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Náuseas.

Eso es lo que me produce ver lo que la indiferencia y la ignorancia son capaces de hacer con las personas.

Reuniones, ceremonias, agasajos de cualquier orden; concentraciones irresponsables en plena emergencia sanitaria. (Y ni hablar de los malos hábitos de salubridad que siguen reinando en muchos hogares colombianos).

Masivas asistencias a iglesias en donde no importa las voces que desde todos los estamentos claman para que la gente no salga de casa, sino los gritos del pastor de turno que sin tapa bocas ni recato alguno instiga a llenar las arcas del templo.

Esa bendita y descontrolada necesidad de la gente de salir por salir, de beber por beber, de celebrar porque sí. No importa que al mundo lo esté carcomiendo un maldito virus que ha dejado tribulación y mortandad a su paso.

Prevalece el capricho de la exposición, el brindis, el baile, la exasperante barahúnda de aquellos que necesitan llamar la atención, incomodar a los vecinos, fanfarronear o simplemente contagiarse; contagiarse de la “alegría” y el desenfreno de otros…

A diario naufragamos en un piélago de noticias relacionadas con el coronavirus que van desde las más serias hasta la más insolentes bufonadas. Y, sin desconocer excepcionales memes que a veces aparecen en las redes, hay muchos de una indiscutible y desabrida impertinencia que solo nauseas producen.

Pero lo cierto es que, nos guste o no, creamos o no, el virus existe y aniquila. Más allá de aquellos que lo niegan, aleguen que es un sofisma, una abyecta estrategia de la demoníaca industria farmacéutica, una epidemia prefabricada y etc. Y justamente sobre este punto me gusta hacer hincapié considerando las hipótesis existentes, algunas disparatadas y otras más viables.

Por ejemplo, aquella que le atribuye al ejército americano el haber llevado premeditadamente el virus a China como una medida desesperada para diezmar su acelerado protagonismo y hegemonía geopolítica además de, frenar su arrolladora expansión comercial a merced de cuyos tentáculos pareciera someterse gran parte del hemisferio; no me parece tan irracional en el fondo. ¿Será que la arriesgada y despiadada maniobra de los gringos terminó saliéndoles como ‘tiro por la culata’, un efecto boomerang’ jamás previsto? No creo. Aun cuando, reitero, la conjetura no suene tan ridícula, en el fondo…

Mucho más creíble y sensata por supuesto, resulta la espeluznante teoría que ubica al coronavirus como un arma deliberada para detener los índices inauditos del superávit en el planeta.

Y otro tanto de mediana racionabilidad lleva consigo la hipótesis de que, detrás del coronavirus está sentada una táctica de los corruptos poderes del mundo, obligados a liberar el virus para disuadir sus bajezas en cuyos soporíferos efluvios está hundiéndose media humanidad.

Y bueno, aquella ya mencionada detrás de la cual la industria farmaceuta en asocio con el diablo resolvió desencadenar para sus exclusivos beneficios y los de algunos gobernantes oscuros esta pandémica hecatombe. Hay de todo mejor dicho, dentro de la paleta de opciones conspirativas del “Corona” para aquellos que se resisten a creer el escudriñamiento científico que llevó a los murciélagos y a las culebras como la fuente directa del Covid- 19.

No puedo dejar pasar por alto a manera de estremecedor dato curioso, la supuesta predicción que hiciera Nostradamus en el año 1555, quien en resumen afirmó algo que vale la pena transcribir:

“Y en el año de los gemelos (20-20) surgirá una Reina (Corona) desde el Oriente (China) que extenderá su plaga (Virus) de los seres de la noche (murciélagos) a la Tierra de las 7 colinas (Italia) transformando en polvo (muerte) a los hombres del crepúsculo (ancianos) para culminar en la sombra de la ruindad (Fin de la economía mundial tal como la conocemos)”

De hecho hay mil y un profecías que, desde diversas vertientes, han querido aderezar todavía más el apocalipsis ya creado, algunas en particular que solamente producen… náuseas.

Para concluir, las náuseas que me han producido las tardías y timoratas medidas implementadas por el Gobierno, no tienen nombre.

Solo hasta que la situación empezó a tornarse realmente amenazante y abrasiva, ahí sí se encendieron las alarmas.

Penoso. Pero típico aquí.

Celebro eso sí de la enfermedad infecciosa que tiene en jaque al mundo el que por lo menos haya concientizado en algo, probablemente, a aquellos portadores de muy malos hábitos higiénicos e incultura que solo hasta ahora, empezaron a lavarse las manos después de salir del retrete (los asquerosos casos que durante toda mi vida he visto en baños públicos, oficinas estatales o despachos privados, se cuentan por millones).

Mientras termino de escribir esta columna de opinión, el virus que ya llega a 46 personas en Colombia y que en China le ha cobrado a más de 3000 la vida, continua su paso arrasador en todo el planeta, castigando sin piedad a Italia, Irán y España, y varias naciones europeas y, enfilando toda su fuerza aquí en América contra los Estados Unidos.

Pero lo que más zozobra y nauseas produce es que todavía haya quienes vivan el acontecimiento como un juego, reduciendo con desdén al prójimo a una estadística más.

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