A veces los árboles no dejan ver el bosque. Esto es justamente lo que ocurre en Colombia cada vez que se debate la distribución de las regalías por la explotación de recursos naturales no renovables, bien sea carbón, oro, níquel, petróleo o cualquier otro producto susceptible al pago de las mismas. Cuando se discute sobre el porcentaje correspondiente a cada región sobre el pago de regalías, el país se envuelve en un debate sin fin.
El tema siempre se torna algo espinoso, pues ninguna región está dispuesta a permitir la reducción de regalías. En efecto, una disminución en el pago de regalías podría truncar la ejecución de proyectos sociales y afectar la calidad de la población del lugar que recibe dichos recursos. No obstante, me surge una duda a título personal, ¿acaso son lo suficientemente estables estas fuentes de financiación como para condicionar en ellas el desarrollo de una sociedad? A decir verdad, no creo que así sea.
En primer lugar, la oferta de recursos no es estable. Muchos de estos se agotan con el paso de los años en ciertos territorios. En otras ocasiones su suministro se ve afectado por conflictos internos o restricciones comerciales. Adicionalmente, se trata de recursos que, aunque estén disponibles, su demanda es volátil.
Estos dos fenómenos hacen que los precios sean variables a lo largo del tiempo. En consecuencia, las regalías presentan la misma variabilidad. Confiar en estos recursos como fuente de financiación para inversiones a largo plazo no solo es riesgoso, sino que sería una irresponsabilidad ante generaciones futuras. Solamente en el caso del carbón y el petróleo, que para 2019 representaron un 55 % de nuestras exportaciones, sus precios internacionales presentan una caída superior al 70 % con respecto al de hace doce años.
Por si fuera poco, las perspectivas a futuro no son nada alentadoras. Por el lado del petróleo, hay infinidad de innovaciones tecnológicas en su extracción lo que ha reducido su costo y ha aumentado su oferta en el mundo. De igual manera, hay una sustitución creciente del petróleo por cuenta de los efectos que su utilización produce frente al cambio climático. El panorama con el carbón no es muy diferente. El mundo busca alternativas de generación de energía más limpia tal como gas natural o energía renovable, como energía solar, eólica o biogás.
Como ciudadanos debemos impulsar la transformación productiva de nuestro país. Es imperativo dejar de depender de la producción y exportación de recursos naturales no renovables y buscar alternativas mucho más estables y que agreguen valor.
Tenemos sectores como el agropecuario, el industrial y el de turismo sostenible, cuyo potencial es enorme y a futuro podrían ser fuente de riqueza. Es ahí donde iniciativas como las Comisiones Regionales de Competitividad juegan un papel crucial. Son espacios de diálogo, definición, promoción y cooperación público-privada, cuyo objetivo es impulsar la competitividad e innovación en sectores diferentes al minero energético.
Aunque a futuro nos preocupe la distribución de regalías, tema que no deja de ser importante, no debemos perder de vista la búsqueda de alternativas más estables y con potencial de crecimiento que aseguren el desarrollo económico y social del país. Colombia tiene un sinfín de alternativas mucho más sostenibles, productivas y efectivas que podrían ser motores de transformación. Es hacia allá a donde debemos apuntar.
No dejemos que los árboles nos impidan ver el bosque.
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