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«Ya no se sabe que es peor»: si elegir al político que nació en cuna de oro o al que nació en el pueblo. Los dos nos han decepcionado, dice Brenda Garcés, estudiante de Icesi.

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Por Brenda Garcés Bonilla, estudiante de Mercadeo Internacional y Publicidad de la Universidad Icesi, de Cali.

«Ya no se sabe que es peor»: si elegir al político aquel que nació en cuna de oro, con grandes reconocimientos y estudiado en las mejores universidades del mundo, o por el contrario, al político que ha estudiado con esfuerzo y que se dio a conocer por sus notorias labores «de buena voluntad» entre el pueblo que lo vio nacer. Los dos tipos de políticos nos han decepcionado.

¿Entonces qué hacemos?, y retumba en mi cabeza la tan conocida frase que molesta pero que hasta un punto puede ser real: «Colombia es así, porque los políticos siempre hacen lo mismo».

«Usted parece político», ya es parte de nuestro humor burlesco e irónico.  Se utiliza para describir a una persona que promete y nunca cumple nada, que habla y no actúa, que mira pero no observa, que oye pero no escucha.

¿Será que les dará ministerios a sus amigos más allegados? ¿Se apoderará de grandes recursos para triplicar su fortuna? Son interrogantes cuando observamos a esos políticos de alta alcurnia que con tono decente, convincente y estilizado prometen comida para los pobres, trabajos para los desempleados, ayudas para las madres cabezas de hogar y seguridad para el país.

Y si es el político de origen humilde, ¿querrá darse la vida que nunca tuvo? ¿Empezará a malgastar los recursos? ¿Comprará la casa de sus sueños? ¿Y le regalará a su esposa todas las cirugías que un día soñó? Preguntas que acuden cuando vemos al político que se esforzó con el sudor de su  frente para que su nombre medianamente fuera conocido, con vocabulario directo, simple o castizo que llaman.

Entonces se desarrolla mi gran preocupación: ¿a quién le creo? Casi puedo afirmar, que a más de uno de ustedes los que lean este artículo, esta pregunta se les ha atravesado en muchas ocasiones, sobre todo en épocas electorales.

No hubo quien no eligiera al «político pobre» por darle la oportunidad, pero realmente el sentimiento que se escondía bajo esa luz de apoyo era el pesar. Sí, el pesar. «Ay, pobrecito, démosle la oportunidad que se ve buena gente». Ese, con el pasar del  tiempo defraudó a más de uno, porque se llenó los bolsillos de billetes y no ayudó a su región y mucho menos… cumplió sus promesas.

Del mismo modo, quien no dijo: «El man es estudiado, inteligente, conoce al país, está preparado», bajo la esperanza de que podía llegar a ser el que mejorara el país, y ¿qué ocurrió? Otro que se dejó pillar dándole los puestos más apetecidos al amiguito de la infancia, disminuyéndoles los impuestos a las grandes compañías, muchas de ellas de los amigos de la familia, o financió megaproyectos que nunca llegaron a su fin.

Qué dilema. Qué panorama tan preocupante vemos a nuestro alrededor, en una cultura donde la falta de credibilidad  generará que persista la alta abstención en todas las elecciones.

El bicho de la ambición invade a sus víctimas, a tal punto que les consume sus principios, les pudre sus ideales y derrota sus prioridades en un abrir y cerrar de ojos. En la batalla contra esta enfermedad, más de uno es diagnosticado rápidamente: desahuciado.

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