Con el fin de hacer memoria histórica, con lágrimas que atragantan mi alma compungida, escribo estas líneas de un hecho macabro, trágico y aterrador de la violencia en Colombia acontecido el lunes 27 de noviembre de 1989, cuando el avión HK 1803 de AVIANCA que cubría la ruta Bogotá Cali, fue volado por la mafia del narcotráfico en pleno vuelo con seis tripulantes y 101 pasajeros a bordo, entre los cuales se encontraba mi tío César Augusto Camargo Rojas.
Esa funesta mañana los restos del avión y de sus ocupantes, se desparramaron en miles de pedazos en las inmediaciones de Soacha. El Instituto de Medicina Legal tuvo que recurrir a las versiones de todos los familiares y confrontarlas con los documentos de identidad hallados en el lugar, para poder entregar oficialmente los supuestos cadáveres para que descansaran en paz.
No tuve la fortuna de conocer a mi tío César, porque nací al año siguiente de su asesinato. Llegué a este mundo en medio de la confrontación sanguinaria de los carteles de la droga que acabó incendiando la violencia guerrillera de hace más de cincuenta años. La esposa de mi tío, sus hijos y hermanos, jamás imaginaron que les tocara padecer en carne propia esta dura realidad; a raíz de esto, mi familia sigue derramando lágrimas eternas, su partida prematura hace que me cuestione por qué le arrebataron la vida en forma injusta y miserable.
En 26 años la justicia no ha podido determinar los autores materiales e intelectuales de este crimen de lesa humanidad que sigue impune. Hace pocos años, cuando la investigación ya había sido archivada y olvidada, se empezaron a conocer los testimonios de personajes del narcotráfico como la “Quica” y de personas muy cercanas a la familia de Pablo Escobar Gaviria, que han arrojado luces sobre la forma como se desarrolló el macabro plan y confirman las especulaciones que ya se habían convertido en verdades callejeras: el avión fue explotado por esbirros de Pablo Escobar Gaviria, por la posibilidad de que en ese vuelo de Avianca viajarían los dos hermanos Rodríguez Orejuela, jefes del cartel de Cali y el político César Gaviria Trujillo, declarados objetivo militar.
Cómo nos duelen estos acontecimientos atroces y absurdos como los del avión de Avianca o las masacres de los grupos narco guerrilleros o paramilitares que siguen alimentando la violencia absurda e indiscriminada sufrida por la población civil. Y duele aún más, la impunidad rampante y que las víctimas sobrevivientes sigan mendigando justicia.
Aún no logro entender por qué se derrama inútilmente tanta sangre inocente al punto que el pueblo se ha vuelto desmemoriado e inmune al sufrimiento; y mucho menos logro entender por qué, paradójicamente, somos tan bullangueros y alegres al punto que las encuestas nos consideran como uno de los pueblos más felices del mundo.
Quizás este contrasentido se deba a que nuestra memoria histórica reconstruye el pasado desde la verdad mediática y las memorias colectivas macondianas, donde la realidad y la ficción se entrecruzan alimentadas no sólo por el factor telúrico, sino por el olvido evasivo, el silencio cómplice y la indiferencia premeditada de los poderosos.
En este avión se extinguieron 107 personas inocentes, entre ellas mi tío César; todos se convirtieron en las más grandes estrellas del firmamento y nos han dejado su legado de seguir luchando para que Colombia algún día, por fin, goce de un respiro eterno.
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