ayuda para un continente en donde «la pobreza afecta al 34,1% de los hogares latinoamericanos (…) en ambientes de gran desigualdad. (…) Una programación con Baby TV de buena calidad, dosificada, y que estimule la interacción familiar (…) puede ser de gran ayuda educativa importante para la mujer que crecientemente trabaja fuera del hogar y que necesita de las ayudas disponibles». Pero para que eso funcione, Fuenzalida entrega tres condiciones:
1. Deben ser programas infantiles diseñados para estimular el desarrollo sensorial, con sonidos gratos y sin estridencias, con música suave, colores, figuras y movimientos.
2. Requiere tiempos controlados de exposición.
3. Requiere mediación afectiva de los adultos. Así, la utilidad de esos programas no se relaciona únicamente con la calidad de la emisión sino también con las condiciones de la recepción.
Incluso Fuenzalida afirma, según información proveniente de la etnografía del consumo infantil en el hogar, que la motivación de los niños a ver TV en hogar está ligada a la necesidad de descanso por una serie de procesos bioquímicos corporales del sistema nervioso – motor autónomo parasimpático: el niño, al regresar del colegio, viene de un estado de cansancio psico – somático producto de las largas jornadas, de las tensiones propias de la vida escolar, del cansancio físico, etc. Así, al llegar a casa, «pasa de una situación de rendimiento a una de descanso (…) ven programas infantiles, prefieren animados y comedias (…) lo que les permite relajarse a través de la risa y reenergizarse para emprender tareas escolares y tareas de ayuda en el hogar».
No se ustedes, pero me parecen muy interesantes las reflexiones del profesor Fuenzalida. Resalto la importancia de la calidad de la programación, de la pertinencia del contenido según la edad, de los tiempos de visionado y especialmente el papel que cobra la mediación y acompañamiento de los padres de familia.
Finalmente, debemos tener en cuenta que el peor error es satanizar a los medios, en este caso a la TV, o prohibirla. La mejor herramienta es capacitarnos y como lo dije en un anterior blog, formarnos como una familia interactiva, aquella que es capaz de sacar el mejor provecho de los medios y las tecnologías que tenemos en casa.
Nota: Imagen tomada de www.misdibujos.net
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