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Hacer más llevadera la vida en la ciudad requiere no solo de medidas gubernamentales de organización y autoridad, sino también del apoyo ciudadano con conductas apropiadas que no afecten la calidad de vida de las otras personas con quienes se comparte el territorio.

Las ciudades tienen todos los ingredientes para aumentar el estrés de las personas, debido al ruido, la polución, la prisa, el tráfico… como para que a eso le tengamos que sumar los comportamientos inadecuados de muchos ciudadanos que terminan por incomodar, molestar y hacer más difícil la rutina de otros.

Pasarse el semáforo en rojo, botar la basura en la calle, querer bajarse del bus en cualquier lugar distinto al paradero, entre muchos otros, son comportamientos anticívicos y desconsiderados con los demás ciudadanos. Podría pensarse que son hábitos egoístas de quien no le importa el bienestar de los otros, y pasa por encima de ellos.

“Es que voy de afán”, como excusa para pasarse por entre los carros en movimiento. “Este es mi andén y puedo hacer lo que quiera”, es el manido argumento para apropiarse y privatizar lo que es público. “Para eso pagamos con impuestos a los recolectores de basura”, como justificación para arrojar papeles y desechos en la vía.

Educación, cultura y ponerse en la situación del otro son necesarios para cambiar los malos comportamientos del ciudadano que piensa única y exclusivamente en su bienestar y no en la colectividad.

Los hábitos cívicos dentro de la ciudad son simples, solo requieren un poco de voluntad y de comprensión hacia los conciudadanos.

Por ejemplo, que los conductores le cedan el paso a los peatones que van a cruzar la calle por la cebra.

Sacar la basura poco antes de que el camión recolector pase y no desde mucho antes para evitar suciedad en la calle.

Que los ciclistas respeten los semáforos. Las normas de tránsito no son solo para carros, camiones y motos. Ellos deben ser conscientes de que si no manejan bien corren el riesgo de atropellar a un peatón y de accidentarse ellos mismos.

No poner la radio a un volumen tan alto que perturbe la tranquilidad de los vecinos. Esto no necesita de mucha explicación, es una cuestión de respeto hacia el vecino.

Comprender que el andén está para la circulación de los peatones, que hace parte del espacio público, que invadirlo y apropiarse de él para parquear carros o para instalar comercios privados u otras actividades que obstaculicen el libre tránsito de la gente que se ve obligada a caminar por la vía vehicular.

Que los peatones crucen las calles por las cebras cuando el semáforo les autorice a hacerlo. Así no se exponen a accidentes irresponsables.

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Qué los peatones crucen las calles por la cebra y que los conductores les cedan el paso, son buenos hábitos de comportamiento.

Esperar el bus en los paraderos, así como dejar y recoger pasajeros en las estaciones establecidas, para evitar que el transporte público se ralentice por parar con frecuencia en cualquier parte.

Hacer fila para subir al bus, encender las luces de las motos y los carros en la noche, no colarse en el sistema de transporte… Y como estas, hay muchas pequeñas buenas acciones que pueden ser tomadas en consideración.

Las actitudes de buen comportamiento en la ciudad comienzan por ser conscientes de qué conductas afectan la convivencia de los demás, y de no hacerle a los demás lo que no queremos que nos hagan a nosotros.

Podríamos hacer el ejercicio simple de preguntarnos si nos gustaría que alguien arrojara basuras frente a nuestras casas. Seguramente la respuesta será que no. O si nos complace que el bus no llegue a tiempo a nuestro destino por estar recogiendo pasajeros en cada calle. Tal vez la respuesta nuevamente sea que no.

Entonces hagamos las cosas en orden. Que haya malos comportamientos normalizados por el paso del tiempo, con argumentos tales como que “así ha sido siempre” o “es una costumbre”, no significa que sean correctos ni que no se puedan superar, porque los ciudadanos no solo somos sujetos con derechos, sino también con deberes.

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