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¿Alguna vez han leído el reglamento del fútbol? No es extenso ni detallista, contiene 17 normas que se limitan a explicar lo necesario. Es quizá por eso que en este deporte el árbitro tiene un rol tan complicado e impopular. Los jueces (tanto el principal como sus asistentes) deben usar constantemente su interpretación de las normas para hacer respetar el reglamento en un partido. Sin importar qué tan bueno sea un árbitro, su obligación lo hará equivocarse.

Algunas reglas son específicas y no hay espacio para una doble interpretación. El gol sucede o no sucede, todo depende de que el balón cruce en su totalidad una línea. A menos que el juez no pueda ver con claridad el suceso (razón por la cual hay un sistema como el ‘Ojo de halcón’ que anuncia si el balón entró al arco) o haya parado la jugada por un evento anterior, no existe razón para no conceder la anotación. Muy distinta es la situación con otras reglas. Por ejemplo, el reglamento lista 10 tipos de faltas por las que el juez debe cobrar un tiro libre en contra del infractor. Entre ellas se encuentra la falta de tocar “deliberadamente” el balón con la mano. Fácilmente, lo que para un árbitro es un toque con la mano imprudente y deliberada, para otro es un simple accidente, y a partir de eso se cobra o no el tiro libre. Todo es cuestión del análisis que el juez haga sobre la situación y muchas veces la interpretación será considerada errónea.

Pero eso no significa que el reglamento esté mal hecho o esté incompleto, incluso el texto especifica que la existencia de una infracción depende del criterio del árbitro. Lo que sí significa es que la interpretación es la única solución a posibles huecos o lagunas en la normativa del juego, porque tratar de regular por escrito (continuando con el ejemplo de la mano) en qué casos se puede concluir que el toque sí es deliberado y en qué casos no sería una locura. Como resultado a eso tendríamos un sin fin de situaciones, ejemplos y excepciones imposibles de memorizar. Eso generaría un juego confuso, lento, pausado y aburrido, tanto para jugar como para ver.

Algunos proponen implementar el sistema de retos (utilizado en tenis o fútbol americano), en el que un equipo tiene oportunidades limitadas para solicitar al árbitro revisar la jugada en video y reconsiderar su decisión. Aunque su implementación ayudaría a evitar errores claros, la decisión seguiría dependiendo de la interpretación y entorpecería un juego que es fluido por excelencia. Es más, la FIFA usó este sistema en el último Mundial de clubes, pero ni siquiera la revisión dejó a todos contentos.

La interpretación arbitral, con errores incluidos, es entonces una necesidad del fútbol. Todos los equipos son beneficiados y perjudicados por estas situaciones, eso es incontrolable, pues depende del azar. El equipo que hoy recibe un gol en el cual el rematador estaba en fuera de juego, otro día podría convertir uno en la misma situación. Por eso último, culpar a un árbitro de una derrota o eliminación muchas veces carece de sentido. Aunque puede pasar, pocos son los partidos en los que un árbitro es más culpable de la derrota que los jugadores perdedores. Después de todo, los jugadores también se equivocan, fallan goles, equivocan pases y dejan huecos. Si un equipo dependía de un penalti que no se cobró o de la anulación de un gol que no llegó para ganar, entonces no era tan superior al rival como para merecer claramente la victoria.

Apoyo sistemas como el ‘Ojo de halcón’, que con un simple aviso en el reloj del juez, sin entorpecer la fluidez del partido, decreta si hubo o no gol. Considero que los árbitros deben reducir sus errores al mínimo y esforzarse diariamente, al igual que un jugador, en no cometerlos. Pero entiendo que el fútbol es un juego con reglas simples y que debe mantenerse así para no perder su esencia. Para eso es necesario dejar que el juez interprete y se equivoque. Este análisis puede ligarse a la vida, pero eso se lo dejo al lector.

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