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Las cifras son escalofriantes: cada hora, dos niños llegan a Medicina Legal por haber sido presuntamente víctimas de abuso sexual. El 75 por ciento de los exámenes que lleva a cabo Medicina Legal para determinar si alguien sufrió este flagelo son practicados a menores de 14 años. El 10,65 por ciento de los abusos corresponden a niñas de 4 años o menos.

Estos datos forman parte del informe realizado por la ONG internacional Save the Children y divulgados por el periódico El Tiempo. Días después de ser públicos, las voces de indignación o su circulación por redes sociales son mínimas. No hay cifras virales, no ha movimientos sociales, no hay manifestaciones públicas. No. Los niños no mueven las masas. Cada quién elige sus causas, es cierto, pero creo que realmente nos hemos vuelto insensibles a lo que les sucede a los menores y esta indiferencia nos va a salir muy cara como sociedad, porque estamos abandonado a estos pequeños a su suerte; muchos deberán superar su dolor sin contar con apoyo ni herramientas apropiadas, otros deberán entender que fueron sometidos a relaciones de poder donde seguramente primaron el miedo a hablar y la ansiedad de ser víctimas de un posible chantaje. De allí el silencio, la soledad y la culpa. Seguramente otro tanto sentirá rabia y se debatirá en conversaciones íntimas dolorosas y confusas.

El Tiempo también revela que “el ICBF tiene bajo su tutela a 115.000 niños en proceso de restablecimiento de derechos; esto quiere decir que han sido víctimas de amenazas, inobservancia o vulneración de sus derechos en sus hogares. De esos niños, la mayoría (48.000) está entre 12 y 18 años. El principal motivo de ingreso de estos niños al ICBF es el maltrato, con 25.000 casos. Le sigue el abuso sexual (20.000 casos)”.

Y con todo esto no aparece un solo político que decida liderar algún programa para ofrecerles a las víctimas alternativas con las que puedan imaginar una vida en la que el amor y el afecto son posibles, tampoco un ministro que ofrezca soluciones para castigar social y penalmente a los victimarios, quienes dedican su vida a la protección y el cuidado de los menores lo hacen casi siempre sin recursos y en solitario y a nadie le interesa escuchar lo que tienen que decir las personas que pueden ofrecer soluciones para esta sociedad enferma. No, definitivamente los niños nos valen cinco.

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