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El Club Atlético Atlas mostró ante River Plate un lado del fútbol que trasciende lo deportivo y lo económico.

Como si se tratara del canto de una epopeya de Homero, el Club Atlético Atlas, ese equipo modesto de la localidad de Las Malvinas, en la Provincia de Buenos Aires, jugó el martes la primera ronda de la Copa Argentina contra el histórico River Plate. Era su segunda participación en el certamen y, aunque no ganó, la oportunidad de jugar contra un equipo de importancia mundial en un partido oficial fue el premio a un arduo trabajo que vale la pena aplaudir y rescatar. Atlas, que se hizo conocer en el continente suramericano con su programa Atlas, la otra pasión, de Fox Sports, representa la lucha del humilde, la esencia del fútbol y el juego del que ama el deporte por el deporte.

Aunque el documental salió al aire en 2006, la historia del Marrón del Oeste empezó en 1951 por iniciativa de un grupo de jóvenes que lo llamaron Deportes Atlas. Desde su fundación, siempre ha jugado en la misma división: la Primera D. Apodado ‘la Cenicienta’, el club luchó durante mucho tiempo por mantener su cupo en la AFA. Desde que el programa inició, su éxito se ha convertido en un respaldo económico que ha permitido crecer al club, además de permitir que su nombre se haga famoso en Suramérica.

Gracias a eso, Atlas se ha convertido en el abanderado de un fútbol que pocos conocen, ese en el que no se mueven millones de euros. La vida diaria de sus jugadores que trabajan como obreros, panaderos o ayudantes de taller, su juego, más trabajado que talentoso (no por eso aburrido), y su real frustración ante la no correspondencia entre lucha y premio, lo lleva a mostrar un deporte en carne y hueso, menos maquillado por el negocio y protagonizado por lo que significa representar un escudo. Los jugadores pueden no tener el talento de las grandes estrellas mundiales, ni siquiera de los futbolistas locales de Primera División argentina, pero se entregan a la pelota por gusto, sin importar que tengan que ir a trabajar después del partido para complementar el ingreso que necesitan.

Eso se vio reflejado en el partido del martes contra el nunca mejor apodado equipo millonario. Atlas salió con un 4-1-4-1 que, en defensa, fue un 5-4-1. En el inicio jugó sin temor, trato de salir por abajo y tocar el balón. Aguantó como pudo los ataques de la banda roja. Sin embargo, por mucha fantasía que estuvieran viviendo sus jugadores en el campo, la realidad los golpeó cuando, en el minuto 13, Pity Martínez conectó para River un pelotazo al ángulo que ni el mejor arquero habría detenido. Ese gol, nacido del talento de un jugador de primera, fue el retrato de la situación en la cancha. El segundo gol cayóx al borde del descanso y el tercero, de penal, casi al final del partido. Pese a la goleada, los jugadores marrones, sin nada que perder, disfrutaron el partido. Hicieron caños y regates, intentaron meter un gol olímpico, buscaron conectar pases y centros que sorprendieran al rival superior y nunca bajaron los brazos. En ese partido no hubo perdedores, sino un retrato de los dos mundos extremos que tiene el fútbol.

Wilson Severino, goleador y figura de Atlas, se había retirado en 2016, pero volvió para jugar unos minutos y vivir el momento más importante de la carrera del club. Al finalizar el partido, el veterano de 39 años concedió declaraciones a la prensa y dijo “No somos de contratos millonarios ni de viajes a Europa, somos pibes que le ponemos el hombro (cual Atlas al mundo) para entrar a la cancha y terminar de ser lo que somos: jugadores de fútbol”. Como él hay muchos jugadores y como Atlas hay muchos clubes que, por cosas de la vida, no son conocidos. Ojalá no fuera así, pero ante eso poco se puede hacer. Solo queda ver a Atlas como la institución que recuerda lo que era antes el fútbol: un deporte de obreros, un descanso de la realidad y un momento de pasión, entrega y trabajo en equipo. Mucha suertea los Guerreros del Atlas en lo que les viene y muchas gracias por su lección.

 

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