Muchos acercamientos científicos, desde áreas como educación y pedagogía, se han centrado en determinar la razón por la cual los estudiantes fallan en las evaluaciones. A partir de esos hallazgos, abundan estudios orientados a identificar las técnicas de aprendizaje más exitosas, pero pocos que cuestionen la naturaleza misma de las evaluaciones.
Desde mi punto de vista, mientras la evaluación siga insistiendo en determinar numéricamente el resultado de una competencia específica en un test de una hora, van a presentarse altos índices de fracaso académico. La evaluación tradicional valida una dinámica en la que se obliga al estudiante a prepararse para una prueba bajo presión, cuando lo que debería hacer es brindarle herramientas para que fortalezca sus conocimientos y demuestre sus avances y logros alcanzados.
Una razón de peso para revisar a fondo las evaluaciones tradicionales, tiene que ver con los resultados de un estudio realizado en 2013, donde se demuestra que técnicas de aprendizaje como memorizar información, re-leer textos, hacer resúmenes o subrayar, tienen una efectividad muy baja. Entre otras cosas, porque se encuentra que al poco tiempo de haber memorizado la información, esta se desaparece (Dunlosky y otros, 2013).
No sorprenden estos resultados, porque como estudiantes, no somos ajenos a la experiencia de pasar largas horas revisando apuntes, re leyendo textos y haciendo fichas para cumplir con el compromiso de obtener una calificación positiva en un examen y posteriormente no tener ni recordar lo que realmente es trascendental. Pareciera que, en lugar de asistir a un escenario de aprendizaje, las evaluaciones son como una especie de simulacro; una obra de teatro en la que memorizamos información, la exponemos por unos minutos ante una audiencia y cuando esta pantomima acaba, todo vuelve a la normalidad.
La evaluación tradicional es un ejercicio de intimidación que define la relación entre el maestro y sus estudiantes; es una situación de presión, de estrés, en la que entran en juego muchas subjetividades y de la que, desafortunadamente, depende el futuro de una persona. Es trágico que la evaluación tenga tanto peso sobre la vida de un estudiante y que se haga en condiciones que no favorecen la visibilidad de sus capacidades y competencias y peor aún, llevando en algunos casos a prácticas corruptas.
No podemos olvidar, que atados a un diseño curricular muy rígido, los docentes no tienen mucha libertad para desafiar esas estrategias tradicionales de evaluación. Un modelo más respetuoso con las habilidades del estudiante y sus conocimientos, sería uno que dé cuenta de su progreso, que le notifique de sus aciertos y errores y que lo haga un participante activo del proceso de aprendizaje.
El crecimiento de los programas de educación virtual, que se basan en la autonomía del estudiante, son a mi modo de ver, un reto especial para las evaluaciones y una oportunidad muy valiosa para cambiar esa dependencia tan dañina que tenemos sobre las mismas.
@FDavilaL
Fernando Dávila Ladrón De Guevara
Rector Institución Universitaria Politécnico Grancolombiano
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