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Al cumplir un año de mi retiro como taxista, quiero compartirles otra de las muchas historias que me tocó vivir en ese noble, pero sufrido oficio.

Eran aproximadamente las nueve de la noche de un viernes cualquiera y en medio de la oscuridad una pareja, entre otras bastante dispareja, se subió a mi taxi; yo ya estaba cansado y rogaba que ojalá tuvieran un destino que me acercara a mi casa para terminar el día y poder ir a descansar. Y afortunadamente la ruta coincidió ese día, cosa que no pasa con mucha frecuencia. Pero lejos de imaginarme estaba yo, que mi carro se convertiría en todo un ring de lucha, en donde presenciaría una de las peleas más álgidas que he tenido la oportunidad de observar en mi trabajo.

Normalmente tras el volante uno siempre tiene que escuchar discusiones, pero ninguna como esta, era demasiado agresiva como para que pasara desapercibida.

La mujer increpaba fuertemente al señor porque al parecer no le dejaba ver el celular en donde ella sospechaba había una conversación comprometedora que él no le había querido mostrar. En algún momento el hombre descuidó el teléfono y ella muy hábil abrió el whatsapp de una tal Camila, que muy cariñosa le escribía a su novio en términos bastante comprometedores; pero él de un solo raponazo recuperó el móvil para dejar en ascuas a la furiosa novia.

taxi.od
El carro se movía por el manoteo de la pareja y yo por el retrovisor trataba de enterarme de la gravedad de la situación ya que no me podía concentrar en medio del fuerte trancón que nos había cogido de camino al destino que se me indicó al inicio de la carrera. La mujer subía el tono de sus reclamos mientras el muchacho trataba de explicar lo inexplicable; ya los vecinos del trancón se habían percatado de la situación y me hacían señas como preguntándome qué era lo que acontecía; yo con una risa nerviosa y disimulada les hacía señas de que el tipo estaba frito y que era muy difícil que saliera invicto de esa situación. Tenía que ser muy diplomático pues la mujer estaba incontrolable porque su pareja no quería mostrarle de nuevo el celular; si se daba cuenta que yo andaba de chismoso, y mi cara de burla me delataba, también sería víctima de su furia.

* Déjame ver el celular, el que nada debe nada teme, Orlando

– No hay nada que ver, deja la paranoia, tus celos están incontrolables y a mí esta situación ya me está aburriendo.

* ¡Jueputa! No me mientas, ni quieras hacerme sentir que yo soy la culpable por desconfiar. Estoy segura de que tienes algo con esa perra, hasta de pronto yo la conozco y por eso no me quieres mostrar el chat.

– No seas grosera, que ya hasta nos estamos perdiendo el respeto y ahí sí graves.

* ¿Respeto? ¿Hablas de respeto? Respetar es guardarle la espalda a tu pareja, y en estos dos años de relación no has hecho más que ponerme los cachos quién sabe cuántas veces, Orlando.

– ¡Qué va! Tú te pegas unas empeliculadas que ya me tienen mamado.

* Si crees que es empeliculada ¿por qué no me dejas ver el celular?

– No hay nada que ver, igual tú en ese estado vas a malinterpretar cualquier cosa que veas.

* ¡Pura mierda Orlando! Yo sé que escondes algo, estás muy nervioso. Además mi sexto sentido de mujer me lo dice.

En ese momento mi pasajero cometió un error que todo hombre debe evitar cuando esté discutiendo con una mujer. No sé si fue por los nervios o por el pecado cometido pero le dio risa y eso la hizo entrar aún más en cólera. Se escuchó de pronto un golpe en la parte de atrás del taxi; la cachetada que le había zampado le había dejado el cachete colorado al pobre hombre.

* No se burle, no sea marica Orlando, ¿usted me cree güevona?

– Esto ya se pasó de castaño a oscuro, usted nunca me había agredido físicamente. Esto se termina aquí y ahora mismo Betty, no me aguanto más este infierno.

En ese momento y ante la decisión que tomó el muchacho la mujer cambió su actitud y rompió en llanto. Yo la tenía justo atrás y entre gritos y lloriqueos ya me tenía los tímpanos a punto de reventar; el trancón no avanzaba y la situación ya se estaba volviendo desesperante. Me pidió un pañuelo desechable y se sonaba sin cesar, limpiaba sus lágrimas mientras el señor en la otra esquina de la silla trasera cruzaba los brazos y apretaba su puño sin descuidar el celular ni un solo minuto. De pronto en un momento de calma de ella, lo abordó de nuevo y le preguntó:

* ¿Entonces esa es la solución a esto? ¿terminarme? ¿huir?

– Lo de hoy es solo una muestra más de que nosotros no funcionamos como pareja, estos dos años han sido más de peleas, tristezas que de alegrías. Si esto es de novios no me quiero imaginar en un matrimonio; no duraríamos un año.

* Claro, para usted (en ese momento ya no se tuteaban) es muy fácil acabar con esto de un solo tajo. Pero yo le he dedicado los mejores años de mi vida. ¿Cree justo todo este tiempo perdido?

– Esta cantaleta yo ya la he escuchado, en serio no me joda más que ya yo llegué a mi límite.

En ese momento de la discusión y como dejando que bajara la guardia, la muchacha hizo un nuevo intento por arrebatarle el celular. El aparato como que voló por los aires y él en una rápida reacción logró de nuevo echarle mano; visiblemente molesto, porque en medio del intento de ella por lograr ver la conversación aruñó su mano, tomaría una decisión sorpresiva y contundente para acabar de una buena vez con la discusión. Bajó la ventana del taxi y tiró lejos el teléfono que se rompió en pedazos en su contacto contra el asfalto.
novios
Sí, un iPhone de más de dos millones de pesos tirado a la basura por una escena de celos. Igual la información que contenía el chat debería ser demasiado comprometedora como para que el hombre tomara semejante decisión.

Después de eso hubo un largo silencio en el carro, todos estábamos sorprendidos y la mujer no musitó más palabras durante el recorrido. Cuando por fin llegamos a nuestro destino el hombre me pasó un billete de veinte mil pesos y en su mirada entendí que me quedara con el cambio tal vez por mi paciencia con el bochornoso espectáculo. La mujer no habló nunca jamás, él la acompañó hasta la puerta de su casa y sin despedirse emprendió su camino sin rumbo definido mientras prendía un cigarrillo. Yo todavía dentro del taxi apreciando la situación no salía de mi asombro, nunca había visto una pelea así dentro de mi carro, fue un verdadero duelo de “máscara contra cabellera”.

Foto 1: www.ojodigital.com / Crisal
Foto 2: getty photos

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