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davidFPor: David Díaz Báez.

Siempre he pensado que los mejores discursos se dan con aquello que llaman alma. Ese concepto intangible, esa subconsciencia que cuando arde tiene su propio lenguaje. Es una conmoción terrible, implausible, desequilibrada en cada una de las ocasiones. El alma habla con fe, cree en lo que ambiciona, y alardea de imaginación, ensombrece el juicio. Es cuando se enciende el alma, que se ilumina la ira, que se desata la locura, que aparece la intuición, que florece la pasión, que resplandece el amor y finalmente enloquece la razón. La razón, la suprema conciencia, le apetece lo indicado, la obediencia, la disciplina, lo evidente; son los tiempos donde creemos que lo mejor es hablar con la razón y no actuar con el alma, pero ¿qué tan inteligente es proceder con la cabeza evitando el ímpetu?

Noches atrás estuve apreciando una partida de ajedrez, y mientras allí observaba no tardé en cuestionar a aquellos que comparan la vida con este objeto para el esparcimiento. ¿Es la vida un juego? No lo creo, este lapso entre nacimiento y muerte debe llevarse con toda la seriedad posible y eso implica entre otras actitudes amar sin mesura, reír sin parar, llorar sin consuelo, liberar, explotar, explorar cada una de las sensaciones que nos ofrece la biología humana y su entorno. Tal vez en lo único que podría acercarse este juego a una percepción personal de la vida que usted puede compartir o no, es que al perder la reina se hace más arduo gobernar, pues perderla hace entender que no se ha hecho una buena administración de los recursos, que se ha realizado una serie de movimientos no adecuados para prescindir de ella y al perder su pueblo, ese rey debe ser derrocado porque tarde o temprano se pierde la partida.

Desde chico, desde que vi el rey león, sabia que algo no andaba bien, que no se puede vivir del “Hakuna Matata” mientras el tío malo reina a diestra y siniestra. En días como hoy, como ayer y tal vez mañana, en días como todos, me cuesta comprender cómo seguimos regidos, maniobrados, administrados por reinados disfrazados de democracia. Implícitamente que en nuestra institución más pequeña, que es la familia, aún existan jerarquías. El patriarcado, que se extiende hasta la inevitable emancipación de los hijos, sin hablar del patronato en otras corporaciones, llámelo como quiera: jefe, señor, coronel, general, papa, maestro, doctor, pastor, patrón, gobernador, alcalde, ¡Presidente!

La sumisión es evidente, y el legado del poder inherente. Y es sorprendente cómo se sigue eligiendo en el país, (iba a escribir elegimos pero en realidad siempre que he participado en los bocetos de democracia que por acá se realizan nunca he elegido a esos cafres a quienes muchos de ustedes le han otorgado su confianza y poder, por lo general cuando alguien me convence ese alguien no prospera, es extraño porque también me suele pasar cuando alguien me simpatiza no precisamente en temas de elección popular) el caso es que en el país se sigue eligiendo al hijo de “tal” que fue magistrado, al nieto de “este” que fue presidente e introdujo la televisión al país; ese tiesto obsoleto que no enriquece a nadie, o al sobrino de “aquel” que fue dueño de tal medio escrito. Y así, manifiestamente el alma de la república: la democracia, aquí no existe.

En una época donde el consumo y la publicidad lo es todo. Donde las lecturas son mejores si están en cartelera. Donde importa más si el caballero se vistió de blanco para resaltar en la imagen, que regaló unas casas porque es un buen samaritano y no porque es una obligación del gobierno administrar de esta manera nuestros impuestos. Donde todos venden estadísticas y ni se sabrá el nivel de evidencia de esos estudios. En un país donde importa más ese tipo de apariencias que un buen discurso, repito, de aquellos que se hacen con el alma, por amor a uno mismo, a las personas, a la sociedad como tal vez lo propuso Gaitán, o lo intento Galán, una alocución jocosa como la interpretaba Garzón, una oratoria pausada, elocuente como lo hace Mockus, de esos personajes que corroboran sus palabras con hechos, hoy se necesita de esa locura, de esa irreverencia, se necesita de Alma en Colombia.

¡Tantos años de obediencia y de disciplina mal orientada en esta nación! Porque eso sí, mis coterráneos son obedientes para despojar, para chismear, para malinterpretar y disciplinados cuando se habla de ganar dinero fácil, de comer fácil, de vender el país al diablo, son obedientes a los medios y disciplinados a sus cultos. Tantos años de unos pocos en el poder, tanta bestia al mando, e incontables peones tras la bestia, ¿cómo es que el lugar de las grandes llanuras, de los abundantes ríos, de los ricos paisajes, de la gente legre, se convirtió en el nicho de las masacres, del terror, de caudales de sangre? ¿Cómo es posible que aún debatamos en una mesa si contemplamos o no la paz? Y no hablo precisamente de los diálogos de la Habana, pues ustedes a diario se debaten entre la paz y la guerra. De mucha moral pero poco perdón, es más, ¡aun se debate la gloria inmarcesible y el júbilo inmortal!

El paso por la vida no es un juego, “La vida es sagrada” la suya, la mía, la de miles de niños que mientras usted lee esto habrán muerto por desnutrición, o por desigualdad que es su etiología, la de las personas que terminan su ciclo biológico sin conocer el agua potable, aunque su tierra le haya dado agua potable a media patria. La del soldado, la del guerrillero, la del pueblo pues el bien no germina allá.

La cabeza nos ha fallado y padecemos de una extraña enfermedad muy parecida al alzhéimer, es notorio el problema de memoria. ¿Qué inusual patología nos embiste? Parece utópico pensar que acá se tomen vías de hecho no violentas, que usted como colombiano “dirigente político” (si así se le puede llamar a esa especie) deje al lado su inocente educación competitiva y si tiene la posibilidad ayude a su prójimo, una fantasía que tristemente no prosperará. Hoy escribo porque estoy convencido de que no se debe evitar el ímpetu. Ese furor de hacer las cosas correctamente, de amar profusamente a la gente y lo que se hace y de manifestar con cólera e ira lo errado, pues al final del sendero, es esa la manera más fidedigna e irrefutable para profesar que su vida no fue un juego. Que su paso por la tierra que lo vio nacer, fue algo más que crecer y reproducirse. Que su obra haga que su ausencia sea innegable. Que se tomo su vida seriamente. ¡Ah, vaina seria!

Twitter. @Davidiazzb

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