Hoy los colombianos nos estamos preguntando si lo que se está negociando en La Habana, Cuba, es decir los diálogos de paz, que iniciaron hace más de dos años para dar fin a medio siglo de conflicto armado interno con las FARC, darán buenos frutos.
Todos los colombianos nos estamos preguntando hacia dónde va el país, si nos doblegaremos ante las pretensiones de amnistía e indulto total de un grupo armado irregular que ha perpetrado una de las mayores oleadas de violencia, terror y odio, minando la tranquilidad de nuestra sociedad; o si por el contrario, buscaremos el camino de la justicia transicional con bases en la verdad, la justicia, la reparación y sobre todo en la garantías de estabilidad y no repetición.
Tras escuchar las declaraciones de Humberto de la Calle, al decir que los acuerdos están en su peor momento de crisis, sólo nos queda por pensar que la solución a la guerra que vive Colombia no vendrá desde La Habana. Aunque se vienen negociando diversos temas, profundos e importantes, tales como: política de desarrollo agrario integral, participación política, fin del conflicto, solución al problema de las drogas ilícitas, víctimas, implementación, verificación y refrendaciones.
Esta antesala y sombrío panorama, sólo me permite lanzar mi primera afirmación, en el sentido de enfatizar que más allá de hablar de reparación, hablemos de restitución como parámetro de postconflcito. Ello significa, no hablar solamente de reparación, entendiéndolo como el arreglo de lo que se daño, o como se diría coloquialmente reparar un objeto material, como un carro, una casa, un aparato tecnológico, etc.; sino que ahora ya que no se trata simplemente de reparar lo que alguna vez estaba sano y se deterioró, necesitamos ir más allá de la reparación, debemos buscar el camino complementario de la restitución, entendida como el plus y el acto simbólico de cerrar las heridas del pasado y cicatrización de la violencia, mediante un excedente humanitario, no de dinero, sino de compensar el daño moral causado a los millones de víctimas que aún quedan en el país.
El derrotero que buscamos es fomentar una cultura de paz mediante la construcción de memoria histórica, que solamente se conseguirá cuando apliquemos un política integral de restitución que evite males peores a las nuevas generaciones.
Quiero resaltar que esta generación que viene, no es la generación de la guerra, no es la generación que se reconoce como víctima directa del conflicto, pero sí como los hijos e hijas de aquellas víctimas directas. También quiero decir, que esta generación es aquella que recibirá los impactos colaterales y consecuencias del conflicto armado interno, haciendo más vulnerables a jóvenes, mujeres y niños frente al riesgo de abuso, violencia sexual e intrafamiliar y con las más altas tasas de impunidad, silenciamiento y repetición de los ciclos criminales que en la historia pudiéramos ver. La secuelas de la guerra nos están afectando en silencio, la herencia que se deja en las familias no es la mejor.
Esta afirmación se sustenta en las palabras que pronunció este viernes pasado, Jorge Parra, representante del UNFPA en Colombia, en el marco en el día mundial de la población: «son 1’800.000.000 de jóvenes y adolescentes en el planeta tierra, nunca hubo tantos jóvenes en este planeta, pero tampoco nunca hubo tan preocupantes cifras en la juventud como lo refleja el embarazo de mujeres entre los 10 y 14 años con altos niveles de dependencias a los padres, profundización y perpetuación de la violencia de género; y en los hombres, el involucramiento con microtráfico, pandillas y bandas criminales».
Esto me lleva ha pensar en mi segunda afirmación y con la cual quiero llevar a la reflexión final, estamos viviendo un momento histórico, en donde imperativamente no podemos desaprovechar el potencial de la juventud, respaldar el ejercicio de sus derechos y ante todo, buscar que la juventud se convierta en un verdadero actor estratégico para el desarrollo y la afectación positiva que necesita Colombia. No esperemos a la firma incierta de un papel a miles de kilómetros de distancia, comencemos ahora, porque seguramente se nos demandará el resultado final de la brecha generacional que se abre, y de las prontas soluciones que pudimos impulsar acerca de una propuesta de vida seria, de paz, educación y equidad para la protección del futuro de los jóvenes, y se nos pedirá cuentas de ¿que hicimos con los 13 millones de jóvenes que hoy habitan el país y significan más del 28% de la población total del territorio colombiano? ¿Los empoderamos para transformar y ser relevo en cada esfera de su entorno?
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