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Manifiesto de rebeldía frente a las convenciones que hacen deseables a los caballeros prototípicos. «Qué triste fingirse tonta para resultar pretendida». 
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Por Tatiana Bonilla, sicóloga. Especial para Color de Colombia 
Se nos dice cómo debemos comportarnos. Obviamente no se trata de reglas explícitas, sino de pequeñas órdenes intangibles indicándonos la imagen que estamos obligados a proyectar en la sociedad, aunque a muchos nos agobian en secreto los papeles que debemos ejercer.
Cuando hablo de ‘brutas’, uso el término en sentido pedagógico, pero me refiero a esas ocasiones en que las mujeres nos adaptamos servilmente a todos los roles que se nos imponen, como las barbies: bonitas, calladitas y de perfil, pero sobre todo, sin mente.
Para ejemplificar, hay una frase célebre que con frecuencia nos llega: «Los caballeros las prefieren brutas». Pese a todas nuestras luchas, la experiencia parece confirmarlo. Pero, ¿será acaso que también los preferimos ‘caballeros’?
La caballerosidad es una característica deseable a nivel social, pero lo cierto es que es una representación repleta de  fórmulas prototípicas que más o menos encajan con lo que se supone apetecible. No vaya a ser que de tanto exigir termine una convertida en la tía solterona. A todas nos dijeron que es aterrador.
Lo cierto es que muchas estamos cansadas de la misma historia y los hombres nada quieren saber de nuestro agotamiento. Cuando digo hombres tampoco deseo generalizar; me refiero acá al estereotipo con el que nos cruzamos una y otra vez, por desgracia.
El repertorio de los ‘caballeros’ es bastante trillado: son fáciles de reconocer porque de manera casi inevitable alardean de sus acrobacias sexuales, de sus conquistas más audaces, del dinero que son capaces de cargar en el bolsillo.
Y entonces, nosotras, que conocemos la dinámica y las más de las veces tememos de manera desmedida a la soledad, aplaudimos antes, durante y después de esas piruetas sin misterio, porque estamos al tanto de todos los relatos y sabemos jugar con las vanaglorias de los hombres.
¿No es deprimente el panorama? Lo que llamamos caballero en Colombia no es deseable en verdad, y qué triste fingirse tonta para resultar pretendida. 
Yo propongo, a riesgo de ser tachada de indecente, alterar el orden: producir otras formas más espontáneas, más sinceras y más sencillas de relacionarnos.
Ya sé que la experiencia nos ha llenado de prejuicios, que es más fácil poner una etiqueta que darse a la tarea de pensar y experimentar; sin embargo, sigo creyendo en nuestra capacidad creadora para generar realidades diversas.
Entender al otro como si fuera una prolongación del yo, no perder tiempo en datos inútiles; dejar atrás los concursos con ganadores y vencidos. Desaprender.
Hay que ser feliz aceptando el riesgo constante de la caída. No importa que los hombres se asusten con nuestra determinación, porque la idea es precisamente moldear otras dinámicas; recuperarnos, reconstruirnos, perder el respeto a las convenciones.
Las sociedades que hoy conocemos están basadas en la lógica de la coerción. Si bien las mujeres somos las víctimas directas, también lo son los hombres con los roles que hemos decidido asignarles, muy a su pesar algunas veces. La opresión, sea evidente o no, nos afecta a todos.
Ni las busquemos brutas, ni los esperemos ‘caballeros’, simplemente seres humanos nuevos que escapan de la postración.
Superar a la ‘bruta’ es elegir la autonomía y esa es, en definitiva, la mejor de las respuestas y la mayor de las libertades; la diferencia entre no «conseguir» un hombre o «decidir no tenerlo». Independizarse, en definitiva, del círculo habitual: mujeres novadas y renovadas.

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