Por: Josué Martínez
“La violencia policial en el país no obedece a malos comportamientos de unos cuantos oficiales, sino a un problema estructural y sistemático. Entre 2017 y 2019, unas 289 personas han sido asesinadas por la Policía en Colombia, 39.613 han resultado lesionadas y 102 han sido víctimas de violencia sexual”, Temblores ONG
Mi padre prestó el servicio militar en la Fuerza Aérea, mis hermanos y yo crecimos oyendo las anécdotas que emocionado nos narraba una y otra vez, hasta que no solo las aprendimos de memoria, sino que, en mi caso, sirvieron para animarme a, tan pronto estuviera en edad, presentarme a alguna fuerza pública o militar para pertenecer a ella e intentar hacer carrera.
Así lo hice pasados los 18, renuncié al trabajo informal que tenía, me despedí de los míos y en pantaloneta y camiseta me presenté en el Distrito Militar más cercano, confiado en que no volvería pronto a casa, en que mi historia en una gloriosa Fuerza de mi país comenzaba y me llevaría muy lejos. Esa idea me abandonó muy pronto.
En el salón en el que estábamos, previo a recibir exámenes de todo tipo para la admisión al Ejército Nacional, la gran mayoría de los muchachos no quería prestar el servicio, argumentaban dolencias y enfermedades de todo tipo para demostrar su inhabilidad, a uno le dolían las piernas, otro tenía no sé qué malformación, hubo alguien que como argumento dijo que le dolía una muela, otro incluso, se puso a llorar. Me percaté muy pronto de que yo era el único que quería enlistarme.
Al pasar por el examen odontológico, la doctora me dijo que yo no era apto porque tenía algo que se llamaba luxación de mandíbula y que podía complicarse con el tiempo. De nada sirvieron mis súplicas no solo a la doctora sino también al Cabo que coordinaba el proceso, en donde les exponía mis ganas de pertenecer a esa Fuerza, mi gusto por la institución y lo poco o nada que esa tal luxación me impedía desarrollar cualquier actividad como cualquier otra persona.
La explicación final ante mi insistencia recuerdo que fue que a la entidad no le gustaba hacerse cargo de personas que pudieran tener algún problema físico a futuro, por leve que este fuera, ya que eventualmente les crearía inconvenientes.
Más que injusto, el argumento me pareció ridículo, dado que estas entidades cuentan con los recursos y las herramientas más que suficientes para atender a sus integrantes, mucho más que cualquier otra entidad del país, bien se sabe que a estas está destinado gran parte del presupuesto nacional y sería mucho más coherente que eligieran aspirantes que quisieran ser parte, que amaran la institución y quisieran representarla, máxime cuando el problema, para hablar de mi caso, no infería en absolutamente ninguna actividad física; de qué les sirve tener gente con físico perfecto pero que van por obligación o necesidad.
Con el pasar de los años esas conclusiones a las que llegué cuando quise ser parte se afianzaron y el panorama de las precarias fuerzas colombianas nunca estuvo tan negro, nunca antes los colombianos desconfiaron tanto de esas entidades, nunca antes había quedado de manifiesto tan claramente que dichas entidades perdieron el rumbo hace rato y tienen unos problemas estructurales, ideológicos y de funcionamiento de dimensiones apoteósicas.
Porque la incoherencia que demuestran para sus procesos de admisión es solo la punta del iceberg, hay que sumarle a eso los vacíos inmensos que tienen en su proceso de formación, evidenciado en el comportamiento de sus miembros una vez inician su actividad, los casos pululan, siendo los más conocidos el abuso de poder y la violación de los derechos humanos a las personas del común.
Todos recordarán los más sonados por volverse mediáticos gracias a las redes sociales. El abogado torturado en un CAI de la Policía que murió por la gravedad de las heridas, los privados de la libertad que murieron en una estación de la misma fuerza en Soacha luego de un incendio y la negligencia de los uniformados, la muerte de Dylan Cruz a manos de un miembro del ESMAD, la niña indígena abusada sexualmente por varios militares, la mujer transgenero que murió por las heridas causadas por un arma oficial del Ejército Nacional, los más de diez civiles que murieron a manos de la Policía en una de las jornadas de protestas el año pasado en Bogotá, y un larguísimo etcétera.
Lo anterior hace parte del largo y horroroso prontuario en materia de violación de los derechos humanos hacia los civiles, pero hay muchos casos en donde estas mismas fuerzas, contrario a lo que dictan su naturaleza, filosofía y razón de ser, han abandonado a sus miembros en situaciones delicadas, como por ejemplo el caso del Subintendente de la Policía Juan David Avella quien, infiltrado, contribuyó a desarticular la banda de narcotraficantes “Los Patrones” en Boyacá. Avella tuvo que consumir drogas en su papel y terminó adicto, arruinó su vida por su devoción a la Policía y hoy esa entidad le niega no solo su vinculación sino incluso hasta su rehabilitación.
O el terrible caso de insensibilidad estatal del joven Iván Espejo ex miembro de la Fuerza Aérea quien fue golpeado brutalmente por otro integrante superior, que porque así son las cosas en esas entidades y que porque cuando alguien cumple años ahí adentro se debe dejar golpear por otros y qué hacemos si así son las cosas, por eso es para “hombres” estar allá. Resultado: 90% del intestino de Iván con síntomas de Necrosis, posiblemente podría terminar el resto de sus días con una bolsa en su sistema digestivo. Lleva más de dos años suplicándole a la gloriosa Fuerza que le brinde seguridad en salud, que lo indemnice por lo que le hicieron allá, un joven que entró en plenitud de condiciones y con sus esperanzas puestas en esa entidad, aunque eso no fue lo único que invirtió para lograr sus sueños, ya que su madre, vendedora ambulante, había vendido su casa, su única casita conseguida con el trabajo de los años, para poder pagar la carísima entrada a la Fuerza Aérea y poder juntar la parafernalia de papeles que exigen.
Otro increíble caso adentro de la Policía Nacional es el de la Teniente que denunció un abuso sexual de un superior del que fue víctima en una fiesta a la que la obligaron a asistir. No profundizaré en él, pero el terrible resultado es que a ella le abrieron investigación y el violador siguió cobrando sueldo de la entidad, aunque llevó su denuncia a la Fiscalía, aún sigue pidiendo que se haga justicia en su caso.
Como si fuera poco, las Fuerzas de nuestro país están plagadas de escándalos de corrupción como la denuncia de una red de venta de armas a varios grupos armados ilegales, o los seguimientos y perfilamientos ilegales de periodistas, opositores y magistrados y de nuevo, otro largo, muy largo etcétera. Este tema daría para escribir muchos artículos como este y para que se dé una idea, no necesita mucho esfuerzo para encontrar en la red la cantidad absurda de irregularidades de estas entidades.
Claramente a las Fuerzas tanto públicas como militares de Colombia los futuros aspirantes no entran por las razones correctas ni su decisión de pertenecer es genuina, al menos no como uno imaginaba de pequeño. Al contrario de vestir un uniforme por la gloria de la institución, o por el servicio altruista y noble que se ejerce en pro del beneficio de la sociedad; hoy los jóvenes buscan, como máximo objetivo al entrar en ellas, asegurar económicamente su futuro, porque saben bien que cuentan con todos los recursos para tal fin, lastimosamente, como lo muestran las evidencias, ni siquiera eso pueden brindar tales entidades.
Por eso me parece adecuado y nunca antes tan necesario, promover y apoyar cada llamado de justicia que se haga desde lo civil, hasta, por ejemplo, el proyecto de acto legislativo de reforma a las Fuerzas de nuestro país que están liderando congresistas de la oposición para este nuevo período. Las razones para apoyarlo se caen de su peso y no hay quién pueda justificar el sendero torcido de esas entidades, salvo con argumentos insulsos soportados en el extremismo y la fe ciega en una forma de gobierno que, en el balance, ha hecho más daño que beneficio a nuestro país.
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