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Suena el teléfono en un día cualquiera de mi monótona vida laboral en medio del frío, los trancones y la agitada normalidad de una ciudad como la capital del país. Al otro lado del celular la voz cálida de una mujer perteneciente a los Profesionales Oficiales de Reserva de la Armada de Colombia; ¿Tú conoces Buenaventura? me pregunta. No he tenido el placer, le contesté. Pues para resumir el cuento, querían que viajara en principio a Cali, y al siguiente día al puerto del Valle del Cauca sobre el mar, para que asistiera al lanzamiento de una campaña de la Armada de Colombia llamada «Buenaventura con Valores» en el que se beneficiaría a miles de ciudadanos de escasos recursos en un barrio llamado Antonio Nariño.

Sin pensarlo dos veces mi respuesta fue positiva, pero sobre todo muy emocional. Iba a volver a compartir con los integrantes de la institución a la cual siempre quise pertenecer y que por cosas de la vida no pude hacerlo. Pero el amor y el respeto por la Armada de Colombia siempre será el mismo, pues como lo he expresado anteriormente me considero un marino de corazón, y de corazón azulado, como lo expresa uno de los lemas de dicha institución.

Llegué a «la sucursal del cielo» el pasado 1 de septiembre sin imaginarme la experiencia tan maravillosa y enriquecedora que me esperaba. Como niño chiquito, miraba a través de la ventana, y en silencio, el paisaje que se abría ante mí en la carretera que lleva desde el aeropuerto Alfonso Bonilla Aragón hacia Buenaventura. Nunca había pasado por ahí. En el recorrido nos acompañaban cientos de tractomulas de esas que uno ve saliendo de las zonas francas aledañas a Bogotá, y que llevan contenedores para entregar en puerto.

Ya en ese momento olía a mar, y el clima se me antojaba un poco más cálido pero húmedo. Cruzábamos varios túneles sin que todavía se avistara la ciudad. En mi mente retumbaba esa estrofa del maestro Jairo Varela que dice, «en la costa del Pacífico hay un pueblo que lo llevamos, en el alma se nos pegaron, y con otros lo comparamos. Allá hay cariño, ternura, ambiente de sabrosura. Los cueros van en la sangre, del pequeño hasta el más grande».

Después de dos horas largas de viaje finalmente estábamos en el puerto; y aunque lo que primero quise ver fue el malecón, teníamos que llegar antes a reportarnos ante los superiores y que de paso me presentaran. Todo a su tiempo, porque no íbamos de paseo, pero a mi ese tema de la disciplina militar jamás me incomodó y con gusto accedí a todo el orden del día y del protocolo que se necesitara.

Al atardecer tuve mi encuentro con el Océano Pacífico, al que apenas estaba conociendo a los 47 años de vida y con quién tenía una cita pendiente. Me quedé lelo por un momento, tal cual como esa primera vez en Tolú y Coveñas cuando mis padres hicieron un gran esfuerzo económico para cumplir ese paseo soñado por muchas familias en los años ochentas. El de la playa, el de tener contacto con el inmenso océano, imponente, y anhelado por muchos de nosotros los que nacimos en el interior. Pero ese no era el objetivo del viaje; debíamos madrugar al día siguiente para ir a la comuna 11 del Distrito Especial de Buenaventura, más exactamente a la Escuela Antonio Nariño, en donde se haría el lanzamiento de la campaña para la que me habían invitado.

Esa mañana todo era corre-corre y alboroto; se respiraba en el aire mucha alegría y se sentía un gran sentido de responsabilidad y compromiso por parte de los integrantes de la Armada de Colombia, Infantes de Marina, los Profesionales Oficiales de Reserva, del Ejército Nacional y de la Policía Nacional. La idea era beneficiar con cerca de 6.000 donativos a más de 1.350 ciudadanos entre niños y adultos; calzado, kits de aseo oral, dulces, llaveros, tapabocas, libros, juguetes, bolsas de agua y balones de fútbol entre otros. También se pretendía llegar con capacitaciones sobre emprendimiento, charlas educativas, empleo, competencias laborales y jornadas de salud con especialidades como odontología, medicina general, vacunación de primera infancia y covid, afiliación a EPS, exámenes de seno y hasta peluquería para grandes y chicos.

Fue gratificante ver en acción a los uniformados, entregados a la comunidad con actividades lúdicas como globoflexia, pintucaritas, recreación dirigida y presentación de grupos musicales conformados por integrantes de las Fuerzas Militares. Poder comprobar eso de primera mano me llenó de satisfacción; más en estos tiempos en que personas inescrupulosas tratan de generar animadversión por nuestros infantes, militares y policías. La gente debe saber que en las tropas existe personal especializado en bienestar al ciudadano, a la primera infancia y a la adolescencia. Son ellos seres humanos como cualquiera de nosotros, pero diría yo, sin temor a equivocarme, que con mucha más vocación de servicio por este amado país.

Se contó con la presencia por parte del Gobierno Nacional de la Viceministra de Defensa para las políticas y asuntos internacionales Sandra Alzate, el alcalde de Buenaventura, el Comandante de la Fuerza Naval del Pacífico, señor Vicealmirante Francisco Cubides Granados, y otras autoridades y personalidades del departamento.

Mientras departíamos civiles, militares y periodistas de un sancocho al final de la jornada, observaba a esos niños que corrían por los pasillos de la escuela, jugando con un balón o bailando perfectamente la salsa choke a pesar de su corta edad. Pequeños que tal vez no han tenido las mismas oportunidades y a los que se busca inculcar con este tipo de campañas valores como la honestidad, la solidaridad, el respeto por los adultos mayores, el amor por los símbolos patrios, por sus raíces, por la sana convivencia, la tolerancia, la sinceridad y otros importantes aspectos para hacer de ellos adultos con criterio propio que le puedan aportar a Colombia.

Al final de la jornada regresamos con la satisfacción del deber cumplido, con la certeza que se había hecho algo bueno que tendrá unas nuevas etapas en las que yo no podré estar, pero que estoy seguro que los que vuelvan lo harán con la mayor vocación y amor por el prójimo. No me podía quedar sin visitar el último día de mi estadía a los infantes de marina que se están formando para seguir protegiendo el azul de la bandera. A ellos que se merecen toda mi admiración y respeto, también se les organizó algo pequeño, pero muy emotivo. Dialogué con varios muchachos y los felicité por escoger esa profesión que llena de orgullo y enriquece el alma.

Y aquí estoy de nuevo en el centro del país aguantando bajas temperaturas y escribiendo estas letras frente a mi viejo computador de escritorio mientras me tomo un café, con la convicción que lo que se hizo nos permitirá tener en el futuro una mejor Buenaventura ¡una Buenaventura con valores!

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