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Hace más o menos una semana, tras una larga y magnífica quincena, presenciamos tristemente el cierre de Filbo 2018, pero me avergüenza admitir que no me sentí tan tocada por su apertura. Sinceramente, me había preguntado de qué se trató todo el escándalo entre mis compañeros. Después de todo, como hay tantos festivales culturales por cabeza británica como teteras, no fue mi primer evento literario y tampoco será el último.

Qué ingenua era. Con el arco famoso que se avecina sobre el centro de convenciones y las filas interminables de niños entusiasmados hacia la entrada, el Filbo parecía un parque temático, incluso antes de que nos habíamos atrevido a entrar.

Entonces, después de cuatro horas encantadoras callejeando por las masas de almacenes llenos de libros, estaba dispuesta a sentarme con el mismísimo Earl Grey y las primeras páginas de una nueva compra. Sin embargo, mi amiga y compañera de EL TIEMPO, Valeria, insistió en que no pudiera irme del Filbo sin haber visitado el mini-Museo de la Memoria Histórica de Colombia. Con los dientes apretados y los párpados pesados, hice cola otra vez.

La parte más tocante del museo, para mí, se trató de los "Falsos Positivos".

La parte más tocante del museo, para mí, se trató de los «Falsos Positivos».

Una hora y media después, me fui finalmente del museo, teniendo sinceramente el sentido de que me había experimentado y aprendido algunas cosas increíblemente importantes. De hecho, he pensado en esta exposición todos los días desde entonces, sobre todo porque ha dado aún más significado y contexto a la conversación que había disfrutado la semana antes, con María Gleisy y Ruth Belly Meza.

Estas dos mujeres habladoras y sonrientes vinieron con otras nueve para aprender un poco de todos los departamentos del periódico, con el fin de traer de vuelta sus nuevos conocimientos a su ciudad nariñense, Tumaco. Como participantes del “#NoEsHoraDeCallar: Proyecto Tumaco” entre Jineth Bedoya de EL TIEMPO y las tumaqueñas que han sufrido violencia debido al conflicto incesante, no necesitaron muchas pautas…

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Yo: ¿Pueden decirme un poco de dónde vienes?

Ruth Belly Meza: Venimos de Tumaco, en el Pacifico colombiano donde hemos visto demasiada guerra, pero donde no hay solamente la guerra y el miedo; hay también muchas cosas buenas, como nuestra cultura. Queremos la oportunidad de mostrar las cosas muy buenas de ella, en vez de la criminalidad, los grupos armados y las drogas.  Es muy, muy bonita. No solo a nosotros sino a los turistas les encantan las playas, y nuestra gastronomía muy buena – la mejor gastronomía del país, con pescado, mariscos…

María Gleisy: Yo soy estilista en una peluquería y tengo tres hijos, entonces me considero una mujer valiente y muy fuerte para mi trabajo. Pero buscaría algún trabajo mejor para empujar a mis hijos adelantes. Con todo este miedo que ha existido en Tumaco, puede parecer imposible levantar y estudiar, pero lo bueno es tener alguna motivación además de la esperanza.

De izquierda a derecha: María Gleisy, Valeria Cuevas González (EL TIEMPO), Ruth Belly Meza, yo, y Silvana Sánchez (EL TIEMPO).

De izquierda a derecha: María Gleisy, Valeria Cuevas González (EL TIEMPO), Ruth Belly Meza, yo, y Silvana Sánchez (EL TIEMPO).

Yo: ¿Entonces, donde entra el Proyecto Tumaco?

RBM: En cuanto a la motivación, este proyecto ha ayudado mucho, con todas las capacitaciones que nos han brindado, como la importancia de ser emprendedora e independiente, y cosas más prácticas…

Lo importante para las victimas de la violencia relacionada con el conflicto, como nosotros, es que uno no se pierde la motivación por seguir, porque de otro modo arrastramos a los hijos. Gracias a este proyecto hemos escuchado las historias y experiencias de todas esas otras mujeres y ahora todas nos sentimos más empoderadas para poner a nuestros hijos al centro.

Y con este grupo de apoyo puedo llevar a mis hijos a pasar tiempo con los hijos de esas mujeres y sé que no habrá groserías sino buenas personas, y no caerán en el crimen.

MG: Cada persona que se vuelven a la delincuencia o en las manos del crimen, no es porque sinceramente quiere hacerlo, es que le falta mucho amor. La palabra más sabia de todo este proceso es el amor. El amor transmite toda paz o tranquilidad que necesitas, entonces a las personas que solo conocen la inseguridad y les falta amor, vuelven a la violencia. Si no te han tratado con amor, tú no vas a tratar a otras personas con amor. Y lo bueno de cuando uno se aprende algo así es que siempre se puede enseñarlo a otras personas que faltan esos conocimientos.

Igualmente, esperamos que después de haber estado aquí, la gente dirá “Qué lindas son María Gleisy y Ruth Belly, con todo su amor por Tumaco. ¡Claramente es un lugar con cosas y personas muy buenas!”.

RBM: Ahora somos 120 mujeres en Tumaco, pero queremos expandir y saber dar a conocer nuestras ideas a otras mujeres, con las redes. Queremos mostrar a ellas que #NoEsHoraDeCallar y no dejar que el proyecto se quede estancado, con más mujeres todavía con miedo.

No es hora de no vivir guardada, porque mucho ha cambiado; cuando llegué al proyecto, casi me estaba perdiendo y arrastrando a mis hijos. Mis hijos pagaron a causa de mi ira. Ahora, si me siento demasiada rabia yo sé decir “ahora no quiero hablar; me siento mala”, y mis hijos me entienden y no tienen que vivir con mi terror. Antes no tenían respeto, sino miedo.

MG: Al liberarse de todo este terror, se deja de desatrancarse para todo: para trabajar, para viajar y para salir. Con estas ganas de motivación, se siente libre, en lugar de aterrizada. Hay que creer que toda la vida no habrá guerra, no habrá violencia. Hay que tener fe en Dios en eso y dar esta fe y tus conocimientos a tus hijos.

Yo: ¿Debe ser difícil saber criar a unos hijos cuando sabes lo posible que es que podrían involucrarse en algún tipo de conflicto?

RBMEs difícil pero no es insoportable… Yo tengo un hijo de quince años y todo se trata del respeto. A veces, me dice “Yo no quiero estudiar” y yo digo “tampoco, pero tengo que hacerlo para ti.” Si persiste, tomo su celular. Si dice “No quiero ir al colegio” o vuelve de la casa de su papá a las once o doce de la noche, mi puerta está cerrada porque sabe que la cierro a las diez, y ya.

Tengo que ser estricta porque tiene que comprender que es una cuestión de peligro real. He contado toda la historia de peligro, pero todavía preguntan por qué es tan peligroso en la calle, y le digo, “porque acaban de matar a un chico de quince años solo porque estaba afuera cuando dijeron que no estuviera allí”. Buscar las palabras es lo más duro, pero hay que hacerlo.

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Como expatriada que soy, volé desde una percepción desastrosa pero mejorada de Colombia, a la mía ingenuamente dorada, donde me encuentro en mi burbuja brillante de Bogotá.
Por lo tanto, el museo fue una llamada de atención necesaria, y junto con los recuentos de las tumaqueñas, hizo que la semana pasada fuera una un poco pesada. Al regresar a casa después de ambas experiencias, me sentía como siempre espero sentirme después de cualquier visita a un museo: descorazonada pero optimista a la vez . Esta mezcla de sentidos es una que he experimentado en varios museos o monumentos de guerra europeos. Luego, vino el golpe de ironía espantosa de esto: los museos son por definición destinados a honrar la memoria pasada, pero cualquier aquí en Colombia tiene que intentar de cumplir esta tarea mientras que esos mismos recuerdos se siguen viviendo – en Tumaco, por ejemplo.

Sin embargo, mientras ese hecho horroroso permanezca, la energía y el positivismo de María Gleisy y Ruth Belly son infinitos. Si la palabra principal que pueden tomar de todas sus luchas es verdaderamente «el amor», todos nosotros tenemos muchísimo que aprender.

Resulta que muchos visitantes al mini-museo están de acuerdo con mis amigos de Tumaco.

Resulta que muchos visitantes al mini-museo están de acuerdo con mis amigas de Tumaco.

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