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La becaria Fulbright Stephanie Claytor narra sus impresiones en un par de visitas al Chocó. «¡No crea  en lo malo que oiga sobre Quibdó! Si quiere sentirse bienvenido, tener debates  estimulantes, nadar en ríos frescos y sabrosos en las selvas, y bailar salsa bien bacana y rítmica, con gente que sabe bailar, ¡vaya a Quibdó- un paraíso negro!

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Por Stephanie Claytor, periodista graduada en Syracuse University y Fulbright ETA en Bogotá. Especial para Color de Colombia.

Cuando uno menciona Quibdó en Bogotá, en muchos casos, siguen respuestas y comentarios negativos, o la  persona confunde Quibdó con Quito, Ecuador, porque no puede ser posible que uno quiera vacacionar en, o visitar a, Quibdó.

Casi nunca en Bogotá alguien dice algo positivo, a menos que sea de Chocó. Oí cosas sobre Quibdó como «es súper subdesarrollado,» o «se ve como los barrios de tugurios de Kenia,  o «es muy pobre y peligroso» o «allá solo hay gente sin educación».

Encontré estos comentarios muy preocupantes porque también tengo muchos amigos de Quibdó, que han estudiado en Inglaterra, hablan bien inglés, han viajado por Europa o han vivido en los Estados Unidos.
Gente que escucha  rap americano por sus Blackberries, y siempre se están comunicando conmigo por el Facebook y Skype. Son gentes bien educadas, modernas y mundanas que han terminado o están terminando sus carreras en las universidades de Bogotá.

Y esa gente mira como yo, baila como yo, viste como yo, y tiene actitud como yo. Siempre hubo una conexión fuerte, desde el principio de mi estadía aquí, cuando la Ministra anterior de Cultura, Paula Moreno Zapata, me regaló un abrazo y se tomó fotos conmigo, como si fuéramos amigas y de verdad, en ese momento, no sabía tanto sobre quién era ella.

Vista calle Quibdó.JPG

A  despecho de lo que oía, sabía que tenía que visitar el Pacífico, el Chocó, antes de salir del país. Era mi obligación. Y lo que encontré fue «un paraíso negro».

¿Usted me pregunta por qué  o cómo puede ser?

He visitado varias ciudades colombianas, como Cali, Cartagena, Valledupar, Honda, y Medellín, y al fin, todos salen igual: así, así (más o menos). ¡Excepto  Quibdó!

La primera vez que llegué, rápidamente me recordó a la República Dominicana -un lugar donde viví y que todavía tiene gran parte de mi corazón. Me recordó ese lugar, sin las playas bellas. El clima estaba caliente y húmedo, y las palmas balanceaban en el viento y en todo el espacio alrededor de mí. Vi gente afro, la mayoría hombres, montados en motocicletas.

Aunque muchas calles no son pavimentadas, y parecía que había menos de 10 semáforos en la ciudad entera, uno podía sentir la hospitalidad en el aire. La gente se sienta afuera de sus casas con sus familias, mientras escuchan a alto volumen reaggetón adentro de la casa, para que el barrio íntegro pueda disfrutársela.

Parece que hay un restaurante de pollo frito en cada esquina y mientras iba al centro, vi nada más que tiendas de ropa y puestos de venta de pescados. Mujeres pasaban en motos con sus extensiones, trenzas, y afros moviendo en el aire.

Discoteca en Quibdó.JPG

En la noche, los jóvenes  fueron a la Zona Rosa  para rumbear. En mi primera noche, muchos asistieron a un concierto de salsa en Yenilao, una nueva discoteca allá que, en mi opinión, es una de las más lindas que he visto en Colombia y definitivamente, una de mis favoritas.

Fue fascinante que la discoteca estaba llena de gente, los dos niveles, considerando que costaba 30.000 pesos la entrada y la botella más barata valió 90.000 pesos, y si una persona gana el mínimo, eso a mí parece mucha plata.

¡Pero no solo eso, sentí que estaba en Atlanta! Todas las mujeres estaban divas con sus extensiones perfeccionadas, vestidos cortos, y tacones altos.

¡Se presentó Ensamble Pacífico en el concierto y fue espectacular!

Durante este tiempo en Quibdó, no recibí miradas  duras como en Bogotá, como si fuera una animal, y nadie me bloqueó  al entrar  al hotel donde yo me quedaba, como si no fuera mi hotel,  cual me pasó en Cali. Allá, en Quibdó, solo sentí amor.

En Quibdó, se siente que el alcohol cae del cielo porque no importa cual casa se visite, siempre hay cervezas para darte constantemente, como si tuvieran un suministro sin fin. Cuando uno camina por la calle con un nativo, siempre tiene que saludar a todos los vecinos que vea en el camino.

Cuando visitas la casa de alguien, te dará o te buscará una cena para ti, antes que les avises que tienes hambre.  Y más que eso, si no sabe cómo preparar lo que pides, como avena caliente como un cereal, ellos encontrarán una forma de prepararlo para que estés feliz y más, adicionan algunas especias especiales para que tenga más sabor.

Cuando te conocen, te dicen que están felices de que hayas venido y averiguan qué pueden hacer para que disfrutes su visita. Todo este comportamiento es lo que llamo hospitalidad Pacífico, que en mi mente es muy similar a la hospitalidad sureña que existe en los Estados Unidos. Nunca me he sentido tan apreciada en otros lugares en Colombia como me sentí en Quibdó.

De  otro lado, claro que Quibdó no es perfecta. Definitivamente, no es un sito turístico. Es una ciudad modesta, que queda por el río Atrato, donde los pobres viven al lado de los más ricos, y sin carreteras suficientes para viajar al resto de país;  la mejor forma para llegar es por avión.

Allá, definitivamente, están los que tienen y los que no. En las casas de los profesionales de  clase media donde me quedé, tenían grandotes televisores de pantalla plana, SUVs, computadoras, viejas casas grandes con 4 alcobas o más, internet, perros, mascotas, empleadas, y todas las comodidades modernas que familias de medias clases tienen.

Pero aquellos que no son tan afortunados viven en cambuches de madera, arriba de agua sucia y dependen de la lluvia para bañarse, cocinar, y lavar. En el sector norteño, la gente vive en pobreza extrema con calles de lodo, y poco comercio. Muchas de esas personas son desplazadas de pueblos en Chocó, por razón de la violencia.  Para mí, visitar esta área me dio una sensación de temor.

Pero lo que tiene Quibdó, que quizá no es tan evidente en el resto del país, es pasión y motivación por la educación, o sea la búsqueda de conocimiento.  Recientemente, la embajada de los Estados Unidos me puso en la misión de dar presentaciones en Quibdó sobre la historia negra de mi país.

Decidí  exponer sobre el movimiento de derechos civiles y los cambios en las leyes estadounidenses después del movimiento. Estaba tan sorprendida cuando llegué a la Universidad Tecnológica del Chocó y había un auditorio lleno de personas,  algunas de pie,  para escucharme  a mí y a mi compañero paisano Gabriel Hurst.

Me sorprendí porque estaban de  pie en una sala que no tenía aire acondicionado, para escucharnos hablar sobre la historia oscura de un país extranjero. No creo que lo mismo pasaría en otras ciudades colombianas ni en los Estados Unidos. Fueron tantas preguntas que no pudimos responder a todas.

Cuando llegamos a la escuela secundaria pública, encontramos una sala llena de 200 estudiantes de 10 escuelas secundarias de la ciudad, sentados callados, respetuosos, y listos para oír de lo que íbamos a presentar.

También tenían tantas preguntas que no pudimos responder a todas y después, nos paraban para entrevistas, fotos, y autógrafos en sus nuevos carteles de los famosos históricos afro-colombianos que dijeron que iban a plantar en la pared en sus casas.

Muchos de estos estudiantes me agradecieron por venir porque me dijeron que no es común que tengan la oportunidad de conocer un afro-americano en su ciudad.

En general, he encontrado que la mayoría de los colombianos de media clase tienen alto nivel de educación y son bien informados, pero no creo que haya conocido un no inteligente quibdoseño. Todos los que conocí han sido súper educados y en algunos casos, son más informados de los eventos diarios en los Estados Unidos que yo.

Entonces, ya ven que Quibdó no es solamente personas desplazadas, aunque son casi la mitad de la población. Pero, el resto son abogados, doctores, arquitectos, profesores, hombres o mujeres de negocios, contadores, científicos, y políticos.

¡No crea  en lo malo que oiga sobre Quibdó!  Si quiere sentirse bienvenido, tener debates intelectuales y estimulantes, nadar en ríos frescos y sabrosos en las selvas, y bailar salsa bien bacana y rítmica, con gente que sabe bailar, ¡vaya a Quibdó- un paraíso negro!

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