El caso de España ilustra a la perfección el desatino con que las cabezas dirigentes
intentan dar respuesta a su aguda crisis actual y demuestra que están diseñadas
para no pensar, hacerlo mal o, lo que es peor, para no aprender de las experiencias.
Algunos dirigentes -posiblemente aquejados irreparablemente por ese mal de altura
que es el poder-, persisten en desconocer las causas de la actual situación y en
aplicar políticas inanes pero, eso sí persisten en acrecentar sus ganancias,
aunque tengan que sacarlas del bolsillo del cadáver de su socio.
Cuando el perfecto idiota europeo, hoy encarnado en Rajoy y sus congéneres,
anuncia que hará hasta lo imposible para solventar a los bancos en dificultades
(mientras eleva los impuestos al consumo, eleva los impuestos y recorta los
gastos en educación y seguridad social), no hace más que repetir los intentos
de acabar, infructuosamente, con los que consideran sus peores enemigos: la
fuerza laboral y los jóvenes.
Acabar
con el trabajo
La convicción de que el capital (y su correlato, el dinero) son la única
riqueza, los lleva a desconocer que sin el trabajo humano -en su doble
condición concreta y abstracta-, no hay forma de que los seres humanos obtengan
lo que necesitan pues, hasta el dinero y, obviamente, las ganancias, provienen
de la fuerza laboral.
De ahí que sea inconcebible pretender salir de la crisis mediante el
deterioro de las condiciones laborales. «Flexibilización. Ese «eufemismo para hablar de una economía en la que los
patrones pueden despedir a los trabajadores, o recortarles los sueldos, con
suma facilidad», como señala Paul Krugman categóricamente.
En efecto, la inteligencia parece no alterar el juicio de tales élites
embelesadas en esa lógica ramplona que desdeña, por incapacidad o desidia
mental, explorar alternativas distintas a la imposición de sus designios y la
realización de sus intereses egoístas.
Pocas esperanzas parece tener un país donde el desempleo juvenil alcanza el
50% (En Irlanda se acerca al 35% y en USA al 16.5%), mientras suben los costos
educativos y se desfinancian programas completos de investigación y desarrollo
tecnológico.
En otros términos, infinidad de personas son lanzadas al desempleo, en
momentos en que el panorama de los futuros trabajadores no puede ser más
desalentador.
Lo que de fondo ponen en peligro estas «políticas», es el más valioso
recurso de una sociedad que, como la actual, aspira a convertirse en sociedad
del conocimiento: su capital humano.
Resulta risible, si no fuese tan perjudicial para millones de personas, que
donde y cuando más se requiere estudio, buen juicio, sensatez y apertura de
miras; gobiernen los idiotas, fatuos y soberbios, encubiertos bajo unos engañosos
valores.
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