Ingresa o regístrate acá para seguir este blog.

Que como Colombia no hay otra. Que este es el mejor país del mundo. Que somos únicos. Que no somos tan perezosos como los venezolanos (claro, sin contar a los costeños), ni tan agrandados como los argentinos (claro, sin contar a los paisas); que tenemos la democracia (claro, sin contar que tenemos el record de «estados de sitio») y la economía más estable de América (claro, sin contar las pirámides); que tenemos el mejor café (claro, sin contar los trozos de Juan Valdez en cada taza) y las mejores flores del mundo (claro, sin ver la «Vendedora de rosas» de Gaviria). Que tenemos la misma riqueza técnica y genética de los brasileros para jugar fútbol (¡Pelé es un patizambo al lado de Willington!), que Cali es la capital deportiva de América (y la sucursal del cielo; claro sin contar al Cartel de Cali), que Medellín, al ser la ciudad de la «Eterna primavera», es la villa más bella de Latinoamérica (claro, creyéndole a los maquillajes estadísticos de Fajardo y olvidando a Pablo Escobar, Don Berna y la oficina de cobros de Envigado) y que es más tanguera que Buenos Aires porque allí murió Gardel (por aquello de que uno no escoge en donde vivir, pero si en donde morir). Que en Bogotá se habla el mejor español del mundo (claro, sin contar la jerga rola, el dejo cachaco y el argot de los parceros de Ciudad Bolívar), que Santa Marta tiene la bahía más bella del continente (claro, sin contar las playas de Brasil, Argentina, Perú, Chile, Ecuador y México) y que -al fin aparece algo de modestia- tenemos el segundo mejor himno del planeta (claro que al concurso sólo llegaron dos pistas musicales y uno de los jueces era colombiano: biznieto de Rafael Núñez).

Que somos el país más hídrico del mundo (entonces porqué la botella de agua en Colombia ¡es más cara que la botella de gasolina!), el primero en pájaros (recuerden que ‘pájaro’ es sinónimo de paramilitar) y el cuarto de biodiversidad (¿allí también cuentan los transgénicos?). Que aquí vivió (y murió de anciano) el guerrillero «más viejo del mundo» (¡eso ni Fidel!) y que nuestras esmeraldas son las más apreciadas de la Tierra (porque les cobran indemnización por la irreparable deforestación y contaminación de Muzo, Coscuez y Chivor); que tuvimos los mejores escaladores del mundo (que subían bien, luego de que les sacaran la coca que llevaban en tubulares y marcos de bicicleta) y el asesino en serie más desalmado del mundo (ese si, Garavito, fuera de concurso y a punto de salir libre). Que tenemos el mejor cantante de español del mundo («se habla español, marica»: It’s time to change. En eso coincido con Carolina Sanín: Juanes es igual que el presidente: un macho mal hablado y un conservador rezandero) y la mujer que mejor bate las caderas en sus canciones (claro, sin contar a Beyoncé y a las bailarinas saudíes).

Que nuestra Constitución Política es la más liberal de América (claro, sin las reformas del articulito de reelección), que nuestras mujeres son las más bellas del mundo (claro, sin contar las nórdicas, ni las italianas, ni las rusas, ni las venezolanas), que somos los más rumberos del mundo (bueno, a mucho honor eso es cierto: en ningún país hay «ley Emiliani» en la que cualquier festivo se pasa pal’ lunes siguiente para hacer ‘puente’ y en ningún lugar existen tantos feriados como en Colombia). Que  tenemos la rana más peligrosa del mundo (y también un «cartel de los sapos» inspirados, quizá, en la ‘croactividad’ de Mockus y la red de informantes de Uribe), un «Hombre Caimán» (bueno, los paramilitares alimentaban cocodrilos con cadáveres de sus victimas) y el mejor proceso de paz del mundo (se planeaba que 16.000 autodefensas entregaran las armas y ¡ya van 32.000!); de contera los ¡Wanted! gringos se quedan en pañales con nuestro sistema de recompensas: aquí también pagamos por la entrega de manos desprendidas de cuerpos.

Que tuvimos el mejor diario de Iberoamérica (El Espectador); así el Estado haya dejado que los narcos lo acabaran y los lectores dejaran de leerlo (enhorabuena ya volvió); que fabricamos la única vacuna sintética existente del mundo (así su efectividad aun esté en entredicho y Patarroyo tenga fama de explotador); que tenemos la única mujer que rechaza el nobel de paz sin que se lo hayan dado (¡qué oso Ingrid!). Que tenemos al mejor piloto de Fórmula Uno (que es tan bueno que desprecia esa categoría y se va a la maravillosa Nascar norteamericana). Que aquí queda Macondo, pero también Segovia, Trujillo, Mapiripán, Mitú, Machuca y demás poblaciones arrasadas por paracos y guerrillos.

Que Tarzán nació aquí (remember a Capaz) y que tenemos mil ríos permanentes, mientras que África entera apenas tiene veinte (el problema, es que casi todos son cloacas)… que somos el segundo país más feliz del mundo (¿ó el primero más desmemoriado?)… en fin, que como Colombia no hay otra.

Lo que a veces olvidamos, es que también somos el único país que ha exterminado (con pura sustracción de materia) a todo un partido político: los 4.500 miembros de la UP. Que tenemos el segundo número de desplazados del mundo (¡Apenas nos gana Irak!) y el cuarto de refugiados. Que aquí matan más sindicalistas que en el resto del mundo y que estamos entre los cinco países del mundo con mayor peligro para ejercer el periodismo. Que estamos entre los veinte países más corruptos del planeta y el antepenúltimo en cifras de impunidad. Que tenemos el conflicto más antiguo (y probablemente el históricamente más degradado), así el ejecutivo de turno lo niegue. Que tenemos menos doctores que Haití y menos posgraduados que Bolivia. Que el presupuesto de educación es el penúltimo de la región y el de guerra el cuarto del continente. Que la nuestra es una «sociedad en armas»: aquí existen ejércitos y para-ejércitos de todas las pelambres (según la Otan tenemos el cuarto ejercito del mundo). Para rematar, sufrimos la ignominia de que un criminal de guerra como Bush condecore a nuestro mandatario ¡y eso sea presentado por varios medios de comunicación como un logro!

En fin, que aquí matamos hasta la risa (para la muestra un botón: Jaime Garzón) y que hacer oposición política y ser de izquierda es el peor de los pecados: aquí todo el de izquierda es un «guerrillero disfrazado de civil» y un «vendepatrias».

Ya entiendo al maestro Julio Nieto Bernal. Él tenía planeado irse del país y para eso había ido a una notaría a dejar constancia de que no regresaría hasta que la «hecatombe» del actual gobierno desapareciera. Don Julio fue más allá: murió el 31 de diciembre en aun acto de justa rebeldía.

Amo a mi país en una época en que los nacionalismos pierden sentido (pero que, paradójicamente, son más empleados por las ideologías políticas), pero no el país de los noticieros, ni el que se indigna con caricaturas del exterior, ni el del comercial de «Colombia es pasión», ni el que teatralmente se lleva la mano al pecho bajo los acordes del himno nacional, ni el racista, ni el guerrerista. Creo que eso es más patriótico, en el sentido clásico, que el ramplón chovinismo que hoy se promociona desde la Casa de Nari. 

Compartir post