¿Han tenido ustedes un mal día? ¿De esos en que todo sale mal y quisieran olvidar? Hace cuatro años tuve el que creo ha sido el peor día de mi vida. Me parecía increíble que me pasaran tantas cosas en vísperas de hacer un viaje de descanso después de un año de arduo trabajo.
La mañana comenzó con la preocupación de un pago pendiente por parte de una agencia de publicidad; un dinero que iba a ser utilizado para cancelar a una agencia de viajes un paquete turístico que había comprado para San Andrés. Era el 30 de diciembre, último día laboral, último día de bancos y prácticamente el último día en donde el comercio se mueve con normalidad. Había salido a trabajar muy a las seis de la mañana e hice unas cuatro carreras antes de dirigirme al sitio en donde me entregarían el cheque para posteriormente ir a cancelar mis tiquetes de avión y reclamar los documentos del «todo incluido» que había adquirido con la ilusión de pasar unas placenteras vacaciones.
Pero cuando llegué a la oficina donde reclamaría mi pago me encontré con el primer tropiezo; el cheque tenía sellos restrictivos y sólo podría ser consignado en una cuenta a mi nombre. Yo ya por escrito les había advertido que necesitaba cobrarlo por ventanilla para tener el efectivo y poder cancelar en la agencia de viajes. Bastante molesto porque la asesora que me había vendido el plan me informaba que sólo atendían hasta las cinco de la tarde, tuve que rogar para que recogieran firmas de nuevo y me levantaran el sello que me impedía poder ir al banco para hacer efectivo el pago. Me fui de nuevo a trabajar con la promesa de que me llamarían para que volviera en unas dos horas mientras se efectuaba la diligencia.
La ciudad estaba insoportable pues la mayoría de ciudadanos estaban haciendo compras y preparativos para despedir el año, el tráfico estaba incontrolable y la verdad yo no estaba concentrado en lo que me tocaba hacer por andar pensando en el bendito pago. De pronto un par de borrachitos, que habían adelantado la tomata del 31, me hicieron la parada y me pidieron el favor de que los llevara al oriente de la ciudad, con tan mala fortuna que se quedaron dormidos y al despertarse no sabían ni de dónde eran vecinos, por lo que me tocó dejarlos en una estación de policía del sector y perder la plata de la carrera porque no tenían dinero. ¡Se la habían bebido toda!
Mi malestar por esa situación ya iba creciendo cuando recibí una llamada para que me acercara de nuevo a reclamar el cheque corregido. Casi en el mismo momento me entró una llamada acosadora por parte de la agencia de viajes en la que me informaban que si el pago no se hacía me bajarían del avión y perdería la reserva. Mientras trataba de esquivar carros para llegar a mi destino, vacío, sin pasajero, recibí también una nueva llamada: mi pareja quería saber cómo me estaba yendo con las vueltas pre viaje. Esa noche yo tenía que viajar por tierra a Bucaramanga para pasar el año nuevo con ella y asistir a una misa de agradecimiento a la cual me había comprometido a asistir. Tuve que mentirle aduciendo que todo marchaba sobre ruedas y que el viaje programado del 3 de enero, desde la ciudad bonita hasta la isla de San Andrés ya era un hecho.
Llegué como pude hasta la agencia de publicidad y como no encontré parqueadero disponible decidí dejar el carro en la calle cinco minutitos mientras subía hasta la oficina en el tercer piso del edificio. Cuando por fin pude reclamar mi pago y salí de la recepción un policía de tránsito me estaba subiendo el taxi a la grúa. No podía ser mayor mi desgracia pues aunque evité los patios y el pago de llevar el carro inmovilizado, me sacaron un lindo comparendo de casi trescientos mil pesos.
Ahora tenía una nueva diligencia que hacer pues si no pagaba el parte el mismo día ya quedaba para el otro año y eso me representaba que se triplicara el valor del mismo, con el agravante de que yo no iba a estar en la ciudad durante ocho días. ¿Y adivinen? Sólo tenía destinada una hora y me tenía que desplazar a un banco muy alejado para finiquitar esa deuda con la Secretaría de Tránsito. Salí presuroso y cuando llegué había una fila de no menos de cien personas que andaban en las mismas que yo. Me demoré dos horas en promedio y en ese momento el tiempo se agotaba. Debía cobrar el cheque, salir del banco con una suma considerable de dinero arriesgando mi integridad y volarme con el efectivo rogando a Dios que no me cerraran la agencia de viajes o las vacaciones se iban a malograr. Y después ¿con qué le iba salir a mi compañera de viaje? Entonces se me ocurrió una gran idea; le iba a pagar a la muchacha que me había vendido el plan para que se fuera al banco mientras yo atravesaba la ciudad y así si lo cerraban ella quedaba adentro y yo le llegaría posteriormente con la plata. Ya cuando pudimos hacer lo planeado, me quedaban veintiocho minutos para salvar las vacaciones. De camino a la agencia me acordé que tenía una clienta con la cual me había comprometido llevar al aeropuerto por lo que tuve que llamar a uno de los taxistas que me colaboraba para pedirle el favor que me cubriera. Llegué a las 5:01pm y el cajero de la entidad financiera me estaba mirando con cara de tote porque lo tenían retenido en su puesto de trabajo hasta que yo llegara con el dinero. Quince minutos después sentí un fresquito cuando me entregaron por fin mis pasajes para poder viajar a San Andrés. Salí con cara de ponqué porque lo había logrado; en ese preciso instante recibí una llamada de mi clienta muy molesta porque la persona que tenía que recogerla no había llegado. El vuelo internacional la había dejado y estaba que me mataba por el incumplimiento; a mí lo único que se me ocurrió fue ofrecerle que le pagaría la penalidad por el error cometido, pero eso fue peor, se ofendió muchísimo porque me expresó que eso no era el derecho de las cosas y me tiró el teléfono. Había perdido una clienta y mi imagen intachable hasta ese momento, de alguien que es responsable y cumplido en su trabajo, se vio claramente afectada.
De nuevo con la nota baja no me quedaba otra cosa que tratar de trabajar un rato para intentar cumplir con la cuota diaria al dueño del carro. Estaba comprometido para dejarle el taxi en el sur de la ciudad para después dirigirme al terminal de transporte. La verdad no me fue muy bien, la demanda de pasajeros ya era poca pues la ciudad estaba quedando desocupada. Cuando por fin llegué a la casa de mi jefe se demoró en bajar y como todo el día, tenía una carrera contra el tiempo.
Resulta que el dueño del carro estaba un tris borracho, mandó al hijo para que me recibiera al carro y de paso me había mandado de regalo una ancheta como detalle por los servicios prestados durante ese año. Ahora me encontraba con una maleta de 25 kg y una ancheta en una esquina oscura esperando un taxi que me llevara al terminal. Cuando por fin paró uno, el señor me abrió el baúl del carro para guardar el equipaje. Le pedí que tomara la ruta más eficiente y rápidamente logramos acercarnos al Terminal de Transportes, pero cuando estábamos entrando había un trancón monumental, razón por la cual decidí bajarme a correr porque el bus ya iba arrancar. Le pagué la carrera y le encimé la ancheta que en ese momento era un verdadero encarte.
Me subí a la flota faltando cinco para las nueve de la noche; lo había logrado, estaba sentado en el puesto que me había correspondido, cuando de pronto recordé que algo me hacía falta. No había probado bocado por todos los inconvenientes que se me presentaron durante el transcurso del día. Pregunté entonces al conductor si tenía tiempo de bajarme a comprar algo para calmar el hambre que en ese momento se me estaba despertando.
-Claro que sí, vaya tranquilo que aquí nos demoramos.
Me bajé del bus sin perderlo de vista para que no me fueran a dejar pues ya la desconfianza era tanta por todas las desgracias que me habían pasado, que era mejor tomar precauciones. Compré un sándwich, una gaseosa y me devolví rápidamente. Cuando ingresé y me dirigí a mi silla ¡Oh sorpresa!, mi puesto estaba ocupado por una señora con un niño de brazos. Habían vendido dos veces el mismo número de silla y la mujer no tenía intenciones de levantarse de mi puesto.
El conductor miraba desconcertado y me dijo que la única solución era devolverme el dinero para que intentara irme comprando tiquete en otra empresa. ¡Sí claro! ¿Un 30 de diciembre? ¡Eso era misión imposible! En ese momento sentí que no aguantaba más y desaté toda mi furia negándome a bajarme del bus gritando emberracado por el error que habían cometido. Por mi pataleta la salida de la flota se retrasó y ya los cuarenta y cinco pasajeros me estaban odiando insultándome con palabras de grueso calibre. Pero yo me mantuve firme corriendo el riesgo de ser linchado por una turba enardecida que necesitaba llegar a Bucaramanga para compartir con sus familiares la cena de año nuevo. La situación era muy tensa, tuvieron que interceder las funcionarias de la empresa tratando de convencerme de que conseguirían puesto en otro de sus buses que salía una hora más tarde.
El ayudante del bus también estaba molesto conmigo porque preciso mi maleta estaba al fondo de la bodega de la flota, por lo que tuvo que bajar todas las maletas para sacar mi equipaje. De mala gana me la tiró en el suelo y yo me quedé esperando un nuevo intermunicipal para poder viajar y encontrarme con mi pareja y su familia. Ella en esos momentos dormía plácidamente sin saber por lo que yo estaba pasando.
Ya era media noche, yo me encontraba sentado en una silla del terminal de transportes esperando un golpe de suerte después de tanta desdicha. Sobre la una de la mañana lograron incluirme en una aerovan que me llevaría por fin a la capital de Santander. Yo mido 1.80m y peso algo más de cien kilos. (Esto lo digo porque me tocó el puesto detrás del conductor lo cual hacía que tuviera que viajar muy incómodo). Pero lo importante es que por fin iba rumbo a la ciudad bonita; cuando logré acomodarme para tratar de conciliar el sueño, fui consciente de que los pasajeros de mi lado derecho llevaban en brazos a una pequeña niña… Lloró durante todo el camino. El sueño se esfumó. Sucedió también que por las curvas del paso en el Alto del Pescadero la bebé se mareó; y cuando uno se marea… ¿Qué pasa? Pues devuelve atenciones; y esas atenciones alcanzaron mi humanidad en el cuello, el hombro y el brazo.
A las nueve de la mañana llegué a Bucaramanga desvelado, vomitado y ya hasta resignado por un día de mierda que no se lo deseo ni a mi peor enemigo. Mi pareja me llamó para recogerme y de camino al hotel le conté todas mis desdichas; sé que ella tuvo que contener la risa porque en ese momento burlarse de mí era como atravesársele a un tren bala. Le pedí el favor que me excusara con su familia por no almorzar con ellos, pero yo tenía que bañarme, quitarme el olor a leche cortada y dormir algunas horas. Y eso fue lo que hice. Cuando por fin me desperté, me encorbaté y tomé un taxi para que me llevara a la iglesia en donde agradecería por la salud, el trabajo y pediría por una mejor suerte para el año nuevo.
Esa tarde y noche transcurrió normal, fuimos a cenar a un restaurante con una vista espectacular y ya yo de mejor genio conté mi odisea. Fui el alma de la reunión, todos se reían diplomaticamente y hasta yo mismo ya me reía de mi desgracia. Cuando de pronto me timbró el celular, era mi jefe, el dueño del carro:
– Hola don Hugo, ¿cómo le acabó de ir?
– Bien profe, ahí como para no preocuparlo.
– Una cosita, es que imagínese que estaba revisando los papeles del carro y no encuentro la tarjeta de propiedad pero en cambio aquí se encuentra su licencia de conducir.
Me entró de nuevo un frío y le contesté:
-Espére miro en mi billetera porque eso está muy raro.
Pues efectivamente y muy seguramente por el afán del día anterior, me había traído cambiada la tarjeta de propiedad y el pase se me quedó entre los papeles del taxi. La idea era que el dueño manejara el carro esos días y no dejara de producir. Pero sin ese documento… ¿Cómo?
Afortunadamente mi jefe se compadeció de mí y esperó hasta el dos de enero, fecha en la cual envié el documento por mensajería nacional.
¿Dónde estaban las cámaras? ¿En qué programa de humor me iban a sacar? Estaba esperando que apareciera Marcelo Tinelli diciéndome que se trataba de una joda para Videomatch. Pero fue real, fue ¡EL PEOR DÍA DE MI VIDA!
https://www.youtube.com/watch?v=rbCoI9eBcTQ&t=47s
Créditos imágenes: imagen 1 pinterest, imagen 2 sepimex.wordpress.com
usted escribe muy bien, buena historia.
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Gracias por leer sr Hincapié, seguimos en el aprendizaje de hacerlo mejor.
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al fin taxista
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