El partido del pasado martes contra Ecuador fue especial para el equipo de José Pékerman por distintas razones. La Selección Colombia se conectó, algo que no hacía desde hace un año contra este mismo rival en Barranquilla, y mostró versatilidad en su juego. Además, ganó un partido complicado (más en los papeles que en el desarrollo) contra un contrincante directo. El seleccionado tuvo suerte, pues gracias a los otros resultados está en el segundo puesto de la eliminatoria a dos victorias de la clasificación. Pero me parece que, por encima de todas estas razones, este encuentro fue importante por el rol que cumplió James Rodríguez en la cancha.
Cada vez me doy cuenta que el jugador del Madrid no es, como muchos lo llaman, el nuevo ‘Pibe’ Valderrama. Con esto no quiero decir que sea mejor o peor que el samario. Sus precisos centros están hechos con la mano que tiene por pie. Sus pases entre líneas son de manual y anuncian el inevitable final del rival que los ve pasar. Sus disparos, voleas mitológicas que enamoran del fútbol al que nunca lo ha visto, se transforman en goles que muchos niños solo convierten en la final de sus sueños. Es imposible decir que James es un mal jugador, pero su posición no es la de Valderrama.
Siempre me ha gustado ver el ataque del fútbol como el del voleibol. Guardadas las diferencias y sabiendo que hay excepciones, es posible hacer el siguiente análisis. Primero está el jugador que recupera el balón del ataque rival y se encarga de que el equipo haga la transición de defensa a ataque. En la Selección, ese es el trabajo Carlos Sánchez y Abel Aguilar. Estos jugadores, entre los que figuraba Valderrama en su tiempo, son expertos en el primer pase y en asegurar la posesión del balón. Luego es el turno del mediapunta (como el colocador en voleibol) que, una vez hecha la transición, debe buscar la mejor oportunidad y entregarla o, si se puede, concretarla él mismo. Finalmente está el rol del rematador, desarrollado a la perfección por jugadores como Luis Suarez o Radamel Falcao, que tiene la tarea de aprovechar la oportunidad creada por el mediapunta y anotar. El lugar de James no es ni el primero, en el que se aleja mucho del arco y se desgasta defendiendo, ni el tercero, en el que deja al equipo sin nadie que genere ocasiones. El jugador del Real Madrid debe ubicarse en el segundo rol.
Ahí ha sacado sus mejores resultados. Cuando llegó a Europa ni siquiera se ubicaba en el centro. En el Oporto FC de Portugal, James jugaba extremo derecho, a perfil cambiado y recibiendo el balón de Fredy Guarín o João Moutinho, que hacían la transición, para posteriormente colocarselo a Falcao, que remataba. Lo mismo sucedió en el AS Monaco, sin Guarín, y en la Selección, sin Moutinho. En el Mundial de Brasil, James también fue colocador, con tan buena suerte y en tan buena forma que logró crear y concretar la oportunidad él mismo en varias ocasiones. Hoy parece no convencer al entrenador del Madrid, Zinedine Zidane, pues el francés exige de de él más el primer rol que el segundo.
A mi parecer, uno de los cambios tácticos que más ayudaron a Colombia en Quito fue este. Desde la Copa América de Chile en 2015, James Rodríguez había abandonado su labor del Mundial y se había convertido en un intento de ‘Pibe’ Valderrama moderno. Con la recuperación de un armador de la calidad de Abel Aguilar, el cucuteño pudo abandonar ese trabajo y hacer lo que mejor sabe hacer: crear ocasiones de gol. Espero que esto sirva como lección, porque gracias a eso el equipo encontró la calma que tanto necesitaba y recuperó el juego que tanto gusta al hincha colombiano. Por ahora, que James vuelva a Madrid y resuelva su situación. Es muy triste ver tanto talento en la banca.
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