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Todos los casados sabemos que –tal como canta Óscar de León- a la mujer hay que sacarla, mínimo, una vez al mes ya sea a cine, a tomar o a rumbear. Pues bien, como ya completaba casi tres meses sin salir con mi esposa, decidí matar tres pájaros de un solo tiro: la invité a cine, luego a un par de cervecitas y –finalmente- a bailar ¿Qué lugar de Bogotá ofrece todo ese “paquete” de una? Fácil: la zona rosa de Las Américas y fue allí, sí señor, a donde conduje a mi adorado tormento.

La película fue mala, las ‘politas’ estuvieron bien y el bailoteo fue lo mejor de la noche; sin embargo, lo que más nos impactó fue la pintoresca calle que la gente ha bautizado con el no menos gracioso mote de “cuadra picha” ¿Cuadra picha? Si, así como lo leen, con todas sus letras: c-u-a-d-r-a  p-i-c-h-a. Lo de “cuadra” ustedes lo saben: es una herencia europea que connota grupo de caballos y/o caballerizas; pero lo de “picha” si es, de verdad, problemático. Picho, según el DRAE (Diccionario de la Real Academia Española) es un pajarraco americano que mide entre 17 y 54 centímetros, de plumaje negro mezclado con tonos amarillos, rojos y anaranjados; mientras que google nos informa que lo ‘picho’ es algo de poco valor, falso. Para mi ‘costilla’, en cambio, esa palabra indica algo descompuesto, podrido; en vías de corrupción. Ahora, dicha palabreja, en algunas regiones del país, es sinónima de lagaña y en otras del órgano genital masculino; por ello si a dicho término se le agrega una “r” al final, toma forma de verbo y significa una acción que bien podría ejecutarse en los amoblados que quedan al otro lado de la avenida Primera de Mayo del mismo sector al que nos estamos refiriendo.

Eso en cuanto al nombre; pero si de lo que estamos hablando es del ambiente, esa calle es bien particular: un diverso conjunto de bares, discotecas y/o rumbeaderos que, uno después de otro, están efusivamente custodiados por jóvenes vocingleros que desde el andén (ninguno de ellos –es un pacto- se puede bajar al pavimento de la calle) intentan convencer con mil y un argumentos a las parejas transeúntes que, por el centro de la calzada, se abruman ante las inverosímiles y simpáticas ofertas de los voceadores y frente al infernal ruido (bueno; música) salido por las iluminadas ventanas de neón y por los balcones de los establecimientos apretujados en una y otra acera.

Lo curioso del asunto es que esa cuadra siempre está a punto de reventar de lo llena y que entre las ventas ambulantes de maní, chicles y cigarrillos, están parqueados los colectivos repletos de delgadas mujeres que con brillantes pantalones y blusas con sugerentes escotes se aprestan a oficiar funciones callejeras de su espectáculo erótico- comercial; sea bailando en camionetas sin carrocería trasera que disponen de barandas en su platón para que las féminas inviten al consumo de tabaco o licor; sea ofreciendo degustaciones a los eufóricos visitantes de este particular sitio de diversión que apenas está a una calle de distancia de un centro de dolor como lo es la funeraria el “El Apogeo” y a dos de Mundo Aventura, reconocido parque de diversiones; sin contar el propio centro comercial (Plaza de las Américas), las 12 salas del Multiplex (de Cine Colombia) y que está rodeado de un centenar de restaurantes, comederos de comidas rápidas, almacenes de ropa, moteles y casinos: esa, en definitiva, es la convulsionada zona rosa del sur de la capital.
Remato esta breve crónica de mi deber conyugal, diciendo que si bien la cinta colombiana “El Trato” no nos mató, la cuadra en cuestión si nos estremeció: y no por que hubiese mucho material femenino de gran talla (lo que ‘entre machos’ llamamos caballos) sino porque la rumba tiene muchas posibilidades no exentas de peligro, de adrenalina (“sensación de muerte dicen los sociólogos”); pero que a veces contiene excesos que van más allá de la prostitución convencional y se manifiesta con el abuso sexual infantil (de los niños vendedores de flores) y/o de las frecuentes riñas que quizá sea la razón última para que esa calle se llame así.

En conclusión usted verá si rumbea allí o no; pero si lo hace, sepa que esa calle no admite término medio: o se puede vivir allí la mejor noche de su vida (como pasó conmigo) o una de esas veladas para no recordar jamás.

 

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