El conservadurismo frente a las tecnologías digitales impide su utilización en la modernización de las estructuras económicas, políticas y sociales pero, además, sirve para mantener privilegios feudales y esquemas ineficientes.
Es incalificable el atraso tecnológico que se observa en la mayoría de entidades públicas. Pero en la empresa privada es francamente escandaloso.
Supermercados (de los que ahora se llaman «grandes superficies»), pertenecientes a poderosas multinacionales que atienden peor que la tienda de la esquina: conseguir allí una información, hacer una devolución y a veces hasta el simple registro de una mercancía que no tiene código de barras es una odisea manual que conlleva pérdida de tiempo (y dinero), malestar e inseguridad. ¿De qué sirve todo el alarde en tarjetas, registradoras electrónicas y digitalización de la información si cuando tienen que funcionar no funcionan?
El gerente de una sucursal explicaba hace poco los fallos: «los equipos son muy obsoletos y al personal no se le prepara para no subir los costos». Razones similares a las del ministro de protección social y no sé que más (con tantos temas refundidos en una sola dependencia, también para ahorrar costos, ya no sé de qué se ocupa cada cual), para dar cuenta del pésimo funcionamiento del sistema de seguridad social que ni es sistema, ni seguro y mucho menos social: apenas una federación caótica de empresas de dudosa capacidad que recaudan multimillonarios aportes y prestan pésimos servicios.
La oposición cerril a la innovación tecnológica no se reduce a la preferencia por equipos obsoletos o a la nostalgia por eso tiempos pasados que siempre fueron y serán peores. El conservadurismo se ensaña en la mentalidad contraria a todo cambio de actitud, a todo pensamiento renovador, a toda opción distinta.
Muchas veces los retrógrados esconden, bajo una frívola capa de gusto por el aparataje de última moda, su repudio al «pensamiento claro y distinto» que, curiosamente, propugno Descartes en su filosfía tratando de superar las últimas sombras del obscurantismo.
El conservadurismo tecnológico al que aquí me refiero tiene, pues, varias facetas: la descarnada de quienes se oponen incluso a renovar las infraestructuras; la farisea de quienes alaban el cambio de labios para afuera pero de puertas para adentro siguen más papistas que el Papa y la cínica de los que, conscientes de las posibilidades tecnológicas, las usan para preservar un estado de cosas injusto y contrario a las dinámicas edel mundo actual.
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