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Con paciencia artificiosa
se teje una trama que tiene frente al paredón a la administración distrital, mientras
que hechos lesivos al interés público se manipulan como pañuelo de mago ante
los ojos, admirados, de las tribunas.

 

Aspirantes al Liévano

 

Maniobras que serían
ejemplares si su propósito fuese, realmente, contribuir a la integridad de la
gestión pública. Agilidad admirable en su eficacia pero repudiable en su
mezquindad para alinear en el mismo campo a periódicos enfrentados por más de
medio siglo contra el general Rojas Pinilla, apellidos de remotos abolengos y
gordas chequeras que nunca aceptaran la elección de su nieto a la alcaldía capitalina,
la facción del anterior alcalde, sus adeptos y varios partidos, empezando por el
del presidente de la República, que aspiran a que uno de los suyos ocupe el
despacho del Liévano cuando se emprenda la más grande obra de la ciudad: la
construcción del Metro.

 

En efecto, no es casual
que la tramoya se erija sobre la movilidad y la contratación pública, justo cuando
el gobierno de Samuel Moreno Rojas parecía superar los últimos obstáculos que impedían
seguir avanzando con el cronograma del Metro para Bogotá.

 

La marcha de las obras

 

Las polémicas sobre las
troncales de TrasMilenio por la 10ª, la 7ª y Eldorado empezaron desde la anterior administración. Lucho
Garzón desestimó con su habitual arrogancia los reparos que hizo el alcalde
electo Samuel Moreno Rojas quien, ya en ejercicio del cargo, actuó con
prontitud y diligencia a fin de impedir que los ajustes solicitados por un
grupo de contratista afectaran la marcha de las obras y el erario distrital. Prueba de que lo consiguió es que las obras siguen adelante y las aseguradoras tendrán que devolver lo correspondiente a anticipos no invertidos en los trabajos.


Curiosamente, los
periodistas curtidos en el escrutinio de antecedentes y la averiguación de conexiones
evitan ahondar en este punto y por eso, muchos piensan que fue el alcalde
actual -y no su antecesor-, el que contrató con los Nule.

 

Mientras tanto, los mismos
informadores se abstiene de divulgar los avances en salud, educación,
protección a la infancia, bienestar social, infraestructura vial diferente a la
de TransMilenio, seguridad, control ambiental y demás temas contemplados en el
plan de desarrollo. 

 

Atmósfera oscura

 

Esa información positiva
no cabe entre el cúmulo de mensajes frívolos y digeribles que buscan hacer
sentir a la gente bien informada por que ojea titulares cortos y frases
simples, que no dan cuenta de la complejidad de los procesos pero que, como el
famoso billete de dos mil en la licitación del relleno sanitario Doña Juana,
alientan el ruido y oscurecen la atmósfera.

 

La aceptación de este tipo
de mensajes obedece, por una parte, a hábitos ideológicos sembrados en la
sicología colectiva de tiempo atrás y que se destilan en reacciones con fuerte
carga simbólica contra personajes tan disímiles como Piedad Córdoba, Ingrid
Betancur, Antanas Mockus y sus verdes y, ahora, el alcalde capitalino y su
familia.

 

Lo concreto del escándalo

 

La principal fuente de
distorsión son los medios informativos. En apariencia neutrales, ponderados y
guiados por la veracidad: en realidad hábiles servidores de «los intereses y
valores de la coalición socio-política construida en torno a actores
socio-políticos concretos», como lo señala Manuel Castells.

 

Concretos, aunque difusos,
son quienes necesitan el fracaso de la administración de la ciudad para
sostener o mejorar la posición de los suyos en las encuestas que, no por
coincidencia, aparecen al fin de la semana de «escándalo».

 

La insistencia en el uso
de ese calificativo, «escándalo», presupone que, en realidad, los hechos han
ocurrido y que las «denuncias» lo único que hacen es ponerlos en evidencia
cuando, en realidad, el «escándalo» consiste en amplificar ciertos matices mientras
se soslaya el análisis de la situación en su contexto. Ya Teun A. van Dijk
ilustró los riesgos que conlleva la manipulación de las noticias a favor del
discurso.

 

Aprecio en los círculos

 

Que así son los medios
informativos y nada se puede hacer para cambiarlos; no es cierto. La prensa es
cómo quiere ser: en eso radica su idea de las libertad de expresión. Y la
sociedad, para enfrentar sus desafueros, debe empezar por desencubrirlos.

 

Para no ir más lejos,
basta observar el tratamiento que los mismos le dieron al incumplimiento de
unos contratos públicos suscritos por una empresa de la que es socio
mayoritario el alcalde de Barranquilla, primero en las encuestas y apreciado
por sus vínculos familiares-políticos-empresariales y periodísticos.

 

Aquí el caso no se reducía
a chismes, rumores ni indicios: el alcalde posee, indiscutiblemente, la doble
condición de funcionario público y contratista, incumplido, del estado. Pues
bien: bastó una declaración de dos párrafos para que el episodio pasara al
olvido.

 

En Bogotá, por el
contrario, prestigiosos editorialistas, reporteros improvisados (hace poco una
revista de chismes informó el «ascenso» de un periodista de farándula a
«movilidad en Bogotá». ¿Cómo habrá sido su preparación en la nueva especialidad?),
columnistas, entrevistadores tipo hediondo
(como su nombre lo explica) e incontables opinadores y opinadoras lanzan sus
micrófonos, cámaras, grabadoras, libretas, celulares como armas que siembran
desazón en el estado de ánimo de una población que, bajo su aparente
impavidez, termina por creerles y apoyarlos… 

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