Sentir al país unido alrededor de un equipo de héroes que han luchado por sus sueños por encima de todo, esos que hoy le muestran al mundo la cara apasionada y constructiva de Colombia, después de tanta polarización en una sociedad que obviamente quiere la paz –aunque haya ideas distintas y opuestas sobre cómo alcanzarla–, después de sentir tantas veces que tal vez no fuera posible, que tal vez esta tierra hermosa y llena de vida estuviera destinada al fracaso, a la muerte, a la guerra eterna y los sueños inalcanzables, sentir esa alegría que parece ser la única que logra sentarnos a todos en la misma mesa y borrar esas diferencias ficticias y dañinas que nos hemos inventado y nos hemos creído, es una forma de decirnos los unos a los otros, mirándonos a los ojos, y cada uno a sí mismo, que llegó la hora de creer en Colombia, de dejar atrás la idea de un país condenado que se nos ha metido al corazón a las generaciones que no conocemos la paz, de volver a creer en los sueños con la certeza que solo la pasión y la valentía de ser colombianos nos pueden dar.
Llegó la hora de creer que Colombia es un país en el que podemos dejar de hablar de guerra, en el que los niños pueden crecer estudiando y soñando despiertos con eso que quieren alcanzar cuando sean grandes, en vez de salir a la calle en busca de armas que llenen los vacíos del corazón.
Yo creo que no es coincidencia que estemos viviendo esta alegría precisamente ahora. Yo veo este sueño de la Selección Colombia, ese que también parecía imposible, como un símbolo absolutamente poderoso del cambio, de la evolución, de que llegó la hora de Colombia, esa hora merecida después de tanto dolor y de tantos sueños derrumbados. Creamos todos. Aquí tenemos el impulso necesario para darles importancia al presente y al futuro del país, por encima de diferencias que han podido sentirse grandes por lo fuerte que es la necesidad de cambio en cada uno, pero que son realmente simples tonalidades de un sueño que está a punto de ser, justo en ese momento en el que el cansancio de la cuesta produce la tentación de la renuncia, sin saber que se está a un pelo de llegar a la cima.
Colombianos somos todos los que lloramos viendo a unos héroes de distintos rincones del país, que no creyeron en las barreras ni en los imposibles cuando decidieron ser los mejores futbolistas del mundo, y que dejaron sus hogares para comprobárselos a todos esos que les dijeron ilusos. Hoy esos soñadores lloran de felicidad bailando con su camiseta amarilla, agradeciéndole a la vida el haberles dado la voluntad para intentarlo.
Colombianos somos todos los que no dejamos de creer en Colombia y los que hoy sentimos algo en el corazón que nos dice que llegó la hora de soñar.
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