De manera imperceptible, la «cultura» burocrática, alienante y retrógada crea mecanismos que impiden la utilización de las tecnologías en provecho de más agilidad y productividad.
La burocracia -como los gérmenes cuando desarrollan anticuerpos-, crea imperceptiblemente escollos que impiden el aprovechamiento de las nuevas tecnologías.
No me refiero sólo a los trámites establecidos en las normas estatales, que intentan regular, aparentemente, las relaciones entre los ciudadanos y la administración pública y que tanta atención merecen del propio gobierno, de los organismos multilaterales y de los analistas macro-económicos.
También se incluyen entre esas barreras, infinidad de acciones, requisitos y condiciones que se instauran en cuestiones simples de la vida cotidiana.
¿Quiénes las establecen? Por lo general alguien que, inconscientemente, se siente amenazado por la tecnología: cualquier funcionario de seguridad de un edificio de oficinas, la recepcionista de una agencia de publicidad, la secretaria de una empresa comercial, el cajero del banco.
Cuando tanta gente, casi siempre anónima y creyéndose bienintencionada, actúa de manera similar, se puede concluir que estamos inmersos en una genuina ‘cultura’ burocrática, alienante, partidaria de las complicaciones que agotan el tiempo productivo y hacen dudar de la utilidad de los recursos técnicos.
El ingreso a la sede administrativa de una importante empresa, por ejemplo, se ha vuelto más engorroso después de la instalación del arco de seguridad (que no elimina, sino que retrasa la clásica revisión del guardia con garrote electrónico y obliga a depositar los objetos metálicos, el teléfono móvil, las llaves y demás objetos en una caja plástica), del registro en computador y la impresión láser con la fotografía digital, de una ficha de ingreso que siempre debe portarse colgada al cuello.
Allí, de unos días para acá e igual que antes, hay que dejar un documento (que no debe ser la cédula, como lo establece una norma anti-trámites; pero sí debe tener el número de cédula), que se devuelve al salir a cambio de la ficha.
Como el tiempo que consumen estos preliminares no se mide, es probable que los interesados demoren más en conseguir su propósito, contrario a lo que muestran los indicadores de servicio.
Ante eso, nada puede hacer el indefenso parroquiano. Quien se arriesgue a poner una queja (o, algo más sencillo, a comentar el incidente), encontrará un muro infranqueable: las políticas de la compañía.
Las verdaderas repercusiones son invaluables: lentitud, desperdicio de tiempo productivo, retardos, un sopor que contrasta con la velocidad que brindan las tecnologías digitales. En el sector público queda el consuelo de que los gastos de la inoperancia se cubren con los impuestos. La sensación de que las cosas marchan igual, o peor, en el sector privado: ¿a quién le duele?
Blogsario
- Blognda: fiebre de comunicaciones en Internet, especialmente entre la gente joven.
- Blogscar: premio de la Academia de Ciencias Cinematográficas a los blogs de mayor éxito.
- Temblogs: lugares sagrados donde se rinde culto a los blogs.
Skype, sí Skype. Excusas por la mala ortografía en la nota anterior
——–
Comentarios