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A los colombianos nos gusta la pantalla, figurar, darnos bomba. Ser famosos, afamados, populares, reputados o conocidos por un rato, nos produce una especie de orgasmo colectivo y para eso, la forma es lo de menos. Poco nos importa hacer el ridículo, siempre y cuando alguien nos vea. Fenómenos virales como los de una niña a la que todos conocen con el sobrenombre de Epa Colombia, o cualquiera de los “ Protagonistas” de RCN, son el mejor ejemplo.

Hay pantalleros de todo tipo. Los que llaman a las líneas abiertas son unos de los que buscan la celebridad a través de sus comentarios en la radio. Sin importar el tema del día, llaman a opinar, porque están convencidos que el mundo no puede perderse de sus chistes, de sus apuntes o de la brillantez de sus ideas. Igual escriben al correo del lector de El Tiempo, que al Pulso del Fútbol, o al defensor del televidente del Canal Uno o al Boletín del Consumidor.

Las redes sociales son otra jungla diversa. Como nadie controla, resultan el escenario ideal para decir lo que les venga en gana, sin importar la dignidad de quien se ofende, el tamaño de la mentira que se diga o la profundidad de la blasfemia que se lance. Entre más pesado y más pasado mejor. Y como todo hay que decirlo, los del Centro Democrático son unos verdaderos especialistas, empezando por su jefe.Pero también hay petristas, santistas, claudiolopistas y ordoñistas. Ninguno necesita popularidad, porque la tienen, pero utilizan la calumnia como arma política. Y les sirve.

En otra esquinita están muchos de los youtubers más conocidos que se dedican a pruebas extremas, aun a costa de su propia integridad, para lograr unos minutos de fama. Hay muchos simpáticos, de humor inteligente, de miradas profundas, irreverentes con sentido, pero también hay mucho pelmazo. A esos me refiero.

Capítulo aparte están los pseudointelectuales que en un país como Colombia se reproducen por contagio como si fueran locales de Tostao. Tienen como sello característico la arrogancia y un ego del tamaño del déficit del SITP. Para ellos, todo lo que suene a popular, a pobre, a estrato dos y tres, o a crédito Codensa, es motivo de crítica, de ridículo y de burla. Por eso se sienten bien al hablar mal de la venida del Papa, del sufrimiento por el fútbol o de la posibilidad de tener hijos.Se dicen conocedores de Habermas, Foucault o de Calvino pero se les quema un agua y se pierden cogiendo un Transmilenio. No se soportan ni ellos mismos y son prisioneros de su misma mismidad.

Por lo general ninguno de estos célebres efímeros pasa a la eternidad por sus obras o sus trinos. Son apenas pequeñas tempestades, regueros de truenos, tormentas momentáneas en vasos de agua desechables. Por eso, tal vez viene siendo hora de arrodillar el orgullo y adelgazar la vanidad.

Pd. Por supuesto me faltaron los blogueros, a los que también nos gusta la popularidad…

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