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Por:Josué Martínez F Josué Martínez

Es viernes casi al medio día. Están reclinados cada uno en su asiento, desparramados, casi cayéndose hacia atrás y en sus manos el respectivo celular. La emisora  acaba de caer en un silencio a medias solo interrumpido por el murmullo a lo lejos del retorno general en el que se oye terminar la canción con la que cerraron, para luego dar inicio a lo que sigue en la programación una vez acabado su espacio.

Espacio radial que tuvo un momento particular luego de que tocaran el tema del llamado a indagatoria del expresidente más controversial de la historia de su país. Un oyente les hace saber su inconformidad a través de un mensaje de voz. Están parcializados, les dice, y atacan a lo que él cree es una especie de mesías, un santo, un intocable, el mejor colombiano de todos los tiempos, su expresidente, ahora citado a indagatoria por dos delitos. El mensaje es larguísimo y les trata de argumentar la razón por la cual, el personaje en cuestión es inocente. Él responde a ese mensaje de la manera más cordial, le manifiesta su única intención de informar y su poco interés político, sin embargo le quedan un par de inquietudes que no logra resolver y que le acompañan por varios días: por qué su espacio en radio es parcializado si sale a informar sobre algo que pasa en el país y por qué el oyente cree que tiene que demostrarle la inocencia de su defendido, si no fue él quien lo llamó a indagatoria, fue la Corte Suprema. Se responde a medias, que al fin y al cabo hay espacio para todos en los medios y que, en esa línea de pensamiento, debe conservar la neutralidad.

Aún esparcida en su asiento, su compañera de programa se pregunta en voz alta: -¿Qué hay en la Cinemateca?-, teclea en su computador en busca de la cartelera para luego informar. –Hay semana de cine colombiano, gratis, a la 1:00 pm presentan Jericó, ¿vamos? -. Ella estudia cine y desde que hacen el programa juntos, lo ha influenciado a conocer más ese mundo infinito del séptimo arte.

La película resulta muy buena, emotiva, reflexiva y capaz de mover fibras muy internas, produciendo el asomo de alguna lágrima, aunque él no lo reconoce al salir del teatro. La película se sitúa en un pueblo de Antioquia, narrada por protagonistas mujeres, todas en edad avanzada, que reconstruyen sus vidas prontas a llegar a su fin, llenas de nostalgia y melancolía. Cada una de las señoras va contanto su historia, cada una particularmente distinta, pero al mismo tiempo muy parecida y logra que el espectador se identifique con cada una de ellas, llegando a ver en cada personaje a su propia madre, abuela , tía, vecina o conocida. Es tan profunda y tan propia que lo mete en ese mundo de recuerdos, de sueños, de añoranza y por momentos cree que está allá adentro de la pantalla, contando su propia historia, sentado en alguna de las sillas, caminando por esas calles empedradas, admirando esas casas de estilo colonial, coloridas, de puertas grandes, de ventanales sin vidrio abiertos de par en par o compartiendo alguna bebida con amigos en alguna tienda vieja y espaciosa del pueblo, absorto y hechizado. Cuando vuelve en sí, está en la sala de la Cinemateca, sentado hacia adelante, con los codos sobre las rodillas, con la cara entre las manos, a punto de llorar. Pero no lo hace, no va a llorar por eso, está bien que una película logre todo lo que logró en él, pero no es para tanto, hay que conservar la neutralidad, después de todo, siempre ha escuchado que es bueno ser neutral.

Después de la película, a unas pocas cuadras de ahí, caminando hacia el norte por la carrera séptima, en el Planetario, hay un evento internacional, nada más y nada menos que de radio. Tiene mucha expectativa por los nombres de los panelistas que integrarán el conversatorio de esa tarde a las tres, periodistas de muchos años, locutores consagrados que escucha todos los días en las cadenas más grandes del país, seguramente estará interesante, máxime cuando la charla lleva por nombre: Colombia narrada en Radio.

Una de ellas fue periodista y locutora de un programa muy escuchado en el país en las tardes, que mezcla la realidad de la información, con la jocosidad y la ficción de imitadores que haciendose pasar por personajes reales le dan un toque de humor a la terrible realidad colombiana. Ella, quien hace un tiempo se retiró de los medios  y se dedicó a desarrollar un proyecto dirigido a la literatura, intervino con un llamado a no dejar solos a los periodistas amenazados que están lejos de las capitales, en los municipios apartados, a los que sufren de primera mano el conflicto (que continúa) y que no tienen quién los defienda y que tienen que lidiar solos contra los criminales que hacen de las suyas y que usan la violencia para desaparecer a cualquiera que se interponga en su camino sin discriminar, lideres sociales, activistas, profesores o comunicadores.

La otra gran intervención del conversatorio fue la de un locutor que está todas las mañanas en la mesa de trabajo del espacio de radio informativa, acaso, más escuchado de Colombia, quien movió sentimientos y arrancó aplausos de los presentes en más de una ocasión, al referirse a la precariedad de la radio en general, argumentando que los grandes medios, deben someterse a mostrar solo una pequeña parte de la realidad nacional, esa pequeña parte que le interesa a la clase dominante, que a su vez es la clase que tiene con qué pagar pautas, que son las que mantienen a flote la industria de la comunicación, olvidándose de esa manera de la gran mayoría de la sociedad, de la gente humilde, de los demás, de los que no cuentan, de los que no importan mucho, de los que deben seguir como borregos hacia donde se les indique, de la masa, de los menos importantes; radio de dirigentes para dirigentes.

No sabe bien si alegrarse porque el conversatorio resulta realmente interesante o si, sentirse mal, al ver la neutralidad de los panelistas. Está bien que han expuesto ideas bastante altruistas y que han manifestado firmemente su posición de inconformidad por la realidad preocupante del país, pero, queda en el aire una tranquilidad casi impune y cómplice de cara al futuro. Se percibe que, no obstante sus ideas, nada significativo va a pasar una vez se cierren las puertas de este evento y todo siga su curso a la desalentadora realidad.

Sale por un lado de la tarima del auditorio, viendo cómo los panelistas firman autógrafos y saludan a algunos participantes anciosos que les estiran la mano, para al menos tocar a quienes siempre oyen lejanos, desde un aparato de radio, un computador o un celular. Una vez afuera, quita el candado, se pone al casco, sube en su bicicleta y emprende el camino a casa por la carrera séptima, ahora llena de personas que impiden el paso, llena de vendedores ambulantes y sus carrozas; anda despacio, ve los edificios a lado y lado, piensa en el grado de inconsciencia que debe tener cada persona que pasa desprevenida por las calles, piensa en esa dosis de neutralidad que cada ser debe inyectarse al amanecer cada día para no vovlerse loco, loco de realidad, loco de cansancio, loco de asco, loco de necesidad por saber la verdad; piensa en lo poco cuerdos que todos deben ser, para conservar esa tranquilidad aparente.

Y en esos desesperados pensamientos, hay uno recurrente que no ha querido enfrentar: ¿y qué si esa máxima intocable llamada neutralidad no es tan buena como nos han inculcado? ¿Y qué si nos cansamos definitivamente y probamos otros principios menos convencionales, como por ejemplo, la verdad?

Twitter: @10sue10

 

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