OPINIÓN
En las últimas semanas de campaña, el presidente reelecto afirmaba que los recién llegados venían a quedarse con sus trabajos y oportunidades. Aseguraba que ellos, los buenos, legalizados y ya con años en el país, se estaban viendo perjudicados por los malos (los recién llegados), que además eran criminales.
“En Estados Unidos el peor enemigo de un latino, es un latino”, “Si se llega a quedar ilegal, jamás le comente su situación a un latino porque ese es capaz de denunciarlo con la ‘migra’”, “El latino siempre trata de explotar a otro latino”, “El latino es muy envidioso con su propia gente”.
Todas esas frases me las comentaron unos latinos apenas llegué a Washington D.C., en el año 2000. Afortunadamente unos días después una empresa me ofreció trabajo como periodista con su respectiva visa, situación migratoria que fui extendiendo hasta cuando regresé a Colombia, sin siquiera haber intentado conseguir ni la residencia ni la ciudadanía a pesar de que tuve todas las oportunidades.
En esos nueve años conocí a muchos latinos (trabajé en una página de internet para latinos), la gran mayoría colaboradores con los recién llegados: los ayudaban y los guiaban en esos primeros días en Estados Unidos; pero también otros pocos (en aquella época), la mayoría ya con su situación legal arreglada que renegaban de los otros que llegaban, dominados por los muy latinos egoísmo y envidia (si yo lo logré no quiero que usted también lo haga).
A estos latinos se les olvidaba (olvida) rápidamente que también llegaron a Estados Unidos porque en sus países pasaban (pasan) necesidades y que si se regresaban (regresan) muy seguramente volverán a la misma situación. Es muy poco el latino que se va y se queda en Estados Unidos por gusto, podría afirmar que el 95% lo hace por necesidad.
Pero estos latinos que en un principio cometieron ilegalidades como trabajar sin autorización y que muchos de ellos después se legalizaron con matrimonios ficticios o procesos de asilo falsos (supe de muchos) olvidaron rápidamente sus orígenes y circunstancias. Con el agravante que se creen más inteligentes y superiores al resto de su etnia porque ellos sí consiguieron quedarse en Estados Unidos (es su principal logro de vida).
Le puede interesar: ¿Me voy o me quedo?
Y esta fue la circunstancia escondida y disimulada que aprovechó Trump. Dio con la tecla y les avaló públicamente su discriminación hacia su propia gente. En las últimas semanas de campaña, el presidente reelecto decía que los recién llegados venían a quedarse con sus trabajos y oportunidades. Ellos, los buenos, legalizados y ya con años en el país, se estaban viendo perjudicados por los malos (los recién llegados y con situación migratoria irregular), que además eran criminales.
Y para acabar de ganarse su corazón y razón (42% de latinos a nivel nacional votó por Trump) afirmó que iba a deportar a millones de latinos. Música celestial para esos oídos y corazones deseosos de exclusividad.
Estos mismos son los que apoyan a Trump cuando asegura que los latinos son “ladrones, violadores, criminales y narcotraficantes”. Afirman y se lo creen que no es con ellos sino con los recién llegados. Creen que los estadounidenses, principalmente los radicales seguidores de Trump, les van a pedir los papeles en las calles para ver si son ‘legales’ o ‘ilegales’. “Para los ‘gringos’ todos los latinos somos la misma m… con diferente bandera”, decía sabiamente un amigo venezolano.
En el 2019 estuve de visita en Washington D.C., una amiga centroamericana, que vivía desde hacía unos 40 años en Estados Unidos (ciudadana estadounidense décadas atrás), me comentó con tristeza que nunca había sentido discriminación como en ese gobierno de Trump. «Los estadounidenses no miran documentos de inmigración sino caras», pensé.
Le puede interesar: Los Estados Unidos que no conocí
Pero también están los que viven en Latinoamérica, que se sienten superiores que el resto, porque cuando Trump dice que somos violadores, criminales y narcotraficantes, sin distinción, creen que solo se refiere a los que están llegando a Estados Unidos y no a todos nosotros. Para los estadounidenses, los latinos de allá y los de acá somos lo mismo.
Pero la cereza del pastel me tocó vivirla en el año 2019 en un viaje de trabajo como periodista a Florida. Conocí a un colombiano, quien me comentó que estaba de acuerdo en que Trump construyera el muro en la frontera para atajar a todos esos “criminales centroamericanos”.
Una de las grandes sorpresas de mi vida llegó cuando, después de un par de cervezas, me confesó que estaba de “ilegal” pero que debido a que su familia tenía un apellido reconocido en Colombia, aspiraba a que el gobierno colombiano le ayudara a solucionar la situación migratoria, porque él si era de los buenos: “Yo llegué en avión y no entré por el hueco”, me manifestó muy convencido de sus razones (una mezcla de arribismo y clasismo propios del colombiano).
Es inhumano escuchar que van a deportar a millones de personas cuando no tienen muchas opciones de vida en sus países, hablo por Colombia, dominado por una clase politiquera corrupta que le deja muy pocas posibilidades de progreso a gran parte de la población.
Pienso que el solo hecho de deshumanizar y menospreciar a toda una etnia, a sus abuelos, padres e hijos debería de haber sido razón suficiente para que los latinos no apoyasen a alguien como Trump.
El caso de los venezolanos
Los venezolanos constituyen un caso aparte. A la mayoría los convencieron que los demócratas van a volver Estados Unidos una Venezuela y que Trump va a invadir al país suramericano y a sacar a Nicolás Maduro del poder.
Nunca en mi vida he escuchado tanta discriminación y deshumanización contra los ciudadanos de un país en particular como cuando Trump repite y repite que todos los venezolanos son criminales que el régimen de Maduro sacó de las cárceles y expulsó del país para ir a hacer fechorías a Estados Unidos.
Le puede interesar: ¿Se convirtió Venezuela en la Cuba suramericana?
Se les olvidó que fue durante el gobierno de Joe Biden cuando se les extendió el Estatuto de Protección Temporal (TPS), pero curiosamente le echan la culpa porque también dejó entrar a los del ‘Tren de Aragua’.
Lo que sí es claro es que los grupos trumpistas radicales de supremacía blanca, como los Proud boys, la Derecha Alternativa (Alt-right) y los grupos neonazis, esos que Trump califica de “adorables”, no distinguen entre legales e ilegales ni entre recién llegados, ni de los que llegaron desde hace décadas, ni de segunda generación: con el color de la piel les basta.
Le puede interesar: Venezolanos: ¡Ahora o nunca!
La semana pasada el New York Times publicó que Trump estudiaba, en medio de su plan de deportación masiva más grande de la historia, eliminar los Estados de Protección Temporal (en el cual están incluidos los venezolanos) y deportar a todos los que están bajo esta figura legal. ¿Cuántos de esos que apoyan fervientemente a Trump van a regresar deportados a Venezuela? ¡Ironías de la vida!.
Por último, no deja de ser contradictorio que estos venezolanos que apoyan a Trump son los mismos que odian a Nicolás Maduro y al chavismo, cuando ambos están respaldados por el dictador ruso y guerrerista Vladimir Putin.
Comentarios