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¿Cuántas veces una fotografía de una rueda de prensa oficial resulta tan interesante? Si el secreto de la Coca- Cola es mixturar azúcar, coca y gas, el éxito de la postal que retrató a Chávez con Maradona, para romper relaciones con Colombia (con Uribe) es la imponente personalidad de los implicados. Zoom a los pixeles de una foto que codifica pasiones nacionales. 
Maradona ya había sido odiado por los colombianos. La culpable de esa tirria fue esta lapidaria frase: La historia no miente: Argentina arriba, Colombia abajo. Sin embargo, la historia si mintió porque el marcador fue la antípoda del pronóstico maradoniano: 5 x 0 ganaron los nuestros en la cancha de River. Diego Armando Maradona Franco no es historiador sino futbolista, eso está claro. Y el fútbol «es la dinámica de lo impensado», como escribiera Dante Panzieri, otro ilustre argentino. 
Pero el odio por Maradona regresó ¿se habrá ido alguna vez? Las celebraciones a rabiar por la eliminación de la selección ‘albiceste’ del mundial africano, dirigida por Dieguito, no dejan lugar a dudas. Fue sorprendente ver cómo aparecieron, de la noche a la mañana, hinchas de Alemania que abrazaron el vaticinio del pulpo Paul que sentenciaba la calamidad de los del rio de la Plata. Cosas de la globalización, querido Diego. La rabia apareció -o resurgió o se creció- por causa de la infeliz coincidencia que retrató en el mismo escenario a Hugo Chávez y a Maradona, justo cuando el primero mostraba tarjeta roja a las relaciones entre la vino tinto y la tricolor para decirlo en términos futbolísticos. 
¿Qué culpa tiene el diez argentino de la decisión del presidente de Venezuela? Respuesta a priori: ninguna. Quizá su único pecadillo haya sido balbucear alguna ironía referida a los dos presidentes de este lado de la barrera: al titular Uribe y al emergente Santos. Pero el amarillismo mediático y sus millones de hooligans asociaron la aciaga -aunque esperable- decisión, con uno de los mensajeros: a la usanza del Medioevo ejecutaron al estafeta portador de malas noticias. El ‘Pelusa’ guillotinado, como en Sudáfrica 2010.
Pero en el imaginario colombiano existen otras razones para relacionar la decisión de Hugo Rafael Chávez Frías con el entrenador argentino: su ideología -o como sea se llame eso-. Los dos presumen ser «de izquierda», Maradona, de hecho, es zurdo. En su época de coronel, Chávez ganó el brazalete de capitán de la patria de Bolívar al ser elegido por una arrasadora mayoría de venezolanos que votaron y siguen votando por él: si el lunes marchan dos millones en Caracas pidiéndole al inquilino de Miraflores que se vaya, el martes saldrán tres, exigiendo lo contrario. Su elección en 1999 semeja la aparición de El Diez dos décadas atrás: Maradona deslumbró, en el Mundial Juvenil de Japón, con sus fintas de malabarista y Chávez hizo lo propio con su retórica socialista. He ahí un genio y una figura. Gardel y el bravo Páez. 
En el cono sur nadie se atrevió a pedir la cabeza de Maradona en el único cargo más importante que la presidencia de la república: el de DT de la Selección Nacional. Los pocos que cometieron esa osadía (mejor sería decir la herejía) lo hicieron en voz baja, como implorando perdón, al anticipar lo que se les venía encima: el aplastante unanimismo en torno a la inmunidad del pibe de Villa Fiorito. De MaraDios no se discute. Eso está claro. Sólo Don Vito Grondona, patrón de la AFA y vicepresidente de Fifa por si acaso, fue el único que se arriesgó a moverle la butaca. Su artera jugada, peor que la patada asesina que le asestó Goicoetxea al volante gaucho en 1983, consistió en exigirle cambios en su cuerpo técnico. Primero Diego se cortaba un brazo. Asunto arreglado. 
Caminar sobre la cuerda floja no es faena ajena a ellos: Chávez sobrevivió a un golpe de estado y Maradona dos veces ha vuelto «del más allá». Los cacerolazos y la raya horizontal del electrocardiograma no son causa de susto. Tampoco la guerrilla ni la droga que ven con cierta simpatía si tenemos en cuenta el pedido de Estatus de beligerancia que el artífice del Socialismo del Siglo XXI pidió para las FARC y el pasado cocainómano del autor del «gol de Dios» en el Azteca del DF. Eso es adrenalina al 100%. The seven- per-cent Solution. Caída de barrena como velocidad de crucero. Lo que no nos mata nos fortalece, parece ser la máxima que los anima en su heterodoxo actuar. 
Descarados para algunos. Políticamente incorrectos para otros. Des-chavetados para unos más. Pero nunca desapercibidos. Eso jamás. Sus presencias causan revuelo en las masas y disparan los ratings. Hay que preguntar qué sería de los noticieros colombianos sin los titulares que produce Chávez y qué sería de los últimos veinte años del fútbol argentino sin las noticias que genera Maradona. Detrás de la audiencia está la publicidad y a la sombra de ella, los dólares. La plusvalía de la imagen devenida en mercancía. Marx y McLuhan no se equivocaron. 
Eduardo Galeano afirma que el fútbol es la única religión sin ateos y Max Weber habló del carisma profético de los políticos. Religión y fútbol. Carisma y política. Maradona como dios, Chávez como profeta. Para sus detractores ese dúo no representa más que un aquelarre de dios luciferino con falso mesías. Marachavismo: binomio de populismo. Estereotipo de descamisados. Simultaneidad de retórica y demagogia. Desenfado coloquial y espontaneidad lunfarda. Gambeta y gambito turco. Comunión de criollismo con arrojo. Cielo e infierno fundidos en crisol. Coctel de bolivarianismo y peronismo. Gringos go home. Hugo y Diego: ángeles demoniacos venerados por feligreses dominicales a toda prueba. El del otrora Pacto Andino encanta desde la atalaya de «Aló presidente» y el de la Mercosur hechiza desde las bomboneras del mundo. 
Ellos son dos caras de la misma moneda. Ambos dividen. No admiten aguas tibias. Son de amores y de odios. Visceralidad pura. El de boina ladeada es adorado por legiones de discípulos, los «círculos chavistas», engrasados con la savia del petróleo y el de la zurda imantada por hordas de fanáticos, miembros de la iglesia maradoniana, capturados por su sabia corporalidad con el balón. Carisma de líder tropical que re-inventa la tiranía de las bananas republic. Destreza cinestésico- corporal del deportista que re-crea la picardía del potrero y re-vitaliza la gracia del «sentimiento triste que se baila» -el tango- como lo definiera Santos Discépolo. 
Tres afinidades más, entre tal torrente de lugares comunes. Primera: el hijo en común; Evo Morales. Segunda: El Ché Guevara. Tercera: Fidel Castro. Al mandatario boliviano Chávez lo matriculó en el ALBA dándole buena mesada para la lonchera, mientras que Maradona lo llevó de la mano en su protesta a la disposición de Blatter de prohibir partidos a la altura de La Paz (bancándose goleadas como el 6 x 1 que Bolivia le clavó a Argentina). Los dos últimos son reclamados como faros del sendero. El héroe de Las Malvinas en «México 1986» (remember la dulce venganza futbolera frente a los ingleses) tiene tatuado en un hombro a Ernesto y en su única pierna, la izquierda, a Fidel; mientras que Chávez los lleva cosidos en el costado siniestro de su pecho: en el corazón. Castro es el padre putativo del mandatario bolivariano y el referente demagógico de su gobierno: Hugo todo lo hace evocando a Fidel. Claro que esa, como todas las relaciones filiales, es de mutua explotación: Cuba recibe petróleo + dólares y Venezuela azúcar, tecnología y talento humano. El octogenario guerrillero se surte del oxigeno del mandamás suramericano, así como el desahuciado Maradona fue salvado de las garras de La Parca gracias a su amistad con el dirigente del uniforme verde oliva, que pagó su tratamiento en la perla del Caribe. No faltará quien diga que el irónico uso de la sudadera Adidas, una multinacional despreciada por el régimen cubano, sea por solicitud de El Diego: la empresa de las tres rayas es el sponsor de la selección argentina.
Fidel. Qué personaje. De él se puede hablar meses enteros sin parar. Con él la polémica está garantizada. Confesar su amistad es ponerse en la picota ¿Es malo García Márquez por ser amigo de Fidel? Colombia parece haber zanjado esa cuestión olvidándose del asunto. La amnesia terapéutica de nuestro pueblo. Pero lo que no parece estar dispuesta a perdonar es la fotografía en la que Diego posó al lado de Chávez cuando se produjo la ruptura de relaciones binacionales. Como bien podría decir un compatriota seleccionado al azar, que prueba la veracidad de la tendencia estadística al ser militante del 80% que aplaude la gestión del señor del Ubérrimo: «Nos aguantamos que Shakira sea la novia eterna del primogénito del ex presidente De la Rúa. Toleramos que nos acusen desde Buenos Aires de ser los homicidas no culposos de «El Zorzal criollo» en Medallo. Nos tragamos el sapo que significó la no participación de Argentina en la única Copa América que celebramos y malganamos en 2001. Nos mordemos desde las uñas hasta el codo viendo como en la última fecha de las eliminatorias siempre trampean con Uruguay para sacarnos de los mundiales… pero que fuera de eso se metan con el único mito viviente que tenemos, aquel que superó la fama de Pablo Escobar, nuestra Evita Perón masculina que es Álvaro Uribe Vélez ¡Eso si que no lo perdonamos! No señor». 

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