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En este momento adelanto una tesis para mi máster en Relaciones Internacionales. La tesis trata un tema y tiene un enfoque que resultan algo extraños para la mayoría, según he descubierto en las miradas y las expresiones de muchos. Pero eso no ha hecho sino que me apasione más por una cuestión escalofriante y que, como decía el autor que ya mencionaré, no podemos olvidar.

El tema de mi tesis es la literatura como herramienta alternativa de investigación de los genocidios en la guerra y el análisis lo estoy haciendo a partir de la novela Si esto es un hombre de Primo Levi. Para ello he investigado mucho sobre Auschwitz. Aunque puedo decir que el solo testimonio de Primo Levi basta para darle la mano desde la distancia a un testigo del mayor horror que ha vivido la humanidad. Así mi tesis la lea una sola persona, quiero dejar escrito algo que siga recordando el mensaje que Levi se obsesionó por difundir para que ese revisionismo -o ese olvido- que tanto lo atormentó al final de su vida no gane terreno jamás.
Escribo esto ahora porque me acabo de encontrar con un texto de Amnistía Internacional que me produjo un escalofrío profundo y que no logro sacar de mi mente. Primo Levi escribía que aunque hubieran quedado atrás el nazismo y el fascismo, lo más peligroso de ellos seguía latente en el ambiente; él decía que no podíamos olvidar lo que había sucedido porque en cualquier momento podía volver a ocurrir…Para él no era una historia terminada. 
Así como muchos estudiantes le preguntaron a él en diversas ocasiones si pensaba que los alemanes y el mundo entero conocían lo que estaba sucediendo dentro de los campos de concentración y de exterminio durante la Guerra -a lo que él respondía que los nazis hacían muchas cosas para disimular lo que realmente sucedía, pero que de todas maneras los alemanes algo tenían que saber porque veían desaparecer personas continuamente y que, aunque no lo supieran exactamente, no habían hecho nada para detener el nazismo-, hoy yo me pregunto si nos interesamos lo suficiente por regímenes cerrados y represivos como el de Corea del Norte o el de Myanmar (Birmania). 
¿Estamos presenciando en silencio unos nuevos campos de concentración, un nuevo exterminio de la dignidad humana, una nueva deshumanización del hombre? Les comparto el enlace del texto de Amnistía Internacional sobre los campos para «presos políticos» de Corea del Norte, en los que se calcula que hay unas doscientas mil personas, y aquí les dejo un adelanto de un párrafo que me hizo temblar. 
Levi tenía razón. Quien lo haya leído a él sabrá de qué estoy hablando apenas lea las siguientes palabras y, espero, temblará:
Jeong Kyoungil fue detenido por primera vez en 1999 y estuvo recluido en Yodok en 2000-2003. Amnistía Internacional se entrevistó con Jeong en Seúl en 2011.

En una sala que mide unos 50 metros cuadrados es donde duermen los 30 o 40 presos políticos. Dormimos en una especie de cama hecha con un tablón y tenemos una manta para taparnos. El día comienza a las cuatro de la mañana con un turno temprano, también llamado ‘turno de antes de la comida’, hasta las 7 de la mañana. Luego el desayuno desde las 7 hasta las 8 de la mañana, pero la dieta consiste sólo en 200 gramos de gachas de maíz mal preparadas para cada comida. Después hay un turno de mañana desde las 8 hasta las 12, y el almuerzo hasta la una de la tarde. Luego se vuelve a trabajar de 1 a 8 de la tarde, y la cena es desde las 8 hasta las 9. Desde las 9 hasta las 11 de la noche es la hora de la educación ideológica. Si no memorizábamos los 10 códigos de ética, no nos dejaban dormir. Este es el programa diario.

Nos daban 200 gramos de gachas de maíz mal preparadas en un cuenco sólo si terminábamos nuestras tareas diarias. En caso contrario, no nos daban comida. La tarea diaria consiste en arrancar la maleza de los campos. A cada recluso se le asignaban unos 1.157 metros cuadrados de terreno y sólo a las personas que terminaban su tarea se les daba comida. Si no se terminaba más que la mitad de la tarea asignada, sólo se entregaba la mitad de la comida.

Ver morir a personas sucedía con frecuencia, todos los días. Francamente, a diferencia de lo que sucede en una sociedad normal, preferíamos no sentirnos tristes porque si llevabas un cadáver y lo enterrabas, te daban otro cuenco de comida. Yo solía encargarme de enterrar los cuerpos de las personas muertas. Cuando un funcionario me ordenaba que lo hiciera, reunía a algunas personas y enterraba los cuerpos. Después de recibir comida adicional por el trabajo, nos sentíamos alegres en vez de sentirnos tristes.
Allá están esas miles de personas, viviendo peor que animales, sufriendo en silencio y aferrándose a sus últimos restos de humanidad mientras el mundo se divierte con bodas reales.
http://amnesty.org/es/news-and-updates/imagenes-campos-presos%20políticos-corea-norte-2011-05-03
www.catalinafrancor.com

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