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La política es sin duda uno de los grandes males modernos y lo peor, es que hemos aprendido a convivir con ella. Sin tapabocas, sin vacuna y sin distanciamiento social.

Aristóteles creía que la política era una forma de mantener a la sociedad “ordenada “ con normas y reglas. Si hoy estuviera vivo, no le quedaría más que sentarse a llorar, porque el caos  y la anarquía que vivimos en el mundo, nacen precisamente de la aplicación de esas normas y esas reglas que cada quien hace a su medida. En su sentido ético, la política es- debería ser-  la disposición a obrar en una colectividad utilizando el poder público organizado para lograr objetivos provechosos para la sociedad. Viendo lo que pasa, sin duda, hemos perdido el rumbo.

La política es sin duda uno de los grandes males modernos y tristemente  hemos aprendido a convivir con ella.

Con contadas excepciones, que las hay, la política  se ha convertido en una actividad privada, donde muchos llegan a ver qué provecho sacan, qué beneficios obtienen, qué ganancia  consiguen. Los ciudadanos, participamos de ese juego de una forma ingenua. Somos como niños a los que se les caen los dientes de leche y los ponemos debajo de la almohada, esperando la generosidad del ratón Pérez. Sin embargo, nuestra candidez no nos exime de la culpa.

Ser político es una profesión, como ser odontólogo o periodista y tal vez, esa pueda ser la raíz  de nuestros males, porque algo va de ser político a hacer política y el hecho de que se corten las uñas no quiere decir que no saquen las garras.

La ideología, que debería ser el sustento de la política, termina siendo una excusa, una coartada para actuar de determinada manera y para justificar los abusos y atropellos. Por eso, a veces pareciera, que todos son iguales, que nada los diferencia, que la izquierda, la derecha o el mismo centro, son poses, pastiche temporales, que hoy son y mañana no tanto.

La política se volvió una actividad privada donde cada cual llega a ver qué provecho saca.

La política, no es lo mismo que los políticos, pero han terminado por parecerse. Por eso, seria ingenuo pensar que el mundo podría vivir sin ella o sin ellos. Como la pandemia actual, ni hay vacuna, ni la queremos y no nos queda otro remedio que  aprender a  convivir con ella. Pero hay formas. Tal vez si aprendiéramos a separar  la maleza de las flores, la verdura de la proteína, si no creyésemos  en promesas  ni  en gritos ofuscados, ni en artificios ni artimañas, de pronto dejaríamos de pensar que el chicharrón es fibra y que el ratón Pérez viene sigiloso a dejarnos lo que valen nuestros dientes.

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