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Para un adolescente lo más importante en su vida son los amigos. Por eso, un adolescente sin amigos es un chico triste. Los papás podrán ofrecerle juegos, ropa, cine, viajes, y sin embargo estará ausente y frío a causa de lo que el chico considera, sin saberlo, lo más importante de su presente.

 

I

―¿Vos has llegado a fumar cigarrillo? ―le preguntó Daniel.

―No, nada… ―contestó como si eso no significara gran cosa―. ¿Por qué? ¿Vos sí?

Y Daniel afirmó con la cabeza, masticando y ambos se quedaron mirando a una chica en jeans, con el culo forrado, que venía riéndose y hablando por celular.

Aquellos eran los primeros meses cursando décimo grado y Daniel sabía muy bien que este año no sería el mismo que el pasado. En noveno grado, tuvo tres buenos cómplices de colegio con los que saldó algunas experiencias, varias, en la calle, con otros amigos y amigas, curiosidades que llevó a cabo, “con mucha responsabilidad” decía Daniel con cierta cursilería. Pero al comienzo del año su familia se mudó de casa y él tuvo que cambiar de colegio y de amigos.

Cierto viernes por la tarde, estaban comiendo picada de papitas a la francesas con salchichas, sentados al borde de la cera de la venta callejera de comidas rápidas.

Daniel masticó una papita frita y dijo con la boca llena:

―Pero es un secreto ¿vale?

―Claro, de una. ¿Y qué tal se siente fumar?

―No es nada del otro mundo ―se llevó una salchicha a la boca y dio un sorbo de gaseosa―, no entiendo por qué los papás le ponen tanto misterio.

―Pero dicen que marea y lo deja a uno agüevado.

―Es verdad, un poco, pero los que fumé eran mentolados, y con una pasta en el filtro, que suavizó mucho el humo y no me incomodé. Es chévere…

Daniel, al menos, conoció a Ricardo, quien incluso se quedaba en la casa para comer los frijoles de doña Marta, la mamá de Daniel. Compartían gustos, tiempo y gracias a esto, con cuatro meses de amistad, Daniel dejó de extrañar a los amigos del otro barrio y el otro colegio. Aun así, había cosas que debía aclarar con Ricardo.

Entonces Daniel se quedó callado, sin decir lo que en realidad quería comentarle.

En una de esas quedadas suyas a cenar lentejas con tajadas de maduro, y carne frita revuelta con arroz, Ricardo le comentó a doña Marta que Daniel ya estaba fumando en la calle.

 

II

“Culicagado ―pensó doña Marta― dizque fumando”.

Su primera reacción fue coger a Daniel a correa. Pero se contuvo.

“Culicagado, dizque fumando”.

Lo segundo que se le ocurrió fue llamar a su esposo, al papá de Daniel, para ponerle la queja y ambos decidir el castigo.

Respiró profundo, como si se fuera a tirar de clavado a una piscina y entró a la habitación de Daniel.

―¿Le puedo preguntar algo, jovencito?

―Sí, claro, mamá.

―¿Usted ya fumó cigarrillo?

―Sí ―Y casi le dice que “por supuesto” para encenderla y sacarla así de su falsa calma.

“Culicagado, dizque fumando”. Doña Marta no podía dejar de repetirse.

―Y se puede saber ¿por qué lo hizo?

―Por curiosidad, mamá, por pura y simple curiosidad.

―¿Lo ha vuelto a hacer?

―No, mamá, no he vuelto a fumar.

―¿Y quiere volver a hacerlo? ¿Acaso se está reprimiendo?

―No, no me gustó, mamá, no me gustó.

―Te vas a volver un vicioso, Daniel, te vas a volver un vicioso.

―Fumar es muy maluco, mamá, además marea y lo deja a uno todo agüevado.

Doña Marta se quedó muda, desarmada ante la sinceridad del chico. Decidió que no le contaría nada a su esposo y llevaría el tema por su cuenta.

 

III

Al día siguiente, Daniel se acercó a Ricardo.

―Eres un sapo.

―Hola, Daniel, ¿cómo vas? ¿Qué pasa?

―Sos un pedazo de sapo verde tira leche.

―Eh, qué le pasa… Lo dije por su bien. Pensando en usted.

―Lo que pasa, Ricardo, es que nunca he fumado. Nunca.

―No te creo.

―No me crea, pero es así, nunca he fumado.

―¿Ya vas a venir a darte un rebobinado? No te creo porque te ganaste un problema con tus viejos.

―Eso no es problema. Al menos ya tengo la seguridad que no sos mi amigo. Y que por nada del mundo te puedo ni contar, ni medianamente, lo que realmente te iba a decir.

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