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Ojalá veamos muchos artistas con la pelota como Maradona, pero espero que ningún país deba recurrir a ellos como única fuente de alegría.

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Murió Diego Armando Maradona. Entre tristeza y homenajes, lo despiden en Argentina, pero también en Italia, Japón, Australia, Congo y en el resto del globo. En todos lados hay una persona a la que Maradona hizo feliz con un regate, un pase o un gol. Su leyenda se hizo grande por jugar y ganar el Mundial de México 1986 repartiendo obras de arte en cada partido. Fue uno de los mejores futbolistas de la historia y el contexto extra deportivo llevó a Diego a ser un personaje irrepetible.

No vi jugar a Maradona. Al menos no lo hice en vivo. Sí aproveché los archivos del deporte para observar partidos enteros del 10 argentino. Este crack hacía fantasías con su juego, disparaba con picardía, gambeteaba con elegancia y cobraba tiros libres con una técnica sorprendente. Su segundo gol a Inglaterra en el Mundial del 86 es el Cien años de soledad de sus obras. Lo comparo con Gabriel García Marquez porque, como futbolista, Maradona fue un artista de ese calibre. 

En el Napoli comandó un equipo humilde y conquistó la Copa UEFA, único trofeo conseguido hasta hoy por el club italiano a nivel internacional. Tras levantar la Copa del Mundo en México, fue subcampeón de ese mismo torneo en 1990. También jugó en Argentinos Juniors, Boca Juniors, Barcelona, Sevilla y Newells. Era de esos futbolistas que la gente iba a ver a la cancha más allá de los colores y el resultado. Su mejor legado es ese. Con la pelota en los pies, hizo feliz a muchas personas.

A todo aquello, sobre todo a la Copa del Mundo que ganó en 1986, toca sumarle un contexto lamentable en Argentina. La dictadura militar que existió entre 1976 y 1983 dejó millares de víctimas por crímenes de lesa humanidad, entre ellos muchos desaparecidos, una situación económica muy mala y una guerra perdida contra Inglaterra. En ese terrible contexto, Diego hizo magia con la pelota, le anotó un gol con la mano a los ingleses y lo remató con la famosa obra de arte. Tras eliminar al antiguo enemigo de guerra, llegó a la final en la que asistió a Burruchaga para el gol decisivo y levantó la Copa más importante de este deporte. Argentina, tras pasar por sus peores años, fue inmensamente feliz por un momento y Diego tuvo mucho que ver. Por esa y otras razones que conectaban su éxito deportivo con el contexto externo, él fue un dios para muchos.

Su posición de deidad y gusto por las drogas adquirido en Barcelona lo condenaron a sus peores capítulos, entre ellos varias suspensiones como futbolista en la década de los 90. Ya retirado, entrenó algunos equipos, entre ellos a la Selección Argentina en el Mundial de 2010. Siempre estuvo más acertado (y feliz) dentro de la cancha que fuera. Lo mataron los años difíciles, las malas compañías y una pandemia que lo devolvió al infierno de los vicios.

Es un ícono cuya firma quedará para siempre en los libros de historia deportiva y argentina. Ojalá haya más futbolistas con el juego de Maradona, pues el fútbol tiene muchos años por delante y sería triste solo encontrar joyas al principio. Cada día es más difícil destacar como regateador en este deporte, que ha evolucionado y en el que es cada vez más complicado romper defensas. Sin embargo, confió en que veremos otros jugadores con esa magia.

Lo que no deseo es ver otro ícono como Diego. Para ello hace falta un contexto nefasto, triste, violento y lleno de desamparo. Este futbolista fue un salvador para muchos porque solo él les dio luz entre tanta oscuridad. Ojalá veamos a muchos artistas traer alegría a la gente, pero espero que nunca más sean la única salvación de un país. Descansa en paz, Barrilete Cósmico.

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