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«Quien no vive para amar no sirve para vivir y no tendrá ni libertad, ni felicidad. Sencillamente se ha decidido por una lenta y dolorosa «eutanasia».
Tibisay Estupiñán Ch.
Por Tibisay Estupiñán Chaverra, bacterióloga y escritora de vocación. @tibisayes – facebook.com/tibisayes
En ciertas ocasiones es necesario salirse del ciclo recurrente en el que se vive. Dejar de ser, dejar de estar, cambiar de rol, dejar el pragmatismo y la deducción y perderse en lo desconocido, en lo imperfecto, pero naturalmente hermoso.
Hemos aprendido a sentirnos y a actuar de una manera que nos mantenga «seguros», pero haciendo un juicio muy introspectivo y después de haber recolectado cientos de historias que ahora llegan como bofetadas de conciencia, debo decir que no hemos aprendido lo más importante: amar y ser libres.
Vivir implica algo más que respirar, vivir es la desbordante misión de serle fiel al tiempo en un pacto amistoso donde él nos acompaña en el viaje y nosotros … pues nosotros, lo aprovechamos en una especie de simbiosis que nos da como ganancia la experiencia. 
Vivir en una palabra es: Amar. Y amar trae consigo como apéndices la libertad y la felicidad. Por eso he de decir que creo en el amor, porque sencillamente estoy viviendo y he lo he visto miles de veces triunfar.
Ver como una flor nace a través de  la hendidura del cemento, ver a un niño nacer, ver el arcoíris, sentir mi corazón latir de emoción y seguir suspirando de felicidad. Eso es amor.
Hay personas que viven diciendo que no creen en el amor. Seguramente son aquellos que confundieron amar con «hacer el amor» o «tener hijos con alguien» o «tener algo o a alguien». 
Particularmente esta última. ¿A quién se le ocurrió la grandiosa idea de acuñar esta expresión tan estúpidamente inadecuada y discordante de lo que es amar? 
El amor es libertad y cuando se «tiene» algo o a alguien, por lo general alguno de los dos -el poseedor o el poseído- no es libre; por lo tanto, sin ánimo de dañarle la fiesta a más de uno con ínfulas de carcelero o prisionero medieval, eso no es y nunca será amar y por ende hay apendicetomía de libertad y felicidad.
Muchos dirán que es una utopía eso de creer en el amor. Esos son los mismos que andan mendigando noches y caricias. Yo los he visto!, son indigentes disfrazados de ejecutivos. 
El amor es autenticidad. Por eso cuando hay amor, todo fluye naturalmente, porque no hay que esconderse tras máscaras grotescas.
Amar es natural, pero como los seres humanos somos especialistas en complicarnos la existencia, optamos por no amar, -decisión tan difícil como querer enhebrar una aguja teniendo mal de Parkinson-.  Nos la ingeniamos para estar en sitios, situaciones y con personas donde el amor es imperceptible, por no decir que inexistente.
Si amamos y somos rotundamente felices, nos aterramos y emprendemos una huida hacia la infelicidad, -lugar donde hemos estado siempre- porque se nos coló en la última neurona impetuosa que teníamos, la frase «es mejor malo conocido, que bueno por conocer», ¡muerte súbita! 
Con todo respeto pienso que al que escribió esto le faltaban dos gotas… de amor? De fe? Vaya uno a saber.
Cuando digo creo en el amor, lo manifiesto en todas sus formas, desde el enamoramiento que es un estado, hasta el amar a plenitud, que es un estilo de vida. 
Yo he visto ojos hablar de amor sin que la boca musite palabra alguna. He visto sentimientos viajar kilómetros y hasta cruzar fronteras sin visa, he visto «muertos» levantarse en nombre del amor.
Pienso que quien no vive para amar no sirve para vivir y en ese orden de ideas, no tendrá ni libertad, ni felicidad. Sencillamente se ha decidido por una lenta y dolorosa eutanasia. 

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