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Tibisay Estupiñán previene sobre el mal del RDP: «Reincidencia Dolorosa Premeditada». Cerrar ciclos no significa olvidar, anular o matar del totazo a una persona.
Tibisay Estupiñán Ch.
Por Tibisay Estupiñan Chaverra, bacterióloga y escritora de vocación. @tibisayes – facebook.com/tibisayes
Desde muy pequeños nos han hablado de la importancia de terminar todo lo que empezamos. ¿Quién no se ganó su coscorrón por no haber apagado lo que prendió, cerrado lo que abrió o levantado lo que tiró?
Conforme pasa el tiempo, durante nuestra pueril adolescencia, urgida juventud y ridícula supuesta adultez, la vida nos va dando «coscorrones» porque construimos nuestra cadenciosa historia dejando ilusiones encendidas, amores entre abiertos y vidas tiradas – a veces nuestra propia vida-, sin pensar por un momento en lo perjudicial que esto puede ser para nuestra estabilidad mental, y lo factible que es llegar a convertirnos para otras personas en la versión remasterizada de «Psicosis».
En el parque de diversiones que es la vida montamos diversos juegos. Unos nos llevan al éxtasis, otros nos aburren, nos marean y hasta nos hacen vomitar, pero como nos encanta renovar los votos de dolor, volvemos a recargar la tarjeta y nos subimos -jueguito más, jueguito menos-, en los mismos de siempre.
Esto es a lo que yo llamo RDP: «Reincidencia Dolorosa Premeditada». Otros más lacónicos y menos demagogos lo llaman, masoquismo.
Muy a menudo tenemos unos sublimes momentos de lucidez o estupidez que nos llevan a hacer cosas que a la vista del resto del mundo son sencillamente inconcebibles e innecesarias.
En ese momento nos sentimos cuasi «McGyvers» y pretendemos con una «navaja» de valentía y «tres balas» de insulsa sabiduría, repararle la vida a más de uno, olvidando que solo el dueño de la casa es quien conoce los problemas de su cañería y que por mucho que hagamos, naturalmente existen los famosos «casos perdidos».
No promulgo que se deba renunciar a ayudar. Si se sabe algo de plomería está bien «echar una mano», aunque salga untada. Continuar por nuestro camino sin percatarnos de lo que los demás pueden recibir de nosotros, no resulta sano, pues en ocasiones el corazón se queda con la necesidad de entregar y se colmata ese sentimiento en el alma hasta convertirse en episodios de gastritis y ulceras, literalmente.
Sin embargo, de manera hipócrita pero concienzuda hay que entender que todo tiene un límite y que ayudar no implica reciprocidad. Si pensamos que alguien tiene intenciones oscuras resulta más fácil creer en nuestras intenciones; al fin de cuentas es de lo único que estamos seguros -y eso!-.
Ver hasta dónde hemos llegado y visualizar dónde podemos terminar es un buen ejercicio para decidirse a cerrar ciclos.
Por la salud de nuestras conexiones neuronales, debemos entender que cerrar ciclos no significa olvidar, anular o matar del totazo a una persona. Realmente no tiene que ver con las gentes.
El proceso sería más fácil si enfocáramos nuestras energías de manera introspectiva y no armáramos la misma función decadente cada vez que escuchamos una canción, visitamos un lugar o estamos ovulando.
Cerrar ciclos es la impactante oportunidad de renovar sentimientos consigo mismo -autoestima, lealtad-, de culminar historias, de poner puntos finales a libros enteros (no a capítulos) para empezar uno nuevo, a veces con el mismo lápiz, en la misma calidad de papel e incluso con hojas de la misma resma; pero necesariamente, una historia diferente con actitudes, y sentimientos diferentes.
Sería ideal poder saber de qué estará seguida cada decisión que tomemos. Mala noticia! No funciona de esa manera. Por eso esperar agónicamente no es garantía de victoria, tampoco de derrota, pero son muchas las fuerzas, la fe y hasta la belleza que se permutan por el tiempo esperado.
No somos pokemones, pero lo único que nos hará más fuertes y capaces es: EVOLUCIONAR y para ello sencillamente debemos soltar el pasado y mirar de cara al futuro, porque lo que ha de ser, será.

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