Al llegar a San Gil después de 8 horas en bus, comenzó a llover, y no paró hasta que mi novio y yo alcanzamos nuestra ‘yurta’ al fin de un camino lleno de barro, estiércol, y vacas. Los rayos nos aclararon el camino hacia el refugio, pero en un minuto iluminaron los ojos de las vacas: las 15 nos estaban mirando. A pesar del temor inicial, Max y yo dormimos bien y nos despertamos escuchando la cabra que se equilibraba en una banca afuera de la yurta. En la luz del primer día de los tres de nuestras vacaciones, vimos el paisaje de Santander: una tierra verde, vibrante y exuberante.
Pueblos
El día que le siguió a la temptestad, nos presentó el calor de Barichara que ilumina la piel. Visitamos la hermosa capilla del siglo XVIII, de piedra amarillenta fogosa. En las calles de piedra, tiendas exhibían cuero, madera y plumas; pendientes y pulseras. En el Parque para las Artes vimos esculturas extrañas y el anfiteatro. Atrás, lo que parecía tierra desolada abrió en un camino con plantas variadas y una vista que te hace respirar profundo. Pájaros con alas anchas volaban por el valle, buscando las corrientes. Salsas y vallenatos sonaban del restaurante-piscina al lado, y volaron con las aves en el viento.
Tomamos el camino rocoso hacia Guane, el pueblito agradable de gallinas, santuarios y cactus, calles empedradas y empinadas que se dirigen al museo de antropología. Caminando entre árboles de naranja y limón, riachuelos y rocas, unas fincas señalaron su oferta de bebidas y artesanías. Paramos un rato en la banca de una finca para hidratarnos (Max pidió la más refrescante y patriótica, la Colombiana).
El domingo, poco impresionados por el parque pulido y turístico, El Gallineral, y con helados de coco y unas poker para refrescarnos del fuerte calor, nos aventuramos en bus a Aratoca donde recorrerímos los caminos de las vacas en los alrededores del Cañón del Chicamocha. Una mujer sonriente nos cedió el asiento del bus y me contó sobre otra pareja europea que se había encontrado por allá: Antonia y Damiano, los italianos quienes vinieron para aprender los trucos de la producción del café. Nuestra amiga trabaja en la cooperativa y conoció a la pareja durante su mes de investigación. “Es tan bonito conocer gente de otros lados. Es un gran placer”, nos dijo.
Hace una gran diferencia ser acogido por un local. Al llegar a Barichara, un viejito de sombrero tradicional nos saludó con la mano diciendo “¡Están bienvenidos! ¿De dónde vienen?” Max recibió sonrisas (y risas) de la gente tras los puestos en frente de la iglesia en Aratoca, por su interés (a pesar de su falta de español) en probar cada pastelito, trozo, chuzo y empanada que ofrecían.
Comida Santanderiana
Pues obvio que no es de Santander, pero nuestra primera cola y pola la tomamos allá. Y tan rica era. La bebimos con pollo perfectamente asado (lo mejor que ha comido en 23 años de vida mi novio), acompañado por yuca y papas esponjosas, que, naturalmente, cubrimos con ají casero. La carne oreada que buscamos durante los 3 días, la conseguimos tras caminar por el bosque (que parecía una selva) con sus árboles de musgo colgado, numerosas mariposas forestales que pueblan el área y figuras de la Virgen plantadas en rocas grandes, rezando y bendiciendo a todos los que la pasan. En el restaurante que se ubicaba en frente del camino, quemaban hierbas para dispersar las moscas. Rasqué mis picaduras y probamos la carne jugosa, a la vez salteada y dulce.
Nos peleamos en el calor de la carretera y nos reconciliamos en la brisa que entraba por las ventanas del bus. Regresamos por segunda vez al mercado de San Gil (la parte más bonita del pueblo) para tomar jugos de lulo, de mango y mi moza, la limonada de coco. La mezquindad de los ingleses que cobran tanto por un vaso conteniendo más vidrio que líquido se queda lejano de este lugar. Hacen la jarra completa y rellenan el vaso cuando estás listo.
En Barichara conocimos a Carlos, originalmente de Cali, y su hijo rolo, Daniel. Tienen un restaurante de pizza lleno de sus deliciosas creaciones artísticas: comestibles y no comestibles. Se pueden estudiar los murales y tipografías de Daniel, o un avión pintado en la mesa por Carlos, volando arriba de unas rayas de pinta, como también se pueden leer mensajes de sus clientes en la pantalla frente a dibujos de Tin Tin y Batman. En otra pared se muestra la pintura de una amiga, el sagrado maíz, a base de carboncillo y pinta natural. Todo es hecho con amor: sus pizzas son hechas a base de maíz, con ingredientes locales como la mazorca, la cuajada que se derrite perfectamente, o la limonada de mango que casi nunca se ofrece en otros lugares. Te invitan a sus juegos y juguetes mientras esperas la comida; un fusilito de madero que tira bandas elásticas, dominós, cartas, y una banda sonora de blues, rock, y canciones queridas y olvidadas. ‘Pizza Amor’ se llama.
Salimos unos pasos hacia la plaza que olía inexplicablemente bien, con aromas de flores blancas que no eran visibles. Unas familias y grupos de amigos se congregaban en los pisos de la iglesia, mirando una pantalla estrenando una película. Un chico trajo palomitas a sus amigos y una chica tomó sorbos de su cerveza a las espaldas de los policías que también veían la peli hasta que quebraran las nubes. Las canaletas echaron chorros de agua en las calles que nadie cruzaba. Un taxista llamó a su amigo para que viniera en mototaxi a llevarlo hasta su carro que estaba aparcado al otro lado de la calle. “Por lo menos las ramas no se inundan, porque son horizontales.” Aún su lenguaje no escapó las manos de la naturaleza. Para nuestro horror y risa, el conductor se dio la bendición mientras salimos del pueblo en las vías resbalosas.
Una noche las campanas de la iglesia interrumpieron la salsa que sonaba en el bar en la plaza de Aratoca. Delicias eran vendidas en frente: pizza de piña y cuajada; empanadas con arroz sabroso; chuzos salteados y asados, todo bajo la luna que aparecía sentada arriba de un árbol con sus brazos extendidos, exhibiendo sus flores moradas.
“Realismo Mágico”
Yo pensé que esta vista del mundo tenía más que ver con una viva imaginación soñada que una real experiencia sentida. Este viaje a Santander me mostró que Colombia simplemente es así; no hay reinos separados de esta belleza rara pero natural, y el reconocimiento o imaginación de años de historia ancestral. Existe esta magia en la vida diaria, aún sin buscarla.
Los aguaceros profundos causaron que las calles de Barichara se convirtieran en ríos y dejaran charcos en el barro de nuestro campo. Esa naturaleza es un parque de juegos para los gusanos radiantes, fungí naranja intenso, musgos del verde de hadas, todos luminiscentes. Caminando por los charcos, hablábamos de luciérnagas y en ese segundo una luz atrajo a mi ojo. Realmente apareció una. Mirábamos los rayos cayendo en el valle, atrás de una montaña: los tenedores, el flash y de repente una estrella fugaz. Por supuesto la vimos nosotros dos. Esta magia es real. No es realismo. Existe, afuera de palabras bonitas y películas cursis.
Mi novio está mucho más interesado en la manera en que describimos y recreamos este mundo que percibimos, que en explicarlo. Sea religiosa, espiritual o científicamente, no le importa tanto. Esta magia natural no necesita explicación. Mil veces nos preguntamos qué producía cierto sonido; un canto, un cloqueo, un zumbido, un murmullo, pero en verdad no importaba. Esas cosas muestran la belleza de estar -de escuchar, de mirar, de caminar, aún de caerse dormido. Son sentidos, no son contemplados y para mí, es relajante y apasionante, que, cuando se mezcla crea un sentido de magia.
Los pueblos y paisajes de nuestra Santander son muy admirados por extraños con deseos de conocer
naturaleza pura.
Califica:
Hermoso los paisajes descritos. Mil felicitaciones
Califica: