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Esta sí es una noticia de verdad. ¡Que digo! Un episodio increíble. Insólito: un humilde alcalde local decidió clausurar las obras de construcción que adelantaba la Universidad Santo Tomás en la zona rural de Suba.

Bueno, quizá no es para tanto. Soberbio hubiese sido si la sancionada hubiese sido una universidad más prestigiosa. Los Andes, por ejemplo, que siguen arrasando con la parte más delicada de la ladera oriental, enfrente de Monserrate. O el Externado que destruyó el bosque del pie del cerro para levantar inmensas moles de cemento y ladrillo. O la Tadeo (aunque ésta es similar en importancia a la San Toto).

 

La verdad es que la mayor parte de las universidades siguen causando daños enormes al patrimonio ambiental y arquitectónico de Bogotá.


En vez de ser entidades ejemplares, cumplidoras de las normas y vanguardia para otras organizaciones –de las que se creen maestras-, son bárbaras depredadoras.

 

Casi todas: empezando por las ampulosas universidades de élite, siguiendo con las de medio pelo hasta llegar a las zarrapastrosas aunque, valga la aclaración, la mayoría empezaron como universidad de garaje (no importa, de mercedes o renoleta pero garaje) y rápidamente, como un cáncer urbano irrefrenable, crecieron hasta ser lo que son hoy: sociedades anónimas dedicadas a la especulación inmobiliaria, la estafa académica y la comercialización de cartones.

 

Por alguna extraña causa, tienen especial inclinación por las márgenes de los cerros orientales que han carcomido, además de las ya mencionadas universidades de los Andes, Externado y Tadeo, la de América, La Salle y hasta la Distrital en el centro. Más al norte, la Javeriana, una tal Manuela Beltrán edificó donde se supone que nadie podía hacerlo, el Politécnico la antecedió en otra colina que debió ser reserva natural.

 

También han arrasado con manzanas enteras en La Candelaria y barrios como Las Nieves, Teusaquillo, Soledad, Quinta Camacho, Chicó y otros más.

 

Hace unos años un grupo de vecinos de La Candelaria propuso a las autoridades locales ejercer control sobre las construcciones universitarias. “Y ¿quién se atreve a pelear con don Julio Mario, don Luis Carlos, los jesuitas o los Hinestroza?”, preguntó la alcaldesa local.

 

La impunidad ante semejante barbarie urbanística, justificada por el enorme poder económico y políticas de las universidades, vaya y venga. Pero lo absurdo es que, además, los responsables se presenten como los dueños de la ética y los formadores de la juventud en valores. ¡Qué chiste!





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