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Josué Martínez FPor: Josué Martinez

La ridícula, irónica y cruel frase “arbeit macht frei” (el trabajo te hace libre) que estaba en la entrada de Auschwitz-Birkenau, le dio la bienvenida al ejército rojo que estaba conformado por rusos, ucranianos, chechenos, georgianos y tártaros. El panorama de la “liberación” del mayor campo de exterminio nazi era más que aterrador. Grandes cantidades de cuerpos yacían por doquier sobre la nieve, pocos sobrevivientes y en estado crítico, muchos de ellos pesando menos de 30 kilos, cadáveres andantes que retrataban la barbarie a la que habían sido sometidos.

Mucho se conoce acerca de la forma en que murieron más de un millón de personas al término de la Segunda Guerra Mundial. Trabajos forzados, alimentación casi nula, un pijama viejo de dos piezas para resistir bajísimas temperaturas, castigos y maltratos a voluntad; todo esto para los que podían trabajar. Peor suerte tuvieron los que eran escogidos para las brutales e inhumanas pruebas médicas que les practicaban sin ninguna clase de anestesia. Los que no servían para trabajar por supuesto pasaban por las cámaras de gas y los crematorios masivos para seguir engrosando las horrorosas listas de víctimas del holocausto. El servicio de inteligencia soviético conoció que días antes de su llegada a Auschwitz, los alemanes, al ser conscientes de que perdían la guerra, obligaron a 10.000 prisioneros a desplazarse desde ese campo de concentración a otros campos a pie para ser reubicados… ninguno logró llegar a la meta, todos murieron por el camino.

A pesar de lo aterrador e irreal de las circunstancias, y de lo difícil que sería comparar con otra la experiencia que vivieron los soviéticos al ocupar Auschwitz; entre las filas del ejército rojo hubo alguien que se familiarizó un poco con lo que vio. Entre 1932 y 1933 Ucrania sufrió el azote de una hambruna inclemente que acabó con la vida de millones de personas. Aunque el término genocidio fue retirado de este suceso histórico por algunas instituciones, lo cierto es que fue producido por el proceso de colectivización que se realizó bajo las órdenes de Lósif Stalin. Según algunas fuentes se creó un desabastecimiento artificial dirigido hacia la población campesina de Ucrania acompañada de represión, mal trato, prohibición de cualquier tipo de comercialización de pan en determinadas regiones etc. Víctimas de agotamiento físico, tifus, envenenamiento gastrointestinal, represión y suicidio entre otras causas, llegaron a morir en la primavera de 1933 veinticinco mil personas por día.

Anatoly Shapiro fue el primer oficial del ejército de la Unión Soviética que entró en Auschwitz-Birkenau. Nació en Ucrania el 18 de enero de 1913, razón por la cual lo relaciono con los dos fatídicos eventos. Vio morir a miles de compatriotas a manos del totalitarismo comunista de Stalin en 1933 y también fue testigo un 27 de enero, hace 70 años, del salvajismo y la brutalidad soportada por el pueblo judío en el holocausto nazi. Esto fue lo que dijo en una entrevista antes de su muerte en 2005: “Si tengo algún mensaje para la siguiente generación sería muy simple: no permitir ni por un segundo que lo que ocurrió durante estos años se repita de nuevo”.

El ejército francés mato a más de un millón de argelinos durante la Guerra de liberación entre 1956-1962, la Guerra de Vietnam (1964–1975) dejó más de cinco millones de muertos, en los campos de la muerte de Camboya fallecieron más de doce millones de personas en menos de 4 años, la enemistad ancestral entre las etnias hutus y tutsis en Ruanda, hizo que en 1994 murieran un millón de personas aproximadamente en tan solo unos meses, miles y miles de kurdos murieron bajo el régimen de Saddam Hussein… por nombrar algunos de los genocidios más mencionados que se dieron lugar después de la segunda guerra mundial ante la mirada indiferente y egoísta de la comunidad internacional.

Se podría pensar que a raíz del avance de la tecnología y la ciencia y teniendo como antecedente todas las brutales experiencias ya mencionadas, hoy el mundo debería ser mejor y la mentalidad de las personas tendría que haber evolucionado, llevando a desarrollar herramientas conjuntas entre los países que busquen la igualdad y la paz en los pueblos, para que nunca más primen los intereses personales, ideológicos o religiosos por encima del bienestar común y del respeto por la vida; pero, con horror hoy nos tenemos que dar cuenta de que ha sido totalmente al contrario.

¿Qué le podríamos contar de esta generación a Anatoly hoy en día? Que el régimen de Bashar Al-Asad en Siria ha dejado cifras espeluznantes en pleno 2014: más de 160.000 personas muertas con un gran porcentaje de civiles, dos millones de refugiados aproximadamente en el último reporte de 2013, infinitas violaciones de los derechos humanos y crímenes de guerra, abusos en contra de minorías, mujeres y niños, utilización de armas biológicas en contra de la población civil y masacres colectivas. El reporte también diría que hay en medio oriente un grupo de locos endemoniados que mutila, decapita y quema vivos a los que no siguen sus teorías radicales, y no satisfecho con esto, publica todo lo que hace por internet. Le contaríamos también que hay en Suramérica un país bajo el control de un régimen en el que no hay libertad de prensa, en el que los líderes de la oposición están en la cárcel o son perseguidos por las fuerzas del gobierno, en el que la gente está comenzando a sufrir las consecuencias del desabastecimiento, en el que la inseguridad y el crimen van en aumento, en el que todo el que piense diferente es enemigo del estado, es un peligro para la sociedad y está en una conspiración para matar al presidente; un país en donde todo el sector privado que no esté intervenido por el gobierno es perseguido y expropiado (parece que estuviera hablando de comunismo soviético pero no, está pasando allí, muy cera de nosotros).

Y lo más grave del asunto es que tendríamos que contarle que todo pasa a la luz del día, ante la mirada pasiva y cómplice de los países vecinos. Para terminar le contaría algo más personal, le diría que en nuestro país secuestran gente a cambio de plata, que a los secuestrados los encierran en jaulas hechas de alambre de púas, (sí Anatoly, como en los campos de concentración) que todavía usan grilletes y que los encadenan del cuello; le contaría que en un proceso de paz entre la guerrilla y el gobierno colombiano, un punto de discusión es si desminar o no los campos (¿se puede ser tan absurdo?). Y terminaría contándole definitivamente y para que se diera una idea de nuestra precaria condición, que en nuestros medios de comunicación fue más importante una noticia de entretenimiento y otra de deporte, que la muerte a bala de 4 NIÑOS en algún oscuro lugar de este país enfermo.

Algo hicimos mal Anatoly, su deseo no se pudo cumplir. En vez de aprender la lección y no permitir que volviera a pasar, ahora parece que sucede con más frecuencia. No, señor Shapiro, lamento informarle a usted que tuvo que presenciar dos de los más crueles momentos de la humanidad, que no mejoramos… ahora parece que somos peores.

T. @10SUE10

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