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Tengo que comenzar este escrito expresando que estoy a favor del buen servicio que presta la plataforma Uber en Colombia. También para los que no me conocen aclaro que fui taxista durante 10 años; de igual forma, cuando me retiré del trabajo que dio mi sustento por largo tiempo, quise experimentar 3 meses como conductor de Uber para tener otra visión del tema y averiguar qué tan rentable era el negocio.

Si a mí me preguntan qué haría para solucionar el problema que se ha generado por la entrada de esta marca al país diría que legalizaría Uber Black, que prohibiría Uber X porque me parece que bajo la legislación colombiana es abiertamente piratería, y que generaría unas condiciones de igualdad de competencia entre el transporte tradicional de servicio público individual y esta nueva alternativa que tienen los pasajeros.
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Como todo en la vida, nada es perfecto, y aunque no al mismo nivel de los taxistas, existen quejas sobre el servicio de Uber, quejas que al que las hace visibles no le va muy bien porque le caen un grupo de simpatizantes de la plataforma y también se unen a ellos expertos tecnológicos que defienden a capa y espada la libertad del internet. La mayoría deben haber sido maltratados por un taxista que les negó el servicio, les cobró de más por una carrera o tal vez fue descortés al volante en su desplazamiento. Pero todos cometen un error embriagados por ese sentimiento de indignación. Y es que Uber está acostumbrado a entrar a las patadas a los países que llega, sin respetar las normas y las leyes que cada nación tiene. Son macabramente inteligentes en su estrategia identificando el caldo de cultivo que es en Latinoamérica el pésimo servicio que prestan muchos taxistas patanes y agresivos al volante, que no identifican que el pasajero debe ser la razón de ser y los que finalmente ponen su sueldo al terminar la jornada.
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Uno de los pocos que se ha pronunciado sin apasionamientos frente al tema es el experto Eduardo Behrentz, en su columna «Uber: todos equivocados» identifica perfectamente las culpas de todos los actores de este conflicto. El gobierno por su actitud blanda y displicente que ha tenido para solucionar el tema, el de los taxistas con sus malas maneras y agresividad al oponerse al tema, pero también el de los usuarios que son injustos porque desconocen el negocio del servicio público individual al no tener en cuenta que hay personas que se dedican a esto y que se están viendo afectadas por culpa de una marca internacional que se enriquece violando las leyes en Colombia.
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Uber también tiene fallas, Uber abusa de las tarifas y juega con el desespero de la gente en horas pico y épocas de lluvia. Tiene que haber un ente de control que sea el que regule las tarifas en beneficio de los pasajeros; no puede ser que ellos se inventen las tarifas a su acomodo, sometan a sus trabajadores afiliados a las mismas condiciones laborales negativas que tienen los taxistas y que por esto el que se atreva a criticarlos reciba una andanada de mensajes negativos en redes sociales (me ha pasado) porque solo conocen una parte de la historia, o porque simplemente solo les interesa el beneficio del pasajero.
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Si de verdad a Uber le interesa quedarse en Colombia tarde o temprano tendrá que cumplir unas normas que afectarán directamente sus bolsillos. Es ese el momento en que demostrarán si realmente les importan sus «believers», sus seguidores y sus pasajeros que tanto los defienden ciegamente en twitter y facebook. Pero puede ser que se vean decepcionados en el futuro, cuando la marca decida que esas leyes no hacen que el negocio sea rentable y se vayan a otro país a romper el mercado a la fuerza, a hacer billete por un buen tiempo, mientras los hacen entrar en cintura.

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