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A mí me resultan alucinantes las noticias sobre un nuevo continente llamado Zelandia y el hallazgo de la estrella Trappist – 1 y sus planetas a 40 años luz de la Tierra. Parecen hacer realidad las historias de ciencia ficción en las que la vida se hace posible para los humanos más allá de nuestra galaxia y en las que las profundidades de los océanos revelan misterios escondidos.
Cuando uno estaba en el colegio y le enseñaban geografía, parecía como si el mundo ya fuera ese para siempre y ahora estos hallazgos nos confirman que el conocimiento no es estático y que bajo el agua puede estar relatado un pasado que tal vez nos explique mucho de lo que vivimos hoy o nos cuestione lo que hasta ahora hemos creído que somos.
Y saber a ciencia cierta y no en la ficción que existen lugares que pueden ser similares a la Tierra en la inmensidad del cosmos no es poca cosa para los habitantes de un planeta que han girado tan confiados en ser el centro de todo.
Creo que estamos asistiendo a encuentros que nos hacen repensar nuestras filosofías y nuestras creencias, porque tal vez ya no resulte tan cómodo decir que los seres humanos somos la única creación de Dios o confiar tanto en su misma existencia. La cosmogonía ha cambiado con los avances científicos. Los indígenas creían que el Sol y la Luna eran sus dioses y hoy sabemos exactamente qué son estos llamados dioses e incluso el hombre ha pisado uno de ellos.
Tal vez lo que está descubriendo la ciencia en nuestro presente nos lleve a ser menos ingenuos y fantasiosos sobre nuestra existencia, tal vez nos resuelva con datos y hechos dudas trascendentales como de dónde venimos, cómo llegamos a este planeta, cómo se formó la Tierra, qué puede traernos el futuro y montones de datos científicos sobre la luz, la velocidad, la masa y las posibles vidas en múltiples formas que tal vez no imaginamos.
Es posible que nos motive a dejar de creernos los únicos para comprender el tamaño real de lo que nos rodea, para alcanzar a imaginar dimensiones y distancias hasta ahora incalculables para el común de los humanos.
No, esto no es imaginación, esto es la vida real y me parece fascinante, como si estuviera siendo protagonista de una de las mejores novelas de ciencia ficción y quisiera subirme a mi nave espacial para viajar a esa estrella fría que dicen que es Trappist- 1 para conocer sus planetas de clima templado y otros océanos llenos de historias que ojalá me cuenten los trappistenses.

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