Por Daniela Ortiz Batalla, artista plástica. Especial para Color de Colombia
Todo empezó en el colegio después de pasar por un proceso de aceptación racial. Según los estereotipos que se metieron a mi cabeza sin permiso (tampoco están hechos con el ánimo de pedir permiso), algo en mi cabeza «no» andaba tan bien.
Algo en mi cabeza fastidiaba hasta el punto de sentirme inferior. Se trataba de mi cabello.
Sabía que algo en mí y en mi familia era diferente, pero nunca pensé que otro humano decidiera con quién relacionarse partiendo desde un tipo de cabello o color de piel.
Llegué hasta el punto de sentirme obligada a cambiar una parte de mí para convencer a otros.
Cuando era muy pequeña, recuerdo que uno de mis juegos favoritos era ponerme un saco en la cabeza y jugar a tener el cabello largo y lindo.
Me dormía aferrada a mi saco aún en la cabeza, aunque siempre llegaba mi mamá y se llevaba mi cabello largo y falso. Después se me olvidaba.
Cuando empecé a crecer ya no podía ponerme sacos en la cabeza para salir de fiesta o para ir al colegio, ni tenía ganas de jugar a tener el cabello largo. Quería que tan solo fuera una realidad.
Así que para ocultar mi identidad con la cual estaba en descontento, cosa que jamás iba a lograr, empecé a usar extensiones en forma de trenzas.
Al menos fingiría tener un cabello largo y evitaría palabras o miradas ofensivas, pero eso no era suficiente para sentirme bien, quería tener cabello liso como todas mis amigas.
Soñaba con tener un capul que se moviera con el viento, pero ni un ventarrón lograba hacer que mi cabello bailara con él. Odiaba ser «chuta», «apretada», crespa.
Tenía amigas que me «aceptaban», pero siempre dejando escapar palabras que arruinaban mi idea de olvidar que
tenía un cabello diferente a las demás. Hacían bromas pesadas acerca de mi cabello y yo fingía reír también.
Crecí en medio de una sociedad que supone que pare vernos lindas necesitamos tener cabello liso y largo. Si los estereotipos mostraran mujeres con sobrepeso y crespas, muchas mujeres empezarían a comer como sabañones, desesperadas lucharían por lograr subir de peso y se comprarían extensiones crespas.
Empecé a alisar mi cabello con productos químicos altamente destructivos para estar lisa. Mantenía mi cabello recogido y hacía como si nada, me puse extensiones lisas, me veía tan linda y también falsa, pero empecé a sentirme algo mejor.
Podía hacerme algunos peinados sin darme cuenta de que terminaba siguiendo los estereotipos, los mismos que atormentaron mi niñez…
Más tarde empecé a sentirme incómoda de exhibir una parte que estaba en mí, pero que no hacía parte de mí; me atormentaba la idea de que alguien se enamorara de mis extensiones y no de mi belleza natural, pero no tenía la valentía de lucir mi cabello natural.
No quería rendirme, sentía la necesidad de ser bella naturalmente. Empecé a ver vídeos de chicas afro que también lo hicieron, contaban sus historias, me sentí acompañada!
Pero si decidía dejar mi cabello natural tendría que afrontar el reto de saber que en cualquier momento aparecerían de la nada situaciones incómodas. Aprender a recibir burlas desde mi compasión por la ignorancia, subir a un bus y sentir ojos encima todo el tiempo acompañados de burlas y hacer de cuenta que no pasaba nada.
Tenía la tarea de aprender a controlar y cuidar mi cabello, aprender a sentirme linda.
Mi primer día de afro fue un desastre. Palabras como por qué no te peinaste hoy o carcajadas en la cara. Me miraban como a una especie diferente, me sentí fatal y al mismo tiempo libre. Fue más difícil de lo que pensaba que iba a ser. Me devolví a mi casa triste y sentí que mi lucha había fracasado.
¿Realmente había una solución? ¿Cuál era? La «única» alternativa que tenía era devolverme a la casa y ponerme mis adoradas extensiones para evadir una realidad que aunque estuviera «oculta», no dejaría de ser mi realidad.
Pero al cabo de poco tiempo decidí intentarlo de nuevo. Aun sabiendo el tipo de situaciones con las que me enfrentaría, saqué mis extensiones, dejé de alisar mi cabello y empecé a ser yo, con el cabello chuto que siempre he tenido, con el que nací.
Las burlas no desaparecieron y a lo mejor nunca lo harán, pero entendí que son burlas vacías e ignorantes que carecen de sentido alguno. Mi cabello les manda un saludo a todas ellas.
Puedo decir que estoy contenta. Ya no sueño con ser una copia de todas, con unas extensiones largas y lizas.
Me gusta ser diferente, linda y lo mejor de todo, natural. Entendí que uno puede verse lindo de miles de formas.
La belleza no es tan básica como la pintan las extensiones lisas o las cirugías. La belleza es gorda, la belleza es flaca, es negra, es morada. La hay en todos los colores y hasta calva. La belleza es más profunda y más compleja. La belleza no distingue razas ni texturas de cabello.
[Escribí esto acerca del cabello afro desde mi experiencia, sin ánimo de ofender a las personas que usan extensiones, pero sí con el ánimo de motivarlas a que todas juntas le hagamos culto a nuestras raíces afro. Nosotras mismas nos hemos encargado de enterrarlas y de auto-discriminarnos].
La Fundación Color de Colombia fue creada en 2006. Nuestra misión es promover el progreso, el reconocimiento y la integración de la población negra o afro en la sociedad y el desarrollo sostenible. *No estamos repitiendo el discurso convencional sobre la cuestión afro ni haciendo lo mismo.
Lorenzo Morales, ‘Moralito’, hace 10 años partió de la vida y se recuerda la canción ‘La gota fría’, donde Emiliano Zuleta Baquero le había llamado la atención en 1938 por haberse ido cuando la luna estaba concluyendo su jornada. #EfeméridesAfrocolombianas
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