«Al querer parecernos a otros, estamos perdiendo lo que nos hace ricos», dice la estudiante de guitarra clásica Àngela Velandia. «Nuestra diversidad cultural, los valores infundados en el hogar, la diversidad de formas y estilos de ver la vida, aun cuando formamos parte todos del mismo país».
Por Ángela Velandia Blanco, estudiante de Guitarra clásica de la Fundación Artística Gentil Montaña. Con cierta extraña pasión por el arte en cualquiera de sus expresiones*. Bogotá, Colombia.
He tenido la oportunidad de acercarme a personas de algunos países y preguntarles: si tuviesen la oportunidad de vender su país, ¿cómo lo harían?
Claramente no es que estén dispuestos a venderlo ni mucho menos estoy dispuesta yo a adquirirlo, pero me agrada hacer esa pregunta porque de esta manera se nota el cariño y el orgullo que sienten las personas de diferentes lugares por su patria.
Porque el sentido de pertenencia, que es ese amor por nuestra raza y nuestro origen, solo existe cuando hay algo que nos motiva a pertenecer a ese lugar.
Cuando encontramos en lo propio, en nuestra tierra algo que realmente nos gusta y que nos hace sentir conformes con nuestra procedencia.
Ninguno de nosotros realmente pudo decidir el país donde nacería y crecería, ni es algo que tenga reembolso o cambio alguno, sólo sabemos que este, cualquiera que fuese, sería definitivo y determinante en nuestra forma de ver el mundo y la vida en general.
Y entre todas las ventajas y maravillas económicas, de desarrollo, culturales, históricas, entre otras tantas que he escuchado de estos países hipotéticamente puestos «a la venta», no he encontrado un equivalente o algo superior a lo que se puede encontrar en Colombia.
¿Por qué razón? Porque aunque juzgada por conflictos internos y una economía irregular, posee ventajas sobre otros países que, precisamente por dedicarse a incrementar sus ingresos, han olvidado lo realmente esencial que es apreciar el inicio y la base de todas las cosas.
Es decir, los recursos por medio de los cuales se alcanzó ese desarrollo, el valor de las personas por lo que son y no por lo que pueden llegar a producir por bien del país, el principio de todo, las familias, la idiosincrasia propia de cada ciudad.
Esto es lo que al final nos da la identidad de colombianos, el amor y el sentido de pertenencia que tanto buscaba encontrar y que ninguno mencionó en estos otros países ofertados.
Y es ahí donde está la diferencia entre Colombia y la mayoría de los países desarrollados, que por su propia situación de preocuparse por el incremento financiero, de producción y de riqueza olvidaron al pueblo y su riqueza cultural, lo que es y lo que está dispuesto a dar como comunidad y no exclusivamente como mano de obra.
Y es que últimamente, más que nunca, estamos perdiendo esta identidad de colombianos por intentar parecernos a esos países desarrollados.
Es ahora cuando, poco a poco, se está desvaneciendo lo que nos hace diferentes entre regiones y valiosos por esa misma razón; cuando, por ejemplo, les damos más importancia al extranjero y a su mercancía que a lo que tenemos aquí mismo.
Al querer parecernos a otros, estamos perdiendo lo que nos hace ricos, nuestra diversidad cultural, las ganas de seguir adelante, los valores infundados en el hogar, la diversidad de formas y estilos de ver la vida, aun cuando formamos parte todos del mismo país.
Sería una verdadera pérdida si por dedicarnos a problemas de otra índole permitiéramos que esta identidad cultural se perdiera, que la diversidad y la riqueza de Colombia, su folclor, sus costumbres desaparecieran por darle importancia a otras cosas que al ser materiales no tienen en realidad tanto valor como lo que en realidad somos y amamos ser, que es ser colombianos.
*Este artículo es el primero de quienes respondieron a una convocatoria abierta para escribir en este blog, hecha a través de la página Color de Colombia en facebook.
Comentarios