Algunas versiones llaman ese período “la reconquista”. Otras, con mayor rigor histórico, lo denominan “el terror”. España, que azotó a los territorios del sur de América desde 1815, sufrió la derrota total en Ayacucho, 1826.
Leyendas repetidas
Fernando VII impartió la orden de retomar América. Las colonias habían aprovechado el desorden que trajo el imperialismo napoleónico, para buscar darse su propia forma de gobierno sin sometimiento alguno a la monárquica española.
A pesar de su decaída fuerza militar -y económica-, el régimen monárquico envío 15 mil veteranos de las sangrientas guerras napoleónicas. Regimientos completos de infantería y caballería, artilleros con todos sus arreos; armamentos y pertrechos.
Esperaban repetir aquí las leyendas de riqueza que fundaron pizarros y corteses. Deliraban con fe ciega en la recompensa del Rey, en esta tierra, y en la de Dios, en el más allá.
Cortes reales
Como máximo jefe, comandante absoluto por designación directa de Fernando VII Pablo Morillo. Bajo su mando de hierro, lo más granado de la fuerza hispánica. También, tupida réplica de las cortes reales, una complea red de jueces, clérigos y burócratas.
Tan pronto se instaló en tierra venezolana, la fuerza invasora se abalanzó sobre las riquezas. Los bienes de los patriotas asesinados, pasaron a manos de la jefatura española. Impusieron durísimos gravámenes y multas. Expropiaron sin control.
Y, de eso, buena parte debe constar en los registros enterrados, quizás por siempre, en el insondable Archivo General de Indias.
No hay duda de que la élite española estuvo dispuesta a hacer – e hizo- lo que hiciera falta, al precio que fuera para eliminar de raíz esas republicas que apenas intentaban nacer y que aún algunos insisten, equivocadamente, en llamar “bobas”.
Así, creía la élite española, las riquezas de América volverían a fluir, incesante, a las arcas reales y eclesiásticas, para alimentar el infinito apetito del poder.
Finanzas de la agresión
Finalmente, en abril de 1815, atracaron en Carúpano, Venezuela, 75 navíos principales, goletas, 18 fragatas con el emblemático San Pedro Alcántara, de 64 cañones, encabezando la escolta del potente convoy.
Asegurar la costa venezolana no le quedó fácil a las tropas españolas. Dos semanas después de cumplido el desembarco, el 25 de abril, mil tripulantes del San Pedro Alcántara se ahogaron -junto a un millón de pesos-, para financiar la agresión real.
La ofensiva se intensificó con desiguales resultados. En el muelle de Santa Marta, las tropas españolas fueron aclamadas. Pero, rumbo a Cartagena, en la ensenada de Sabanilla –entre lo que actualmente son Barranquilla y Puerto Colombia-, la población resistió con vigor la arremetida.
Las murallas de Cartagena de Indias que humillaron el asedio de Vernon en 1741, con igual bravura soportaron a Morillo 75 años después. El asedió terminó el 6 de diciembre de 1815, con más de 6 mil personas (una tercera parte de la población cartagenera) muertas. Los dirigentes ejecutados y Morillo nombrado Conde de Cartagena y caballero de Isabel la Católica.
Sin fórmula de juicio
De Cartagena, cinco avanzadas españolaspartieron hacia Popayán, Zipaquirá, San Gil, Socorro y Santafé, la capital del antiguo virreinato. En el camino, cientos de pueblos y ciudades sufrieron el paso del ejército de Fernando VII.
No más tomada la población señalada en el itinerario, las órdenes de Morillo se cumplían a rajatabla: ejecuciones, expropiaciones, destierros, multas, encierros sin fórmula de juicio.
En las entradas y salidas de los poblados, en los cruces de caminos, era habitual la exhibición de cadáveres mutilados: buscaban aterrorizar a la población. Camilo Torres, Manuel Rodríguez, José María Dávila, Jorge Tadeo Lozano corrieron esa suerte junto a muchos otros.
No necesitan sabios
El cuerpo ahorcado de José María Carbonell, se incendió por un arcabuzazo que ordenó Morillo para “que no sufra más”. «España no necesita de sabios», replicó el mismo Morillo a quienes reclamaron perdón para Francisco José de Caldas.
Los tribunales «de guerra» y «de purificación» funcionaban a la par con el «de secuestro». Incautó propiedades y bienes para sufragar la consolidación del poder en la Nueva Granada y Venezuela y, de aquí, extenderla al sur.
No hubo indulto. Algunos lograron salvarse a cambio de la entrega de sus riquezas o el exilio y hasta los adinerados adeptos a la monarquía debieron someterse al pago de cuantiosas erogaciones.
Textos ocultos
Falta conocer aspectos claves del terror hispánico. Desentrañar, tras 200 años de su ocurrencia, el significado profundo de episodios que apenas si se mencionan, de pasada, en libros olvidados.
Quienes creyeron que la historia había muerto, excluyen su estudio de las aulas escolares, la reducen a nada más que relatos inexactos y análisis ambiguos. Pareciera que buscan alumbrar sólo unos personajes, mientras se obscurece el conjunto de la escena.
Su perspectiva resulta, así, trastornada de tal modo que empaña la visión de la totalidad. Deja al descuido detalles que son, en realidad, relevantes para comprender conexiones que ilustran acontecimientos de hoy.
Existe un enorme bagaje documental: informes, correspondencias, cuentas, etc. sobre el terror español que es indispensable escudriñar para tener claridad sobre lo que significó ese período de muerte y despojo.
El movimiento independentista logró frenar la ofensiva terrorista del reino español. Mientras Morillo desolaba las provincias; Simón Bolívar procuraba apoyo para las fuerzas libertadoras. Los gobiernos de Haití y Jamaica hicieron jugosas donaciones.
Buena parte de esos recursos se destinó a la resistencia encabezada en el sur por Antonio Nariño. La actividad de Policarpa Salavarrieta -de cuyo vil fusilamiento se cumplen 200 años el próximo 14 de noviembre-, fue determinante en esos movimientos.
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