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Los catalanes independentistas, enceguecidos por su identidad nacionalista y la defensa de la cultura y superioridad catalanas, han llevado a una región y un país prósperos al borde de la crisis institucional más grande de su historia reciente. Los hechos llevaron al gobierno español a la defensa de su democracia, sus ciudadanos y sus intereses, y, sobre todo, a la aplicación de la ley, para detener un proceso ilegal, y sobretodo, poco representativo de la voluntad de toda una región.

Los independentistas puertorriqueños, que siempre han argumentado su identidad latina y boricua, como una razón para nunca pertenecer a los Estados Unidos, piden hoy con mayor fuerza esa separación frente a la lánguida respuesta del gobierno americano después de la catástrofe natural, social y económica ocasionada por el Huracán María. Sin embargo, se enfrentan a la realidad de una nación en bancarrota, producto de la corrupción y la ineptitud de sus líderes, y que, aunque el Gobierno Estadounidense no dedicó sus recursos a la recuperación de la isla con la rapidez que se esperaba, es el único que puede no solo reconstruir a Puerto Rico, sino también el único que lo puede sacar de la situación de quiebra económica e institucional que vive. Pensar en independencia ahora sería un suicidio económico y social para la isla

Estos dos casos de nuestra actualidad nos hacen ver que aquellos que buscan independencia escondiéndose detrás del nacionalismo extremo, la identidad cultural y la supuesta usurpación de sus valores y riquezas a manos de estados “opresores”, olvidan algo fundamental. En el contexto geopolítico actual, la tendencia es la convergencia de culturas, economías y hasta sistemas políticos. Los organismos internacionales, inversionistas y poderes económicos que facilitan el desarrollo internacional, buscan estabilidad institucional, pluralidad y sistemas políticos y económicos abiertos, integrados y sobretodo, basados en la legalidad. Los grupos independentistas desconocen todo esto cuando utilizan argumentos basados en orgullos nacionalistas, culturas e identidades únicas, supuestamente irrespetadas por las naciones y sistemas políticos a los que pertenecen, y prometen la panacea social y económica basados en que la reivindicación de la cultura, el honor y el orgullo de su identidad como pueblos, permitirá evitar que el mundo siga aprovechándose de sus riquezas y talentos, inevitablemente resultando en un mejor futuro, lleno de prosperidad y bienestar para todos.

La realidad es que no hay nada de malo en proteger y fomentar nuestras identidades como pueblos, sociedades y culturas únicas. Eso nos engrandece y hace a las naciones de las que estas regiones forman parte, igualmente más ricas y prosperas. En aquellos casos donde la opresión, la guerra, la persecución o la injusticia existen, hay razones justificadas para buscar separación y luchar por un nuevo futuro independiente, libre de las cadenas que oprimen. Pero los casos de Cataluña o Puerto Rico son aquellos donde la relación ha sido de mutuo beneficio, donde las culturas y las libertades no solo se han preservado, sino que se han promovido. La independencia en estos casos sería simplemente una estupidez y una apuesta a la incertidumbre, la inestabilidad y al detrimento de las condiciones sociales y económicas de los pueblos, a los que supuestamente aquellos próceres de la justicia quieren proteger por orgullo, honor y patria. Los catalanes y los puertorriqueños ya tienen orgullo, honor y patria, y además tienen estabilidad política económica y jurídica, prosperidad y paz. No van a poner en riesgo todo eso solo para poder llamarse países, y más aún, solo porque unos pocos les quieren hacer creer que ese es el mejor camino.

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